Capitalismo repugnante

Joseph estaba en su cuarto, encerrado, llorando. Él sentía un vacío que hace un buen tiempo no sentía. Alister caminó hasta la puerta de su cuarto y tocó un par de veces.

— Joseph, amigo, soy yo, Alister. ¿Puedo pasar? — no hubo respuesta, pero la puerta estaba abierta, así que Alister entró. — ¿Hola?

— Vete, Alister… — dijo Joseph con la cara en su almohada.

— Viejo… lo siento. De verdad.

— Ella era especial… — dijo llorando. — Era una niña alegre y divertida… ¿Por qué le pasó eso?

— Joseph. Escucha, ya sé que esto es una tragedia, incluso a mí me duele saber que Peek ya no está, pero no hay de otra… la vida es así. Mira, yo no puedo comparar mi sufrimiento con el de otros, después de todo, el sufrimiento es diferente en todos… Pero te tengo que decir algo, ya van tres días en los que repites que las diosas esto y lo otro. Pero el llorar de esa forma solo te convierte en ellas… En personas normales. Todos lloramos y eso está bien, solo recuerda que, como tu mejor amigo, estoy aquí para ayudarte. — Joseph volteó a verlo, se escurrió las lágrimas y, con la expresión más seria que pudo le dijo:

— ¿Por qué eres gay? — ambos se miraron y comenzaron a reír.

— Ese es mi compañero. Ven, necesitas sol. — Joseph se levantó y fue con Alister al exterior. Caminaron por Codan por unos minutos hasta que llegaron cerca del centro. — Oye, estaba pensando, necesitamos no solo un poco de dinero extra, sino también entrenar con nuestras armas.

— ¿Si?

— Así que, ¡Mira! — exclamó señalando un cartel el cual los elfos miraban. Se acercaron y lo vieron a detalle. "Guardianes Meca. Servicio de héroes, si necesitas ayuda con enemigos poderosos, ¡Llámanos y nos haremos cargo! Por un módico precio."

— ¿Era necesaria esa última parte? — preguntó Joseph mirando el cartel con unos retratos de sus armaduras en poses épicas con sus números.

— Yo tengo un dicho. "Si eres bueno, probablemente deberías capitalizarlo."

— ¿Estás bien? ¿Quieres hablar de algo? — preguntó consternado.

— Cállate.

— ¡Chicos! — exclamó Sohee corriendo hacia ellos. Una vez llegó vio a Joseph, se veía triste, pero al menos salió de su cuarto. — ¿Están bien?

— Si, estamos bien… — respondió Joseph con una sonrisa.

— ¡Capitalicé a los Guardianes! — exclamó Alister con una sonrisa malévola.

— Tenías que ser descendiente de Karina… Ella era hija de Zak. — algo dentro de Alister se rompió en mil pedazos.

— ¿Qué ella era qué?

— Hija de Zak. ¿Por?

— Yo… soy hijo de Zak…

— Espera, ¿Karina era tu hermana? — preguntó Sohee confundida.

— Eso… parece…

— ¿¡Te enredaste con tu propia hermana!? — exclamó Joseph.

— ¡Cállate! — exclamó Alister avergonzado.

— No puedo creerlo, hiciste el amor con tu propia hermana… — dijo Sohee apenada.

— Aunque… Las cosas como son, yo si le daba… — dijo Joseph, entonces sintió las dagas que eran los ojos de Sohee en él. — ¡Pe-Pero ella estaba muerta y eso no es bueno! — todos se dieron cuenta de lo turbio que era eso. — ¿Tuviste sexo con el fantasma demacrado de tu hermana mayor? — Alister sonreía mientras usaba su cuchilla derecha para cortarse las venas de su muñeca, pero como era un vampiro, no salía sangre.

— Odio mi vida… — entonces sus pulseras sonaron, Joseph contestó.

— ¿Hola?

— ¿Guardianes? — preguntó un hombre.

— Si, somos los Guardianes.

— ¡Gracias a las diosas! ¡Necesito su ayuda urgentemente!

— ¡C-Claro!

— Vengan al pueblo de Karey, por favor. ¡Y rápido!

— ¡Enseguida! — Joseph colgó. — ¡Nuestra primera misión!

— ¡¡¡UUUUUUUUUUUUUUHHHHHH!!! — gritó Alister.

— ¡El pueblo de Karey está al sur de aquí! ¡Vamos!

Ellos corrieron a sus caballos y se fueron. En menos de cinco minutos llegaron a su destino, el pueblo de Carey se caracterizaba por su artesanía y la calma de sus habitantes, los Guardianes llegaron.

— ¡Guardianes! — exclamó un hombre elfo de tez oscura desde una casa. Ellos bajaron de sus caballos, los dejaron en un establo y fueron con el hombre. Él los invitó a su casa, estaba casi vacía, solo habían pocas cosas, dos silla de madera hecha a mano, una mesa, platos de barro y una caja con libros muy viejos. — Lamento no tener asientos… ¿Quieren algo de tomar?

— ¿Opciones? — preguntó Alister.

— Agua… Agua… — Alister notó un jarrón con jugo.

— ¿Y ese jugo?

— ¡No! — exclamó el hombre. — E-Es para mi hija… — Joseph reaccionó a eso.

— ¿Qué necesita de nosotros? — preguntó Joseph intentando no llorar por los recuerdos de Peek.

— Es… sobre mi hija… Desapareció. — Joseph reaccionó otra vez. — Los guardias no quieren hacerme caso porque solo han pasado cinco horas… ¡Pero mi niña nunca llega tarde a la escuela! Se que tiene quince años… ¡Pero ella es responsable!

— ¿Señor? ¿Está seguro que…? — dijo Sohee antes de ser interrumpida por Joseph.

— ¿Dónde la vio por última vez?

— Ella iba a la escuela… Pero su maestra me dijo que no apareció. Le dije a los guardias, pero me dijeron que ella debió quedarse en casa de algún amigo o que se escapó… pero Pamela nunca haría eso…

— ¿Hacia donde es la escuela de ella?

— El siguiente pueblo al este… a diez minutos a pie.

— ¿Qué hay hacia allá? — preguntó Joseph a Sohee.

— El pueblo de Niknin. Ahí hay una escuela tanto de primaria como de secundaria. — respondió Sohee.

— Bien. — Joseph miró al hombre y puso su mano en su hombro. — Le juro que traeré a su hija sana y salva. Un juramento de Guardián. ¡Vamos, equipo! — exclamó Joseph y salieron de la casa, subieron a sus caballos y se fueron al este. Cabalgaron por un corto tiempo hasta que Alister detectó algo, olfateó el aire.

— Huelo sangre… ¡Joseph, por ahí! — exclamó Alister. Ellos frenaron y miraron el suelo, habían huellas de cascos de caballo que se iban hacia los árboles.

— Esta zona es muy boscosa. Hay que tener cuidado. — dijo Sohee.

— Ehh… ¿Chicos? — dijo Alister mirando el suelo, se acercaron y vieron un dedo arrancado tirado en el pasto. Joseph se enfureció. Alister recogió el dedo y lo olió. — Elfo, hombre adulto… treinta y tantos… alcohólico… y pajero. — dijo tirando el dedo. — No es de la chica, pero ya hay algo más: Perfume de rosas.

— Es muy popular entre las chicas, es barato y huele bien. — dijo Sohee.

— No solo eso, también pude oler algo más… no puedo reconocerlo muy bien… Pero podría ser algún tipo de sedante.

— ¿Por qué lo dices? — preguntó Joseph.

— Siento que en cualquier momento voy a caer dormido.

— Bien, mi teoría: Pamela iba por aquí cuando un tipo salió de entre los árboles y la sujetó, intentó sedarla, quizás con un pañuelo, pero Pamela se resistió y le arrancó un dedo de una mordida, pero él logró llevársela.

— Bueno, pero ¿Cómo hizo para llevársela por el bosque él solo?

— Si, tenía uno o más compañeros.

— Tengo su rastro.

— Vamos de una vez.

Ellos recorrieron el bosque, Alister los guiaba. Recorrieron el lugar por varios minutos hasta que vieron una cabaña a lo lejos, se acercaron sigilosamente y llegaron a una ventana, miraron a través, habían dos hombre totalmente borrachos tirados en el suelo, rodearon la cabaña y encontraron otra ventana, estaba tapada por cortinas, Sohee usó la función de visión térmica en su visor y vio a dos hombre que parecían estar con una mujer pequeña, uno por detrás y otro por en frente.

— Creo que tienen a Pame… — Sohee no pudo terminar cuando Joseph atravesó la pared y se encontró con algo totalmente repugnante, dos hombres, elfos de treinta y cuarenta aproximadamente violando a Pamela quien estaba muy golpeada y ya rendida, sus compañeros entraron por el enorme agujero y vieron aquello. Los hombres intentaron escapar, pero Alister los bloqueó.

— ¡Alto! — exclamó Sohee apuntando con su ballesta. — No se muevan, malditos enfermos. — Joseph se acercó a los hombres aterrados, los tomó del cuello y los miró directamente a los ojos.

— Raptar, golpear y violar a una niña de quince años… Repugnante y patético. — dijo Joseph envuelto en ira, miró a Pamela quien estaba siendo consolada por Sohee y se la imaginó como Peek, eso lo enfermó más. — No irán a una cárcel. No, no, no. Ya verán. — Joseph se los llevó al bosque para que Pamela no viera lo que les va a pasar.

— ¡Alister! ¡Arresta a los otros dos y busca, no sabemos si hay más! — exclamó Sohee abrazando a Pamela quien no paraba de llorar.

— ¡Copiado! — se escucharon gritos de agonía que provenían del bosque, súplicas y lamentos, Sohee hizo todo lo posible para que Pamela no escuchara. Pasaron los minutos, Sohee, sin su armadura, tenía a Pamela envuelta en una manta que trajo, Alister, también sin su armadura, tenía atados a tres hombres y los puso en el suelo.

— ¿No hay más? — preguntó Sohee a Alister.

— No, busqué por todo el bosque y no vi nada. — él miró a Pamela, cabello castaño, tez oscura, ojos azules y una mirada asustada. — ¿Te encuentras bien?

— S-Sí… — dijo Pamela asustada.

— Tranquila, todo ya pasó. — dijo Sohee, entonces Joseph apareció de entre los árboles limpiando su espada.

— ¿Y los otros dos? — preguntó Alister. Joseph retrajo su casco.

— Ya no molestarán, nunca más. — él miró a Pamela. Se le acercó y se agachó. — Tranquila, esos seres malvados no volverán a hacer nada malo. Tú debes ser Pamela, ¿Verdad? — ella asintió. — Me alegro. ¿Quieres agua?

— Si… Por favor. — Joseph sacó una botella con agua de su pulsera y Pamela comenzó a tomar agua y escupirla. Joseph le dio otra botella y ahora sí comenzó a beber. — Gracias… ¡Gracias! ¡Gracias! — exclamó ella llorando.

— Ya, ya… Ven, tu padre pregunta por ti. — los Guardianes llegaron al pueblo con Pamela en el subida en el caballo de Joseph mientras él lo guiaba de la rienda mientras cargaba uno de los hombres en su hombro, Alister llevaba otro y Sohee otro más. Los guardias los detuvieron y ellos les entregaron los hombres y Joseph se llevó a Pamela a su hogar, tocó la puerta un par de veces y el padre de ella abrió.

— ¡Papá! — exclamó Pamela corriendo a abrazar a su padre mientras lloraba.

— ¡Pamela! ¡Oh, gracias a las diosas! — exclamó llorando mientras abrazaba a su hija. Él miró a Joseph. — Muchas gracias, de verdad. Por favor, como paga puede tomar cualquier cosa que quiera de mi casa… Yo no tengo dinero…

— Tranquilo, mire, mas bien yo le voy a pagar a usted por preocuparse por su hija. — él sacó una bolsa de su pulsera, tenía la moneda de los elfos, una cantidad bastante buena. — Aquí tiene, esto debe ser suficiente, también les daría un arma por si acaso, pero eso sería demasiado… ¡Oh! ¡También te daré mi caballo!

— ¿¡De veras!? — exclamó el padre de Pamela.

— ¡Por supuesto! No sirve de nada que sigas caminando hasta tu escuela, así que te lo encargo. — dijo mirando el caballo.

— ¡Gracias, señor Guardián! — exclamó Pamela abrazándolo.

— Tranquila, pero recuerda ir con cuidado.

— Oiga… ¿Qué pasó con aquellos dos hombres…?

— Les di una lección, créeme, ya no molestarán a nadie.

Unos cazadores elfos iban por el bosque en busca de algún animal para alimentarlos a ellos y a sus familias, entonces sintieron un olor a muerto, se acercaron y lo que vieron los traumó, eran dos hombres desnudos con sus brazos, piernas y genitales cortados, sus estómagos estaban abiertos por los animales del bosque y estaban empalados desde el recto a la boca.