Aquella silueta femenina se abrió paso a la habitación cerrando tras de ella la puerta con mucha delicadeza, la habitación quedó en una oscuridad casi total. Mi débil vista cegada por las lágrimas no me dejaba reconocer a la chica que había invadido mi habitación.
–No llame a una enfermera, hágame el favor de retirarse.– Dije engrosando mi voz disimulando mi evidente llanto. Me senté recargando mi espalda en la cabezera de la cama para después secar mis lagrimas con la sábana. Una vez hecho esto lleve mi mirada al rostro de la chica observando con más claridad sus rasgos faciales, color de cabello y el vestido que llevaba puesto... Era raro, nunca había visto a una enfermera con un vestido largo de color blanco y mucho menos con el cabello suelto.
–¿Quién eres? ¿que haces aquí?– dije bastante perturbado por la escena. –¿Solo te quedarás ahí sin decir nada? – La situación comenzó a asustarme cuando comenzó a caminar lentamente hacia mi. No dude en dirigirme al lado opuesto de la cama escondiendo mi cuerpo entre las sábanas. Llegó al filo de mi cama quedándose quieta y mirándome sin decir ni una palabra, solo quedándose ahí admirando mi cobarde comportamiento. Ahora sus rasgos faciales eran más evidentes; tés clara, ojos color café adornados con unas pestañas largas y perfectamente curvadas, sus labios eran de un color durazno, ligeramente gruesos y su cabello largo casi tan negro como la noche.
–No tienes porque tenerme miedo.– Dijo con una voz casi angelical, suave y delicada.
Me dio la espalda tomando asiento al filo de la cama. –No vengo a lastimarte o hacerte daño, al contrario– Palpó la cama a su costado dándome una clara orden, sentarme a su lado.
Por alguna extraña razón el escuchar su voz me tranquilizaba, me hacía confiar en ella como si se tratase de alguien cercano a mi. Gateé en dirección al lugar señalado por la chica desconocida hasta sentarme a su lado. Bajé la mirada un tanto nervioso, no sabía el porque de la presencia tan repentina de está joven, me parecía extraño.
Sin previo aviso tomó mi mano que ya hacía en mi rodilla derecha, la apretó y volteo a verme. Su rostro no demostraba nada más que compasión y seguridad.
–Se todo lo que estás sufriendo.– Dijo para romper la tención que se había generado entre los dos. –Se lo difícil que es para ti toda esta situación.
–¿De verdad lo sabes?– Respondí sin pensarlo.
–Por su puesto, se muchas cosas de ti, Ángel.– con su otra mano palpó su regazo haciendo una invitación a recostarme en el. No lograba entender el porque de su amabilidad y mucho menos no entendía porque no pensé dos veces en aceptar tal invitación. Antes de que me diera cuenta ya hacía mi cabeza recostada en su regazo con mi mirada dirigida a la completa oscuridad, evitando cualquier contacto visual con la delicada chica.
– No... Lo entiendo...– Dije con inseguridad.
– Entiendo toda tu confusión.– Comenzó a acariciar mi cabello, adentrando sus dedos a mi basta melena y haciendo masajes en mi cuero cabelludo. – Pero no te preocupes, haz estado en situaciones más difíciles que esta.
– ¿Tu lo crees? – Respondí un tanto frío y distante. – ¿Cuánto llevas conociéndome?
– Mas de lo que tú piensas.
– Pero... –Intente levantarme para verle al rostro pero ella me impidió tal acción poniendo fuerza en la mano que se encontraba dándome masajes y siseando en busca de recuperar mi calma.
– Poco a poco sabrás más de ti, date tiempo y aprecia a las personas que se están esforzando por cuidar de tu salud. – Los masajes que ella me brindaba en la cabeza me relajaban a tal punto de olvidar los dolores y sentir, por primera vez en días, paz mental. – Confía en ti, se fuerte. – Mi cuerpo empezaba a sentirse ligero y mis párpados muy pesados, sin duda estaba cayendo en los brazos de Morfeo con ayuda de la chica desconocida. Una tonada surgió de los labios de la chica, arrullando mi sueño y relajando todo mi ser. Su voz fina y angelical pronto hizo sentir en mi una especie de melancolía, una melancolía que nacía desde lo más profundo de mi pecho haciéndome sentir una sensación bastante extraña, como si se tratase de algo que ya había sentido con anterioridad.
Pronto caí en un profundo sueño en el cual solo escuchaba la tonada que la chica estaba tarareando, mi mente solo se encontraba centrada en esa tonada tan estupenda y delicada, no obstante me encontré en el mismo infinito blanco en el que antes ya había estado pero ahora era diferente, ahora no me sentía triste, quizá era por la tonada que podía escuchar de fondo.
– Ángel... – Escuché de nuevo la voz de la chica desconocida, comencé a buscarla volteando a ver hacia todas las direcciones pero no encontraba rastro de ella. – Se amable con las personas que se preocupan por ti ¿Si? – No pude hacer nada más que asentir con la cabeza, si ella me decía que tenía que ser amable era por algo... No perdía nada con intentarlo. – Ángel... Ángel... Ángel... – Mi nombre era repetido aparentemente por ella, me parecía extraño, pero de la nada todo ese infinito de color blanco desaparecio cuando abrí los ojos y me encontré con Galilea, sentada al filo de la cama acariciando mi cabello.
– Ángel... Que bueno que despertaste. Hoy dormiste más de lo habitual. – Dijo con la misma tranquilidad que le caracterizaba.
Me levanté de golpe buscando la presencia de aquella chica que cuido de mi en la noche.
– ¿dónde esta la chica de cabello negro? – Dije con cierta preocupación.
– ¿Chica de cabello negro? ¿A qué te refieres Ángel? – Claramente Galilea se encontraba confundida.
– Si, la que me cuido ayer en la noche. Era un poco más alta que tú, piel blanca, ojos cafés, vestido blanco muy largo... ¿No sabes nada de ella?
– Ángel... Nadie tiene permitido entrar a tu habitación por las noches más que las enfermeras y ni una de nosotras coincide con la descripción que me has brindado... ¿Estás seguro que no fue un sueño?
– Galilea, no lo fue – Tome sus hombros mirándole fijamente – Te juro que todo fue real, sentí sus caricias en mi cabello, el calor de su regazo y su respiración tan delicada.
– Ángel... – Galilea se levantó dirigiéndose al buró ordenando mis pastillas. – Nadie entro en tu habitación el día de ayer, por favor toma tu medicamento.
– Galilea, por favor. – Me levanté para seguirle y abrazarle por atrás. – Por favor no me tomes a loco...
Galilea tomo mis manos que ya hacían rodeando su vientre, sujetando con fuerza.
– No considero que estés loco Ángel. – Volteo a verme tomando mi mejilla y acariciándola. – Solo digo que es imposible que alguien que no sea enfermera entre a tu habitación después de las dieciocho horas, a esa hora terminan las visitas y además... – Se quedó en silencio unos segundos.
– Lo sé, nadie me ha venido a visitar. – Desvíe la mirada caminando al buró buscando mi medicamento.
– Ángel, no te sientas mal... – Al parecer sentía un poco de culpa al recordarme que no tenía a nadie quien me visitará. – Yo... – Le interrumpí su frase abrazándola por sorpresa, escondiendo mi rostro en su cuello. Ella se quedó pasmada por unos segundos pero poco después correspondió al abrazo rodeando mi espalda y sujetando con fuerza mi bata.
– No tienes la culpa... Tranquila. – Susurré un tanto triste.
– Quizá si la tenga... – Dijo con el mismo tono de tristeza.
– No digas eso... – Me separé mirándole al rostro dándome cuenta que ella estaba llorando, pase mi mano por su mejilla derecha secando sus lagrimas. Ella se preocupaba mucho por mi, de verdad lo hacía a pesar de lo mala persona a que fui con ella... En ese momento pensé en las palabras de aquella chica desconocida: "Se amable con las personas que se preocupan por ti ¿Si?"
– Pero Ángel, yo... – Antes de que dijera una palabra más recargue mi dedo en sus labios y sonreí.
– Gracias por todo. – En ese instante Galilea rompió en llanto abrazándome y escondiendo su rostro en mi pecho.
– Gracias a ti, Angie...