Conciencia

La sed comenzaba a rasgarme por dentro, así que decidí levantarme. Alec dormía profundamente. Parecía más un chico joven que un vampiro purasangre. Acaricié su cabello y salí de la habitación. Alec había guardado en el refrigerador la sangre suficiente para que él, Allen y los demás chicos no pasaran hambre. Desde mi conversión, yo solo había bebido la sangre de Alec y la de aquella pequeña, así que solo me quedaba rezar porque la sangre congelada me ayudara a controlar la sed. Abrí la puerta del refrigerador y tomé la bolsa. Olía bien, pero el frío tacto y el sonido que hizo la bolsa al tocarla me provocaron náuseas, algo bastante incómodo para un vampiro, debo agregar. Serví el contenido en un vaso e intenté beber un poco, pero la sangre sabía rancia y fría.

«¿Cómo pueden beber esto?», me pregunté a mí misma en voz baja.

Escuché murmullos a la distancia. Dejé el vaso en la mesa y salí al patio frontal. Olfateé el viento y el aroma a vampiro me golpeó el rostro. El viento venía en contra, así que había esparcido su aroma por toda la calle. Caminé sigilosamente hasta la entrada al bosque y pude olerlos aún mejor, incluso escucharlos con mayor claridad. Habían cazado algo, un animal, un alce o algo parecido. El aroma a sangre proveniente del animal se fundía con el aroma de aquellos vampiros. Me acerqué caminando lentamente hacia el sitio de donde provenía el aroma, pero no sin antes colocar una barrera mágica a mi alrededor para evitar que se percataran de mi presencia.

Escondida en la oscuridad de la noche los observé conversar mientras se turnaban para beber. Salté de entre los matorrales y los encaré. Eran dos hombres y una chica. Todos llevaban el cabello enmarañado y la ropa sucia y llena de polvo. Me observaron atónitos al principio, parecían realmente sorprendidos de verme ahí, pero no parecían saber quién era.

─Buenas noches ─saludé e hice una inclinación con la cabeza.

El hombre más grande se acercó un paso hacia mí e intentó cubrir a los otros, parecía protegerlos.

─Este no es un territorio reclamado ─dijo en voz alta y grave.

Sus ojos brillaban escarlatas y fantasmales.

─Oh, pero en realidad sí lo es... Es mi territorio ─dije con una sonrisa.

Su comportamiento distaba mucho del de los otros renegados. La curiosidad me picó, relajé mis hombros y me acerqué un poco más al hombre.

─¿Quiénes son ustedes? ─pregunté con una sonrisa de oreja a oreja. El hombre se puso tenso.

─La pregunta sería ¿quién es usted, señora? Su aroma me dice que es casi tan joven como mis pequeños ─dijo mientras señalaba a los dos chicos, que permanecían quietos y en silencio detrás de él.

Solté una carcajada. La forma en que entonó la palabra «señora» denotó el miedo que tenía de mí. Por un instante me regocijé en ello.

─Podría ser ─respondí.

Miré hacia arriba para encarar al hombre, era por lo menos dos cabezas más alto que yo y tenía el doble de volumen también. Al acercarme noté el aroma de los chicos, aún olían a humano, aunque sus ojos escarlatas y sus colmillos desenfundados ocultaban muy bien la realidad de su nueva vida inmortal. Vampiros neófitos.

─Nos iremos enseguida. No queremos problemas ─dijo el hombre al ver que continuaba observando fijamente a sus pequeños.

─Por supuesto, eso será lo mejor ─dije y di la vuelta para regresar a la casa.

Escuché los sigilosos pasos de los tres vampiros alejarse. Realmente tenía la intención de dejarlos ir, pero la sed pudo más que mi razón. Salté entre los árboles y corrí tras ellos igual que un chita lo haría tras una gacela. Ninguno de ellos esperaba un ataque sorpresa. Lo deduje por el horror que se apoderó del hombre cuando me vio saltar encima de la chica, quien pegó un grito que se ahogó rápidamente cuando mis colmillos se hundieron en su cuello. Su sangre era un cóctel de sabores entre lo poco de sangre humana que aún quedaba en ella, la sangre acre de su creador y la sangre de aquel alce cuyo sabor asemejaba a la hierba. El hombre intentó jalarme del brazo para que soltara a la chica, pero lo arrojé a un lado con un solo movimiento de mi mano. El cuerpo de la chica se volvió flácido entre mis brazos, la dejé caer y saboreé la sangre relamiéndome los labios. El chico se acercó a la jovencita y me miró. El odio en sus ojos me hizo reír.

─Así que eres un renegado y ellos eran tu presa. Supongo que al final todos debemos sentir remordimientos por lo que hacemos ─musité─. Lo lamento mucho, pero tengo demasiada sed. Y teniendo en cuenta que eres un renegado y estos dos chicos no deberían existir... tomarlos como aperitivo no me causará problemas.

El hombre me arrojó contra uno de los árboles, interrumpiendo mi monólogo. Utilicé el antebrazo para quitármelo de encima y después lo golpeé con una patada hacia atrás. El hombre retrocedió un par de metros y regresó hacia mí. Lo recibí con un golpe en el estómago y después con un rodillazo en la quijada. El chico arremetió contra mí también, su fuerza era un poco mayor a la del hombre, pero sus movimientos eran torpes y bastante predecibles. Me estaba divirtiendo peleando con ambos. Chasqué los dedos y la rama del tronco frente al que peleábamos se levantó, dejando un caminito de tierra en el aire. La rama se enrolló en el pie del chico y este cayó al suelo. El hombre me observó asombrado, sus ojos se apagaron lentamente, hasta quedar convertidos en solo dos puntos rojos opacos. Parecía haber comprendido por fin quién era.

Un ruido hizo que saliera del éxtasis de la batalla. La rama soltó al chico y este emprendió la carrera. El hombre lo siguió y salieron de mi vista. Miré el cuerpo de la chica inerte en el suelo, me acerqué a ella y toqué su frente. Su piel estaba agrietada y sus ojos eran de un negro oscuro y sin vida. La había desangrado. El peso de la culpa me abofeteó. Corrí de regreso a la casa, dejando el cuerpo y lo ocurrido en el bosque.

Una vez crucé la puerta principal, limpié las botas con una toalla que pendía de la alacena en la cocina y caminé de regreso sobre mis pasos, limpiando el fango de la alfombra del recibidor. Comportándome como un ladrón, miraba cada tanto hacia las escaleras, aguzando el oído y olfateando el aire para asegurarme de que nadie me sorprendiera limpiando las pruebas de mi debilidad. Tal parecía que la guerra había por fin alcanzado mi interior también, confirmando que realmente no había comprendido del todo la feroz batalla que se libraba dentro de mí por el control. El vampiro cuya sed no se apagaba ni desaparecía sin importar cuánto bebiera, aquel vampiro que no lograba sentirse saciado, aquel vampiro famélico en el que me estaba convirtiendo. Levanté el rostro y observé mis ojos nuevamente encendidos con tan solo el recuerdo del sabor de la sangre en mi boca. Asustada, desvíe la mirada del espejo que adornaba el recibidor y subí las escaleras. Pasé de largo frente a la puerta de mi habitación y toqué la puerta de Anne con delicadeza. Solté una risita cuando esta abrió y me miró. Llevaba tubos en la cabeza y un antifaz medio caído en el rostro.

─Buenos días ─saludé intentando contener la risa.

─No todos lucimos tan radiantes como tú en las mañanas. La inmortalidad no tiene nada que ver con ese asunto ─respondió ofendida por mi burla.

Reí aún más al ver sus ojos llenos de ira y comencé a toser, fingiendo que lo que había escuchado salir por mi boca no eran carcajadas.

─Mi señora. ─Giré para observar a Raven─. Solicito su permiso para salir a revisar el perímetro, el aire huele a sangre y a vampiro.

Tragué saliva, asentí como respuesta y Raven desapareció del pasillo.

─Creí que los renegados se habrían pasado la voz sobre tu aviso de «No pisar los alrededores de tu casa» ─dijo Anne en tono de broma.

Yo no estaba para chistes, así que la ignore. El bajón de buen humor que Raven había provocado incluso ocasionó que olvidara la razón por la cual había ido a buscar a Anne.

─¿Te encuentras bien? ─preguntó al ver que me había quedado en silencio y con la vista perdida.

─Por supuesto ─respondí aún distraída─. Hablaré con Sarah después del desayuno. Le pediré que nos ayude con el hechizo de memoria para Danielle ─informé.

Anne me miró fijamente, pero al no recibir ningún comentario diferente de mi parte asintió.

─Bien, haré los preparativos para tener pócimas suficientes.

─Bien ─respondí y caminé de regreso hacia mi habitación.

Alec ya no se encontraba en ella. Con nerviosismo me cambié de ropa y cepillé mi cabello. Escuché a los chicos de Raven regresar de la patrulla y agucé el oído para poder enterarme del reporte. Un bullicio leve en la sala me hizo bajar por las escaleras sigilosamente para escuchar lo que conversaban. Alec y Ascot discutían sobre lo ocurrido en el bosque. Raven y sus limpiadores habían encontrado el cuerpo de una mujer vampiro completamente seca. Comenzaban a sospechar que los renegados habían comenzado a beber sangre de cualquiera que tuvieran a la mano.

─¿Por qué no habrían de hacerlo? ─preguntó Raven─. Después de todo, carecen de todo honor ─repuso con desdén.

Me encogí de hombros y caminé en silencio hasta la cocina. Aunque su comentario no estaba dirigido hacia mí, al pasar junto a ella sentí como si siguiera mis pasos con su mirada acusatoria. Entré en la cocina y observé a Marie y Sarah preparar su desayuno, ambas sonreían alegremente mientras batían huevos en un recipiente y tostaban pan en la tostadora.

─Ese olor es demasiado penetrante ─mascullé.

Arrugué la nariz al sentirme levemente mareada por el aroma a grasa que provenía de la sartén.

─No opinarías eso sí aún fueras humana.

Marie lo dijo con una sonrisa, pero sentí tristeza en su tono. Sonreí y me acerqué a ella en un parpadeo, la envolví en mis brazos y la abracé con delicadeza. Me resultaba tan frágil y delicada al tacto que temía romperla. Mi loca hermana tenía razón: la vieja yo amaba el aroma a tocino frito y pan recién tostado, así como el sabor del jamón con huevos estrellados. Me sentí ligeramente nostálgica por lo que solía ser y nunca más volvería a ser.

─Mi nueva dieta es aún más interesante ─susurré cerca de su oreja izquierda y sonreí con los caninos desenfundados. Marie sonrió con picardía.

─Por supuesto. ¿Quién no sería más feliz con tu dieta? Tú no tienes que preocuparte por contar las calorías que consumes ─dijo haciendo un mohín.

Sarah y yo reímos.

─No puedo creer que tu envidia hacia mi nueva inmortalidad provenga de algo tan trivial. No es mi culpa que los vampiros no puedan engordar ─dije ofendida.

Marie me mostró la punta de su lengua y continuó cocinando mientras vociferaba cosas sobre tapizar la casa de ajos y cruces. Reí y sacudí la cabeza en un gesto de negación cómica, mi hermana y sus locuras.

Sarah permaneció observando nuestra tonta discusión fijamente, hasta que su mirada captó mi atención y la miré por el rabillo del ojo. Tenía unas grandes y bastante notorias bolsas violáceas bajo los ojos. Parecía llevar algunos días sin dormir.

─¿Te encuentras bien? ─pregunté.

Sarah sonrió y asintió como repuesta.

Yo sabía de antemano que no todo estaba bien. La tensión entre ella y Allen podía cortarse con un cuchillo para mantequilla. Ellos parecían estar pasando por un mal momento y yo lo sabía desde hacía varias semanas, de hecho sería mejor decir que lo sentía desde hacía varias semanas. Sus emociones eran tan fuertes e intensas que podría captarlas aun si estuviera al otro lado del estado. Al parecer, el desencanto de la diferencia entre la mortalidad y la eternidad, así como la carga que la guerra había puesto sobre los hombros de ambos, estaban provocando demasiado estrés en su relación.

─El día de hoy no habrá entrenamiento ─declaré y ambas sonrieron de oreja a oreja sin siquiera intentar ocultar su alivio─. Sarah, ¿podemos hablar un momento a solas? ─Sarah asintió y me siguió a través del comedor hasta la sala.

─¿Sucede algo? ─Su pregunta estaba cargada de angustia muy mal disimulada. Negué con la cabeza para tranquilizarla.

─Necesito un favor ─declaré en voz baja─. Como vidente de sueños tienes la habilidad de proyectarte en la mente de las personas. ¿Podrías enseñarme a hacerlo?

Sarah se sentó frente a mí en la mesa de centro y me miró con seriedad.

─Así que es cierto. Intentarás entrar en la mente de Danielle para ver sus recuerdos. ─El tono oscuro de su voz provocó que me acercara más a ella. Me senté en el sofá y crucé los brazos sobre mi pecho─. No lo hagas, Melissa, es peligroso. Las cosas que verás y sentirás harán que pierdas la cabeza, por favor, créeme.

»Yo he estado ahí, sé lo que es ver dentro de las ideas y pensamientos de las personas y es aterrador descubrir lo que la mente humana oculta. No quiero siquiera imaginar que habrá dentro de la mente de una vampiro tan radical como ella.

Marie nos observó a ambas con los ojos abiertos desde el marco de la puerta de la cocina. Sarah no parecía querer comenzar una discusión seria al respecto, pero su posición era demasiado clara y radical, no me dejaba más opción que rebatir su opinión.

Me incliné hacia ella para que nuestros rostros estuvieran más cerca y ella hizo lo mismo, encarando mi intento por parecer seria ante su negativa. Jamás la había visto tan decida en algo, excepto claro en lo que a Allen respecta.

Coloqué mis manos sobre la mesa y sonreí con tranquilidad.

─¿Por qué te preocupa tanto? ─Utilicé un tono amable, incluso puedo decir que hasta tierno.

─Tú sabes bien por qué... Melissa, es demasiado para ti, no lo hagas. Por favor…

Sus ojos parecieron atravesar mi piel. El recuerdo de la noche anterior vino a mi memoria y mi boca se llenó de nuevo con el sabor de la sangre de aquella chica. Por un momento sentí como si mi pulso se acelerara, lo cual era obviamente ridículo, pues no tenía pulso desde hacía ya un tiempo.

Me senté recta en el sofá y la miré con vergüenza.

─Sé que no es tu culpa ─murmuró.

Marie continuaba inmóvil junto a la puerta y el ruido de la conversación entre Alec y Ascot cesó por completo. La habitación se llenó solo del suave sonido del aire que ella respiraba.

─Melissa, estás a punto de hacer algo terrible, tienes que creerme y confiar en mí. No hagas el hechizo o el poco control que tienes sobre la oscuridad de tu nueva naturaleza desaparecerá.

Me puse de pie y ella hizo lo mismo. Quedamos frente a frente. Sus grandes ojos castaños se clavaron en mi rostro, me encaró como si fuera su peor enemigo, su semblante y pose mostraban sus nervios ante la agresividad de mi mirada. La observé con más detenimiento: su cabello caía en cascada hasta casi sus codos y las raíces de su cabellera color caramelo comenzaban a asomar entre los mechones rubios; su apariencia descuidada era una confirmación más de que ella tampoco estaba pasándolo nada bien.

─Sarah, sabes que confío en ti ─comencé. Sarah suspiro. Ignoré su aparente exasperación y continué con mayor delicadeza─. Pero no podemos continuar esperando a que Ebryan haga su última jugada. Necesitamos saber qué está planeando y cuándo piensa ejecutar ese plan. De lo contrario, ya no podremos continuar protegiendo el anonimato de nuestro mundo por mucho más tiempo.

Mi voz se escuchó mucho más grave de lo que esperaba. Sarah colocó su mano en mi brazo y la visión pasó a través de mi piel. Pude sentir el calor que emanaba de ella y recorría mi cuerpo hasta llegar a mi cabeza. Una luz cegadora provocó que entrecerrara los ojos para protegerlos del brillo. La sensación en mi cuerpo era completamente distinta a la cálida sensación que sentí la primera vez que ella me mostró directamente una visión.

La casa parecía estar completamente vacía y sin sonido alguno, ni siquiera el sonido del aire colándose por las ventanas o el crujir de los árboles. Caminé hacia la sala y el olor a sangre despertó mis sentidos. Seguí el aroma hasta el centro de la habitación y, al acercarme, encontré el cuerpo de Sarah con la garganta aún llena de sangre. Junto a ella yacía el cuerpo de mi hermana y, al fondo, el de Raven. Corrí hasta llegar a ellas y algo saltó sobre mí. Me encontré de frente con el asesino: Yo.

Rodeé para quitarme de encima a lo que parecía ser mi clon, pero con una mirada completamente perdida y llena de ansiedad.

─¿Qué has hecho?

La otra Melissa sonrió mostrando los caninos aún ensangrentados.

─Sangre ─dijo con la voz deforme. Sus manos se cerraron alrededor de mis manos, inmovilizándolas. Tenía mucha fuerza. Intenté quitarla usando mis piernas, pero ella pisó mis rodillas. Me levantó tirando de mis muñecas y sus colmillos se clavaron en mi cuello.

Cerré los ojos llena de pánico y al abrirlos de nuevo ya estaba en la sala, con Sarah de pie frente a mí y con Marie observándome con el rostro pálido. Mi hermana ya no se encontraba junto al marco de la puerta, había cruzado la sala y aferraba con ambas manos la manija de la puerta que conducía al patio trasero. Alec y Ascot también se encontraban ahí y me observaban atónitos.

─¿Sarah? ─dije con un hilo de voz.

─Ahora entiendes por qué no he podido dormir...

Salió de la sala con paso lento. Intenté ir tras ella, pero los restos de la mesa de centro captaron mi atención. No solo la mesa había sufrido daños, el sillón pequeño tenía las siluetas perfectas de mis manos marcadas en la madera del descansabrazos. Miré a Alec. Ascot me sonrió y Alec se acercó a mí y colocó su mano en mi hombro. Levanté el rostro y mis ojos se encontraron con los de mi hermana.

─Lo siento, Marie.

Me acerqué un par de pasos a ella y esta se lanzó a mis brazos. No estaba segura de lo que había ocurrido, pero no era tan difícil de imaginar al observar el rostro desconcertado de todos. Mi hermana lloró en mi pecho durante los siguientes quince minutos. Marie no fue capaz de explicarme lo ocurrido, pero bastó con que expresara el pánico que sintió al ver aquello para que me sintiera culpable.

Subí a la habitación de Anne. No quería decirle a Alec lo que había visto y el único modo de guardar el secreto era alejándome de él por un tiempo, por lo menos hasta que lograra calmarme. Por fortuna, el misterio de la vampiro muerta aún lo tenía ocupado. Toqué la puerta y la voz de Anne se escuchó hasta el pasillo diciéndome que entrara. Coloqué la mano en el picaporte y abrí la puerta. Anne mezclaba las sustancias que tenía en frascos sobre su mesa de noche. Llevaba el cabello en un chongo mal sujetado.

─¿Hablaste con Sarah?

Abrí la boca para responderle, pero el ruido que provenía del frasco hizo que ambas lo observáramos.

─Espera un momento ─dijo

El líquido cambió de color mientras emitía pequeños ruidos semejantes a chasquidos. Cuando aquel sonido cesó, el color de la pócima había cambiado por completo. Tras observar aquello, Anne se giró y me observó. Tenía los ojos irritados.

─No te ves bien. ¿Sucede algo? ─preguntó.

Me acerqué hasta ella y me senté en la cama sin pedir permiso.

─Desde hace tiempo ha rondado por mi cabeza una pregunta. He pensado muchas veces en formularla, pero nunca encontré los palabras.

Anne se sentó junto a mí en la cama y aguardó en silencio hasta que terminara.

─¿Por qué te interesa tanto que mi magia crezca? Soy consciente de que, bajo las circunstancias, tener gente preparada en todos los ámbitos posibles es necesario, incluso primordial, pero no termino de explicarme por qué intentas enseñarme a usar mejor mi magia. ¿Qué sacaras de provecho tú con ello?

Anne sonrió con dulzura y después se puso de pie y caminó lentamente hacia la ventana. El sol entraba a raudales a través de ella. Era un bello día, la nieve por fin había cesado, pero las casas, los caminos y los árboles estaban tapizados de una alfombra blanca inmaculada.

─Creí que habíamos pasado la etapa de la dudas entre nosotras ─declaró con voz grave. No sonaba herida o molesta, solo parecía confundida por mi pregunta─. Nada. Yo no gano nada, excepto pasar los conocimientos de mi gente a alguien que, de un modo u otro, es una de nosotros. ¿Acaso he dado razones para que desconfíes de mí?

Entrecerré los ojos y apreté los puños. Por supuesto que no, no era de ella de quien desconfiaba, era de mí y de esta sed tan poderosa que está acabando con los pocos vestigios que quedan de mi humanidad.

─Por supuesto que no ─dije en tono firme─. Es solo que... ─Pensé en contarle lo que ocurría conmigo, pero no quería asustarla. Tampoco quería que fuera ella quien desconfiara de mí y mi autocontrol─. No era mi intención hacerte entender eso. Solo era una duda que me carcomía por dentro y necesitaba sacarla. ¿Comenzamos con el hechizo para Danielle?

Anne sonrió y asintió, aún con el semblante triste. Mi respuesta parecía haberla herido más que mi pregunta, no pude evitar sentirme miserable por ello. Pasé por alto el explicarle sobre la renuencia de Sarah a realizar el hechizo y escuché atenta la explicación sobre los ingredientes y las cantidades que debíamos agregar a las pociones. Me resultó fascinante escuchar el significado de tantas plantas y hojas que como humana solía ver todos los días: el significado de la sal y el comino, de lo que se puede hacer con el laurel, incluso el significado y el uso adecuado de las flores.

Una vez terminada su explicación, continuamos mezclando los brebajes en silencio. Necesitaba romper con aquel incómodo ambiente, pues una bruja y una vampiro reunidas en una habitación, preparando una pócima de memoria para una vampiro que, además de ser una traidora, está perdidamente enamorada de tu hombre, guardando silencio y distancia entre ellas, era demasiado humano para mi gusto.

─¿Vas a explicarme cómo se lleva a cabo este hechizo antes de que tenga que vomitar al tragar esto? ─Señalé el líquido negro verdoso que había en el frasco. Mi plan pareció funcionar, el gesto de Anne se relajó al escucharme preguntar aquello.

─La pócima hace que Danielle abra su mente ante ti y el hechizo facilita que puedas proyectarte dentro de su cabeza para buscar la información que necesitamos. Esta otra pócima hace que absorbas los poderes de alguien y los conviertas en tuyos. Y, por último, este bebe hace que puedas manipular los recuerdos de la persona a tu gusto de forma permanente, borrarlos, alterarlos… Es una delicia de poción ─dijo en medio de una risita maquiavélica.

─¿Absorber los poderes de alguien? ¿Te refieres a Sarah?

Estaba completamente segura de no haber escuchado esa parte del plan con anterioridad. De habérmelo dicho, jamás habría pensado en llevar a cabo esta descabellada idea.

─Por supuesto. Pero tranquila, la poción no afecta al portador original, solo crea una copia exacta de su poder y la transfiere a otro portador.

─No me agrada la idea de hacerle eso a Sarah ─mascullé.

Anne colocó la poción sobre la mesa y me observó con ojos severos.

─No le pasará nada. Tienes mi palabra, Melissa. Debes entender que esta es la única opción.

─Podría intentar hacerlo sin sus poderes ─dije en voz pensativa.

─No funcionaría. Es sencillo de entender. Tú, como vigilante, tenías la habilidad de ordenar y desordenar memorias, tanto tuyas como en otras personas. Pero no tienes la habilidad de entrar en la mente de las personas y buscar memorias en específico. Eso es algo que solo con ayuda de los poderes de Sarah podrás hacer, proyectarte dentro de la mente de Danielle y buscar dentro de ella hasta encontrar lo que buscamos. Danielle tratará de echarte de su mente ya que, después de todo, es inmortal y tiene la fuerza suficiente para ello, pero con esta poción no podrá hacerlo. Es una apuesta ganada. Debemos comenzar con los preparativos. Llama a Sarah.

Suspiré. Tenía la vaga esperanza de no tener que explicarle a Anne sobre la negativa de Sarah.

─Anne, Sarah no está muy convencida sobre esto ─declaré.

Anne levantó la vista y me observó sorprendida.

─¿Por qué?

La posibilidad de decirle la verdad pasó por mi cabeza, pero me contuve casi de inmediato. Confiaba en Anne, en verdad que sí, pero ponerme a mí misma en una situación vulnerable frente a ella hacía que el estómago se me revolviera.

─Danielle es, después de todo, la hermana de Allen, y todos en esta casa sabemos sobre las chispas entre ellos. Eso sin mencionar que considera demasiado peligroso ponernos en una situación tan vulnerable frente a Danielle. No sabemos qué es lo que hay dentro de su retorcida mentecilla ─dije con sarcasmo.

Anne se salió a paso veloz de su habitación. Sorprendida, salí tras ella y le cerré el paso. Me daba una idea de a dónde se dirigía.

─¿Qué haces? ─pregunté.

─Hablaré con ella.

Anne hizo el intento por rebasarme, pero volví a interponerme en su camino.

─Es nuestra única opción, debe entender eso. Es precisamente porque conozco los riesgos que elegí mostrarte el modo de llevar a cabo el hechizo, en lugar de hacerlo por mí misma. Tú no serías capaz de perder el control, conozco y admiro tu fortaleza mental.

El corazón me dio un vuelco al escucharla decir aquello. Retrocedí dos pasos sin aliento, metafóricamente hablando. Las imágenes de la visión de Sarah, la neófita de anoche, la niña del valle... «Anne no tiene idea de lo que habla, mi control pende de un delgado velo», pensé para mis adentros.

─Tu empatía te da la ventaja. Solo tú podrás resistir estar en su mente y no querer destruirla si se resiste.

Levanté el rostro y miré a Anne. Así que de eso iba todo: el invasor podría intentar destruir al huésped. Después de todo, con toda la información en sus manos, ¿qué le impediría volver sus propios recuerdos en su contra? Sonreí.

─Pues gracias por el voto de confianza, pero Danielle no es santo de mi devoción ─dije mientras cruzaba los brazos en jarra sobre mi pecho.

Anne rio de forma sincera y suspiró.

─Danielle no es el santo de nadie. Pero tú, Melissa, no eres una mala persona. Y Sarah debe comprender que es lo único que tenemos.

«Te sorprenderías mucho si supieras la razón por la que Sarah se niega», pensé para mis adentros y me hice a un lado para dejar que pasara. No tenía caso continuar argumentando con ella, nada de lo que dijera la iba a hacer cambiar de opinión, y cada frase, cada voto de confianza hacia mí, me quemaba por dentro las entrañas.

Seguí a Anne hasta la habitación de Sarah. Allen salía de ella cuando Anne llegó hasta la puerta. Tragué saliva al ver el modo en que Allen y Anne se miraron. Él se preparaba a decir algo cuando Anne simplemente lo esquivó, y sin tocar la puerta para anunciarse la abrió de par en par y entró en la habitación. Yo observé la discusión desde las gradas, es decir, desde el marco de la puerta.

Sarah y Anne se enfrascaron en una discusión donde ambas se disparaban mutuamente alegatos y argumentos. Ninguna subía el volumen de su voz, pero no por eso parecían más tranquilas. Esperé con cierta inquietud el momento en que Sarah confesara su verdadera razón para no apoyar el plan de Anne. En mi mente, incluso comencé a formar mis propios alegatos y argumentos para defenderme cuando el juicio de Anne se dirigiera a mí, pero Sarah nunca mencionó nada al respecto. Sus razones solo se inclinaban hacia el hecho del peligro que el huésped corría al ser invadido de ese modo y del inminente riesgo al que el invasor se exponía.

Sarah me miró por el rabillo del ojo y asintió.

─De acuerdo ─respondió en tono cansado─. Tienes razón. Solo Melissa podría superar victoriosa esta situación.

Anne respiró con alivio y sus hombros se relajaron.

─Es lo mejor, ya lo verás ─dijo en tono maternal.

Sarah asintió como respuesta. Anne salió de la habitación y los ojos de Sarah y los míos se conectaron.

─¿Estás segura de querer hacer esto? ─pregunté.

La chica caminó hacia la puerta.

─Debo confiar en ti. Siempre lo hice y lo seguiré haciendo.

Sus palabras provocaron un nudo en mi garganta. Sarah salió de la habitación, caminé detrás de ella hasta la habitación de Anne, quien preparaba todo lo necesario. Con dedos delicados ajustó una pequeña bolsa negra a su pecho y salió sonriendo de la habitación. Caminamos las tres hacia la sala.

Anne chasqueó los dedos y los muebles se apilaron en una orilla de la sala, la puerta corrediza de cristal se abrió y las cortinas se soltaron y doblaron sobre los muebles. Caminó hacia el centro de la sala, introdujo su mano en la bolsa trasera de sus jeans y sacó de ella una tiza color negro. Comenzó a trazar en el piso de madera círculos y triángulos, óvalos y estrellas, como si dibujara un mapa; medía los ángulos de las figuras dando pasos largos y cortos. Observé su trabajo con ojos sorprendidos, me dio la impresión de haber visto esa imagen antes, pero el recuerdo de dónde no venía a mi memoria.

─De esta forma podremos contener el poder del hechizo ─explicó Anne.

Volvió a chasquear los dedos y un par de sillas del comedor aparecieron en el centro de la mándala recién dibujada. Anne nos señaló las sillas con la mano. Sarah fue la primera en sentarse. Me senté frente a ella.

Anne se acercó a ambas y nos ofreció un par de frascos, ambas los tomamos con mano temblorosa. Sarah me miró y bebió el contenido de un solo trago, hice lo mismo. La mándala del suelo emitió un breve resplandor y mis ojos se dirigieron al rostro de Sarah. Sus ojos clavados en los míos, reflejándonos la una a la otra. Su imagen apareció en mi mente. Ya no nos encontrábamos en la sala de la casa, era una habitación blanca de largos corredores y escaleras de cemento gris interminables.

─¿Dónde estamos? ─pregunté.

El eco de mi voz llenó cada rincón de aquella habitación, rebotando de una pared a otra y regresando el sonido hacia mí desde diferentes direcciones. Miré hacia las escaleras y el corredor que poco a poco comenzaba a formarse frente a mí. No había rastro de Sarah.

─¡Sarah! ─grité asustada.

─Aquí estoy ─respondió ella.

Busqué el sitio desde donde provenía su voz y me sorprendió ver que estaba frente a mí. Retrocedí un paso.

─Estamos en mi subconsciente ─explicó mientras señalaba con la mano la habitación─. El subconsciente de las personas es donde se guarda la mayor parte de la información que el cerebro contiene. Para acceder al semiconsciente debes seguir aquellas escaleras.

Sarah comenzó a caminar hacia las escaleras de cemento y comenzó a subir una a una. La seguí de cerca, observando todo a mi alrededor. Las escaleras parecían interminables y entre más subíamos más lejos parecía que llegaban. El color de las escaleras comenzó cambiar, el gris fue reemplazado por un blanco inmaculado. Sarah se detuvo de golpe y se giró hacia mí.

─Es aquel corredor.

Miré hacia el inicio de un corredor violáceo, que parecía extenderse y extenderse hacia la nada. Solo un gran agujero brillante al final iluminaba aquel corredor, igual que la salida de un túnel oscuro.

─Proyectarte en la mente de las personas no es el dilema de mi poder, el verdadero arte radica en saber hacia dónde ir. Ese corredor es la conciencia de la persona, en ella encontrarás cosas que el huésped conoce sobre sí mismo y algunas otras cosas que él desconoce de sí mismo. ─Su mano tembló mientras abría la primera puerta de aquel largo corredor.

Una pequeña se encontraba sentada cepillando el cabello de una muñeca. Tarareaba una canción, parecía una especie de arrullo, pero no lo era. Tarareaba el Opus número dos del Réquiem de Brahms. Sarah observó a la niña con pesar.

─Tú debes saber bien lo que es ser diferente en un mundo que no hace mucho por intentar comprenderte..

La puerta detrás de nosotras se abrió y un hombre alto y de tez bronceada entró a zancadas en la habitación.

─¡Sarah! ─gritó haciendo a la niña brincar y levantarse de la silla donde se encontraba. El hombre tomó la muñeca del largo y rubio cabello y la lanzó al otro lado de la habitación. La pequeña soltó un quejido, un gritito que intentó ahogar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y clavó los ojos en el suelo─. Dije que no más muñecas. Vuelve a traer otra de esas cosas y la quemaré en la chimenea ─advirtió.

La pequeña apretó los puños con rabia y sorbió por la nariz, haciendo el intento de que las lágrimas no se derramaran por sus ojos.

─Sí, papá ─respondió la pequeña. El hombre salió de la habitación propinándole un golpe sordo a la puerta. La pequeña corrió hacia la muñeca y la tomó entre sus brazos, limpió el polvo del rostro de plástico y volvió a colocar el sujetador de cabello en la cola de caballo en que había atado el cabello de la muñeca.

─Mi papá no entiende que tú eres real. Ya se fue, Melissa.

Sorprendida por la mención de mi nombre, me acerqué a la pequeña y observé sus ojos castaños y chapeadas mejillas. Sarah no había cambiado mucho desde su niñez, solo sus facciones y gestos habían madurado.

─¿Por qué estamos viendo esto? ─pregunté.

─Esperaba que tú me lo dijeras ─respondió atónita─. Supongo que eres tú, después de todo tienes el poder de manipular los recuerdos. Esta habitación te permitirá llamar los recuerdos de Danielle.

El llanto de alguien captó nuestra atención. Una pequeña en su cama lloraba y gritaba sin parar, se retorcía sobre el colchón. El padre de Sarah entró en la habitación y tomó sin ninguna delicadeza a la pequeña por los hombros. La sacudió igual que se sacude un trapo lleno de polvo, pero Sarah no despertó. El hombre, exasperado, abofeteó a Sarah en dos ocasiones. La niña abrió los ojos y estos estaban completamente en blanco. El hombre, asustado, soltó los hombros de la pequeña y retrocedió. La niña abrió la boca y con una sonrisa anunció:

─Vas a morir.

El hombre salió corriendo de la habitación. El sonido del rechinar de las llantas se escuchó a lo lejos. Miré a Sarah y esta simplemente observó la escena con ojos serios y las manos cerradas en puño. El sonido del teléfono hizo a la pequeña levantarse de la cama. Levantó el auricular y lo colocó en su oreja, su mano perdió fuerza y el teléfono cayó de ella estrellándose contra el piso y rompiéndose en pedazos.

─Mi madre nos abandonó cuando yo tenía seis años y mi padre no soportó la pena. Poco después de que ella se fuera comencé a tener extraños sueños, parecían tan nítidos y reales que me atormentaba dormir. Le conté a mi padre sobre ellos y él se asustó, su actitud hacia mí cambió desde ese día. Comenzó a beber y en sus borracheras solía contarle a sus amigos de juerga sobre mis sueños. Obviamente, me convertí en el bicho raro del pueblo.

Las risas de un grupo de niños llenaron la habitación, que ahora era un parque, más bien el patio de una escuela. Los niños reían a carcajadas mientras señalaban algo, un pequeño bulto que yacía hecho bolita en el suelo. Una de las niñas tenía en sus manos pequeñas piedras grises, que comenzó a lanzar como si fueran puños de tierra y no piedras. Los proyectiles golpeaban el cuerpo de Sarah sin piedad, hasta que sus ojos se encendieron y se tornaron blancos en su totalidad. Cuando los demás niños vieron eso, salieron corriendo despavoridos. Sarah se levantó y comenzó a sacudir la tierra de su vestido. Tenía arañazos en los brazos y en las piernas, su rostro estaba lleno de tierra y sangre, y las lágrimas habían marcado surcos grises en la piel de sus mejillas.

─Cuando mi padre murió me llevaron a vivir con mi tía en Texas, pero en ese sitio fue más de lo mismo. Con el paso de los años mis sueños comenzaron a hacerse más detallados y mucho más reales. Un día Allen apareció en uno de ellos. Él conversaba contigo animadamente en la misma cocina donde tú y yo conversamos esta mañana. Fue en ese sueño donde comprobé que mis visiones sobre ti eran verdaderas y decidí buscarte. Solo que en el camino me topé con mi madre.

Inconscientemente hice un movimiento con mi mano y ese recuerdo apareció frente a nosotras: la mujer que conversaba con el padre de Ebryan, ¿o debería llamarle Hattori?; es demasiado complicado saber qué proporción de él era quien solía ser en aquel momento. La mujer le mostraba una fotografía, en la que se podía distinguir a Sarah y a su padre. El rostro de la mujer me pareció familiar enseguida. Ny, la madre de Sarah, es nada más y nada menos que el oráculo del futuro, aquella niña misteriosa y atemorizante. Sorprendida por la revelación miré a Sarah, quien lloraba silenciosamente al observar el recuerdo. Me acerqué a ella y coloqué mi mano en su hombro en señal de apoyo.

─¿Lo sabías? ─Mi pregunta la hizo regresar de su trance. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

─Por supuesto que sí. Tuve una visión de ella poco después de que nos dejara. Esa es la visión ─dijo señalando el recuerdo.

─El niño es importante, un jugador en extremo valioso en la guerra que se aproxima.

El padre de Ebryan la miró confundido.

─Él se encuentra en Estados Unidos, en un orfanato. Ustedes dos simpatizarán desde el momento en que se conozcan. Ámalo, cuídalo como si fuera tu hijo, el chico está solo y triste, sin memoria de su pasado ni un camino seguro hacia su futuro.

El padre de Ebryan asintió, tomó la fotografía y dio la vuelta.

─Ya que Clare no me ha elegido como su compañero, lo menos que puedo hacer por ella es intentar ayudarla con su misión.

Sarah soltó una risita sarcástica.

─Mi madre le hizo creer a ese hombre que tu madre era quien le solicitaba que se hiciera cargo de Aidan. Obviamente, sabemos que alguien más estaba detrás de aquella petición.

─¿Mi madre y el padre adoptivo de Hat... Ebryan se conocían?

Sarah suspiró.

─Sí, él era el destino de tu madre...

Su declaración me heló la sangre. Ese hombre debía haber sido mi padre. El recuerdo desapareció. Un golpe en mi cabeza me hizo caer de rodillas dentro de la habitación, que había quedado vacía. Cerré los ojos y al abrirlos de nuevo ya me encontraba en la sala de la casa. Allen sostenía la cabeza de Sarah, quien tenía un severo sangrado nasal y un poco saludable color amarillo en su piel.

─¿Te encuentras bien? ─pregunté y me incliné para sostener su mano.

Sarah asintió. Allen la tomó entre sus brazos y la llevó a su habitación. Intercambié miradas con Anne.

─Creo que exploraste demasiado hondo en sus recuerdos ─dijo en un tono que iba entre la sorpresa y el análisis.

Me levanté de la silla y la sed me hizo trastabillar. No había sentido tal necesidad hasta ese momento. Recargué mi peso en el respaldo de la silla. Al mirar a Anne solo la veía como un montón de venas y palpitaciones, podía escuchar y observar el más mínimo cambio de ritmo cardiaco en su cuerpo. Sarah tenía razón: usar esa cantidad de magia suponía un precio alto.

Haciendo uso de todo mi autocontrol caminé lo más lentamente posible hasta la nevera y tomé un par de bolsas de sangre. Mordí la primera sin siquiera importarme que estuviera fría; el sabor era pastoso y frío, pero aminoró la sed de inmediato.

─¿Te encuentras bien? ─preguntó Anne desde la entrada de la cocina.

─Sí ─respondí de forma seca─. ¿Cuánto más tendré que practicar antes de hacer el hechizo en Danielle?

Anne sacudió la cabeza.

─Haremos el hechizo mañana. La mente de Sarah no soportará que la invadas de nuevo y por lo que veo tú tampoco soportarás usar esa cantidad de magia en repetidas ocasiones. ─Asentí─. Mañana. Haré las pociones para llevar a cabo el hechizo mañana,

Volví a mi habitación jugueteando con la bolsa de sangre. Escuché la voz de Allen gritar. No pretendía espiar, pero también escuché el llanto de Sarah y eso despertó mi interés. Me acerqué hasta la puerta y permanecí de pie escuchando en silencio.

─No tienes idea de lo que pides ─dijo Allen.

─Sí lo sé, William. Y podrás negarte todo lo que quieras, pero lo he visto y hasta el momento no he tenido una sola visión que no se haya cumplido.

─¿Por qué estás pidiéndome esto ahora? Explícame... Dime qué es eso que estás intentando prevenir al pedirme que te convierta.

Abrí los ojos como platos al escuchar aquello. Allen tenía prohibido convertir a cualquier humano sin autorización del Consejo. De hacerlo se ganaría un pasaje directo a la prisión de piedra. Eso si corría con suerte. De lo contrario el castigo sería la muerte y Alec tendría que ser su verdugo.

─Si continúo como humana soy vulnerable y, tarde o temprano, me convertiré en tu punto débil. Yo... te quiero y no estoy dispuesta a perderte solo porque soy mortal.

─Sarah, ¿eso es lo que has visto?, ¿mi muerte? ─preguntó Allen en murmullo.

Sarah guardó silencio. La habitación se llenó de un sentimiento de desesperación que me arrastró con él.

─De acuerdo ─respondió Allen─. Lo haré, pero será a mi modo y solo cuando falte poco para que tu visión se cumpla.

El modo de hablar de Allen me recordó a Alec.

«Es de mala educación escuchar las conversaciones de otras personas».

«No estoy espiando. La estimo, Alec, Sarah es lo más cercano que he tenido a una amiga sincera, al menos una que no ha tratado de arrancarme la cabeza… aún».

Escuché su risa en mi mente. Giré para observarlo sonreír desde la puerta de nuestra habitación.

«Ven a la cama», pidió con ternura.

Caminé hacia la habitación con lentitud.

─Creí que habían salido a cazar ─dije mientras enrollaba mis brazos alrededor de su cuello.

─Digamos que alguien se nos adelantó ─respondió pensativo─. La familia O'Conell ha comenzado a moverse.

─¿Cazadores? ─Mi pregunta le hizo relajar sus brazos alrededor de mi cuerpo.

─Para ser sincero, me preocupaba que no intervinieran al ver todo este caos, pero jamás imaginé que su retraso se debiera a que estaban reuniendo al resto de las familias.

Abrí la puerta de la habitación y ambos entramos. Me senté en la orilla de la cama mientras Alec observaba fijamente por la ventana.

─Los cazadores han dejado de reconocer la autoridad del Consejo y los acuerdos que teníamos. Vendrán tras nosotros en la primera oportunidad que tengan.

─Que vengan entonces... Tenemos cosas más poderosas de las cuales preocuparnos.

Alec se giró y me miró.

─El padre adoptivo de Ebryan era el destino de mi madre ─susurré. Alec apareció junto a mí en la cama─. Y la madre de Sarah es nada menos que el mismísimo futuro. Sarah es un híbrido. Y ha visto la muerte de Allen intentando protegerla, así que está tratando de hacer que la convierta en uno de nosotros.

Alec se pasó las manos por el cabello.

─De acuerdo, sí que ha sido un largo día ─dijo con una mueca sarcástica en su rostro─. No podemos intervenir en la decisión de Allen, pero no permitiré que lo juzguen si decide transformarla ─musitó.

Nadie dijo ni mu cuando yo fui convertida debido al estatus de ambos, pero Allen es otra historia, sobre todo si alguien más se entera del verdadero origen de Sarah, la hija de un oráculo y un mortal, Los poderes de predicción de Sarah van más allá de lo que podamos imaginar. Será interesante saber cómo se potenciarían sus poderes al convertirse en un vampiro.

─¿Te encuentras bien? ─preguntó Alec al ver que había guardado silencio.

─Sí, es solo que aún no puedo creer el modo en que la vida de Ebryan y la mía se entrelazaron.

─No creo que todo sea fortuito. No deberías darle tanto crédito al destino.

Sonreí.