Unas chicas nos interrumpieron para hablarme a mí.
—Estuviste genial. ¿Dónde aprendiste a golpear así?
—No hablemos de eso aquí — llevo la mano a la nuca para disimular.
La mirada asesina de Araceli, estremeció todo mi ser de temor. Incluso me veo temerario y terrorífico. No sabía que tendría una manera de ver mis propias expresiones.
—¿Así que te estabas divirtiendo?
—No es lo que piensas.
—Váyanse de aquí — las espanta y vuelve a mirarme—. ¿No llevas ni quince minutos desde que entraste y ya has formado una pelea?
—Yo no tengo la culpa de que seas la última coca cola, en un desierto donde hay tanta sed. Por tu culpa he sido manchado por la desgracia. Esto es algo que va a perseguirme de por vida — me está doliendo mucho la barriga, no lo había notado por la adrenalina y el corre y corre—. Vayamos a la casa. Olvidemos el objetivo de hoy.
—Estás pálido. ¿Pasó algo más?
—No vuelvas a preguntar.
Regresamos a la casa y, por alguna razón, el dolor se ha ido agudizando. Son como punzadas en el estómago. Ella me da la privacidad de poder ducharme solo y es mejor así. No quiero recordar lo que sucedió ayer. Me quito la camisa y el roce de ella en los senos, fue como una corriente. Antes me había sucedido eso, pero hoy es como más fuerte. Me asomo por la puerta del baño y como no la veo, la cierro suavemente. Me miro en el espejo y noto que están erectos. No lo entiendo. No los he tocado directamente para que se pongan así. Tras la curiosidad, los toco con la yema de los dedos con sumo cuidado y como que pica. Es una sensación extremadamente rara, pero de alguna manera se siente bien y estoy calentándome. Debo estar loco para estar haciendo esto. La curiosidad no te puede llevar a tanto. Tengo que bañarme y limpiarme todo. Me bajo el pantalón junto con esa ropa interior tan fina y el olor a sangre que invadió mis fosas nasales y pude ver en ella, hizo que saltara en un mismo sitio en pánico.
—¡Aaaah, me estoy desangrando!
—¿Cuál es el alboroto? — no tarda en abrir la puerta.
—Sabía que esa tajadura no es normal. ¿Por qué debo llevar esta cosa entre las piernas? Soy muy joven para morir. Haz algo, busca algún papel para detener el sangrado. Dios mío, ¿qué he hecho en la vida para merecer esto? Bueno, han sido muchas cosas, pero nada que justifique castigarme con una tajadura sangrienta.
—¿Podrías bajar la voz? Los vecinos deben estar escuchándote. Guarda la calma. Esto es solo el período, nada de otro mundo.
—¿El periodo de qué? ¿De desangración?
—La menstruación, idiota.
—¿Eso qué es?
—Es un sangrado normal que ocurre como parte del ciclo mensual de nosotras las mujeres. Todos los meses, nuestro cuerpo se prepara para un posible embarazo y… — la interrumpo inmediatamente.
—¿Por qué demonios estás preparándote para eso? Todavía eres muy joven. Si tantas ganas tienes, espera al menos a que regresemos a nuestros cuerpos.
—Dios mío, eres una bestia. Entra al baño y báñate bien. Iré a la habitación a buscar las toallas. Gracias a Dios que las traje porque sabía que faltaba poco para que llegara el día.
Ella sale y entro rápidamente al baño. Ver la sangre recorriendo el suelo, me hace sentir náuseas. ¿Es que a eso se debe el dolor que estoy teniendo en la barriga? Siento mis tripas revueltas y esas agudas punzadas. Luego de bañarme y sacarme todo el sucio de la pintura del cabello, salgo del baño, donde ella me está esperando para cubrirme con la toalla y secarme. La ropa interior que voy a ponerme, tiene un pedazo como de tela gigante, no sé qué rayos es y se siente incómodo caminar con eso entre las piernas. Me acuesto en la cama y ella me arropa como si se tratara de un bebé. Esto es estresante.
—Durante los próximos tres días estarás adolorido, con náuseas, malestar, posiblemente fiebre, incluso te dolerá para evacuar.
—¿Voy a morir? ¿Eso estás tratando de decir?
—No, pero conociendo lo gallina que eres, te veré llorando y retorciéndote — sonríe, y ganas no me faltan de pegarle un cocotazo.
—Estás disfrutando de esto, ¿verdad?
—Sí, como no tienes idea. Nada mejor que un mes libre de esos malestares. Al fin tengo la dicha de ver cómo un hombre reacciona a algo que a nosotras las mujeres vivimos mes tras mes.
—Eres malvada. Ya me encargaré de cobrarte eso.
—Lo que digas. Voy a prepararte una compresa fría. Eso te aliviará un poco — sale del cuarto y suspiro.
Al cabo de un rato, que pareció eterno, ella entra a la habitación con un plato de comida y me levanto a mirar de qué se trata.
—Es importante que te alimentes mejor.
—¿Por qué haces esto? No me gusta la forma en que me estás tratando. Siento que si eres así de amable, es porque algo estás tramando.
—No estoy tramando nada, solo te estoy cuidando.
—¿Cuidándome?
—Ahora que somos tan cercanos y tenemos que convivir mientras la situación se resuelve, solo nos tenemos el uno del otro. Eso hacen los amigos.
Esta casa siempre se ha sentido sola. Estas atenciones jamás las he experimentado antes, ni siquiera con mi madre. Todo el tiempo he estado acostumbrado a lidiar con las cosas solo y en silencio. Tal vez no sea tan malo sentirme menos solo.