Los tres estaban esperando en un bar en Akena, habían puesto un anuncio que le pedía a La Muerte Roja que se revelase y se les una. Dante miraba maravillado como los humanos pasaban el rato, no era muy diferente a los elfos, pero en lugar de magia, ellos tenían pantallas que proyectaban imágenes.
— ¿Y bien? — preguntó Abigail a Dante. — ¿Te gusta este lugar?
— Es… Diferente a mi hogar. — dijo él. — Normalmente estaría viendo elfos hacer trucos en un escenario, no ver justas en una caja mágica.
— No nos preguntes como funciona, porque no tenemos idea. — dijo Raquel.
— Ya lo creo…
Entonces vieron como alguien se les acercó, una mujer, joven, delgada, pero voluptuosa, piel clara, cabello morado que le cubría los ojos, llevaba puesta una capa con capucha que la cubría por completo. La mujer se sentó junto a ellos.
— ¿Disculpe, señorita? — dijo Dante. — ¿Necesita algo? — la chica tiró a la mesa el anuncio.
— Supe que me buscaban… — dijo levantando su mirada y mostrando sus ojos rojos como la sangre. — También supe que me necesitan.
— La Muerte Roja. — dijo Abigail. — El mito, la leyenda, finalmente nos conocemos.
— Ya nos conocíamos, Abigail Vincent. Tantas veces que intentaste atraparme. El leer sus reportes en los carteles… ¡Era como una tira cómica!
— Ahora mismo podría arrestarte.
— No lo creo, por algo soy La Muerte Roja. No me importa si me ven, te mataría aquí mismo, querida.
— Quiero que lo intentes. — dijo tomando su espada.
— Con todo gusto. — dijo sacando una daga de su capa.
— ¡Tranquilas! — exclamó Dante. — ¡No tenemos que pelear entre nosotros! Bajen sus armas. — ambas suspiraron y guardaron sus armas. — Bien, ahora, señorita Muerte.
— Mi nombre es Karina, Karina Dagger, pero tú puedes llamarme como quieras, papi. — dijo ella a Dante.
— ¿¡Dagger!? — exclamaron los tres.
— ¿¡Eres de la familia Dagger!? — preguntó Dante sorprendido.
— ¿Conocen a los Dagger? — preguntó Karina.
— Los Dagger son la familia más peligrosa que jamás haya existido. Hay leyendas de su conteo de muertes y el mismísimo rey de los vampiros es un Dagger.
— Tienes razón, mi hermoso elfo. Soy una Dagger, saben de lo que soy capaz, pero me voy a unir a ustedes.
— ¿De verdad? — preguntó Raquel
— Sí, anciana.
— Tengo dieciocho.
— Como sea. Yo me voy a unir a ustedes con dos condiciones. La primera: me darán mi paga. Segunda: soy una vampiro, no puedo sobrevivir sin sangre, así que deberán suministrarme de sangre para suplir mis necesidades. — los tres se vieron muy asustados, suspiraron y vieron a Karina.
— Trato hecho. Estás dentro. — dijo Abigail, luego sacó una bolsa con monedas y se la entregó a Karina. — Aquí está tu paga.
— Vengan con mamá. — dijo mirando la bolsa. Ella sacó una moneda y la miró atentamente. — Bien, ahora que estamos en confianza, les voy a hacer una pregunta: ¿Qué vamos a hacer?
— P-Pues…
— Venir conmigo. — dijo una voz femenina, los cuatro voltearon y se vieron en frente del legendario Bosque de Farim, estaban muy confundidos, entonces la vieron, Leptice.
— ¿L-Leptice? ¿¡La diosa Leptice!? — preguntaron los cuatro sorprendidos.
— Así es, ahora, vengan conmigo. — dijo Leptice antes de caminar al interior del bosque.
El grupo la siguió, como si fueran ovejas siguiendo a su pastor, los cuatro avanzaron siguiendo a la elegante diosa hasta verse en un claro con una especie de taberna, de ella salieron Akala y Merfar, las tres diosas miraron al grupo.
— Abigail Vincent, Dante el Magnífico, Karina Dagger, Raquel, ustedes han sido elegidos para cumplir con su destino de ser héroes. — dijo Leptice. — Serán convertidos en los protectores del reino y se encargarán de frenar esta guerra.
— ¿Nos están hablando las diosas? — preguntó Karina aún estupefacta.
— En efecto. — dijo Merfar. — Ustedes serán bendecidos con las armas definitivas, les hemos dicho a cada uno de sus reyes que ayuden a usar el poder de la Gema Yuma que les entregamos para crear esas armas. No tenemos idea de lo que saldrá de eso.
— Sin embargo — dijo Akala. —, ustedes deberán hacer unas pruebas para elegir, pues son cuatro, mas solo tres serán los guerreros salvadores.
— ¿Disculpen? — preguntó Dante.
— ¿No les contó nada Abigail? — preguntó Leptice. Karina y Dante la miraron.
— Escuchen. La cosa es, yo tengo una hija y mi hogar, si me vuelvo una guerrera a tiempo completo, no podré protegerla… L-Leptice me ofreció hacer unas pruebas, si vencía, volvería a mi hogar.
— ¿Disculpa? — preguntó Karina.
— Ya sé que es malo… pero…
— Está bien, señorita Vincent, conozco los esfuerzos de una madre soltera, si usted quiere volver a su hogar, no la frenaré. — dijo Dante.
— Que así sea. Aquí se quedarán por mientras, hay comida, agua, un río cerca y hay unas vitaminas para Karina, conocemos las necesidades de los vampiros, así que les entregamos unos multivitamínicos y pastillas para el hierro. — dijo Leptice.
— Y como bono, les entregamos a… — dijo Akala mirando a la puerta de la taberna, ahí estaba Ágata en su atuendo de tabernera. — Ágata, hija de Merfar y segadora. Ella les va a servir.
— Es un placer conocerlos. — dijo Ágata sonriendo.
— Bien, nos tenemos que ir, ya les avisaremos de la primera prueba. — dijo Leptice antes de desvanecerse con sus hermanas. Los cuatro miraron a Ágata y esta les devolvió una mirada fría.
— Hola, Guardianes. — dijo con un tono frío. — Escuchen bien, no vengo a hacer amigos, vengo porque no tengo opción, mas les vale tratarme con respeto si no quieren morir. Sobre todo tú, elfo. Ahora vengan, ya está la comida.
Los Guardianes se miraron algo confundidos, pero no había de otra, así que decidieron entrar.