Gato

No perdí más el tiempo y me dirigí directamente al claro. Puesto que Raidha ya se encontraba prácticamente bien no podía estarse quieta, se vino conmigo a ayudar... Con ayudar me refiero a gritarme lo que tenía que hacer sentada en un tronco...

—¡Eres un lento! ¡A este ritmo no terminaremos nunca!

—Dirás que no terminaré. Tú no es que estés ayudando mucho que digamos... Si no te gusta hazlo tú misma...

—¡Yo no puedo hacer esto! ¡Tu poder siquiera es magia!

Al decir esas palabras cruzó los brazos y giró la cabeza molesta.

—A esa conclusión llegué solo... De verdad, no entiendo por qué le molesta tanto que tenga este poder... —susurré mientras seguía poniendo mi empeño en arreglar el suelo.

Se trataba de un trabajo duro, pero como se suele decir, la práctica hace al maestro. Conforme le dediqué tiempo, empecé a notar que cada vez me era más fácil. Seguía siendo bastante complicado y agotador, sin embargo, ya no era al nivel de no poder hacer nada a menos que pusiera toda mi conciencia en ello.

Lo siguiente que descubrí fue que podía controlar las plantas con mayor facilidad que la misma tierra. Lentamente conseguí rellenar los agujeros y replantar los árboles. Lo dejé tal y como lo recordaba. Uno nunca diría que había ocurrido un desastre el día anterior.

—Terminé —dije con un suspiro de satisfacción.

—Ya era hor…

Roaaaaaaar

La frase de Raidha fue interrumpida por un sonoro rugido proveniente de los límites del claro.

—¿Eso ha sido un animal? —preguntó Raidha.

—Uno bastante grande... —respondí mientras tragaba saliva completamente tenso.

Raidha se vino a mi lado y me sujetó del brazo. El silencio reinó en el claro. No se escuchaban pasos rompiendo ramitas ni el sonido de algo arrastrándose entre los arbustos. Un ambiente pesado, causado por no saber que nos estaba acechando, nos presionó continuamente.

—¡Allí! —gritó Raidha mientras tiraba de mi brazo desesperadamente.

Miré hacia el lugar que apuntaba. Una especie de tigre blanco se abrió paso lentamente al claro. Viéndolo entrar tan tranquilo era difícil saber sus intenciones, pero algo en mí me advertía de que era muy peligroso. Quizás era lo que llaman instinto animal o simplemente era... ¡que esa maldita cosa medía más de cuatro metros!

-Al final apareció un depredador de verdad.

—Joder, ¿en este bosque todos los animales toman esteroides o qué? —dije mientras retrocedía un poco.

El tigre avanzó un poco y se quedó quieto observándonos a ambos. Me miró directamente y luego a Raidha. Antes de que nos diéramos cuenta se agachó ligeramente. Al notar ese sutil movimiento, reaccioné prácticamente por instinto. Salté sobre Raidha para derribarla. Ambos caímos a varios metros del lugar en el que nos encontrábamos, lugar por el que el tigre acababa de pasar a toda velocidad. Giró ligeramente la cabeza hacia atrás, dedicándome una molesta mirada gatuna... Por lo visto le quité la comida.

—Va a por ti... Parece que estás más buena que yo —le dije a Raidha mientras me ponía entre ella y el tigre.

—¡No es momento de bromear!

Ese animal se puso a dar vueltas lentamente a nuestro alrededor sin dar señales de querer atacar de nuevo. Ese comportamiento me ponía terriblemente nervioso. Todo mi cuerpo me avisaba del gran peligro que corríamos. No obstante, no estaba tan asustado como lo había estado anteriormente. Quizás porque se trataba de un animal, porque ya me había acostumbrado ligeramente al peligro, o porque ya había aprendido la lección tras todo lo ocurrido, pero pude reaccionar más calmadamente.

—Raidha, quédate atrás. Yo me encargo.

Saqué la pistola y me dispuse a llenar de agujeros a ese gato grande. En esos momentos el tamaño era una ventaja para mí, más fácil dar en el blanco. Levanté la pistola con ambas manos, sujetándola firmemente, y apunté a su cabeza. Puse el dedo en el gatillo dispuesto a apretarlo. Sin embargo, nada más me vio levantar la pistola, el tigre dio un gran salto y se apartó de delante mío. En el momento que apreté el gatillo ya no estaba ahí.

Seguí disparando siguiendo su carrera a toda velocidad por el claro, pero no conseguía dar en el blanco por mucho que me esforzara. Se movía demasiado rápido como para poder lanzar un disparo preciso. El cargador se vació sin que le pudiera arrancar ni un solo pelo de la cola.

—No me jodas... ¡¿Cómo algo tan grande puede ser tan ágil?!

Miré a Raidha, ella entendió lo que le quería transmitir sin tener que decir una sola palabra. Tomó un poco de distancia caminando hacia atrás, sin perder ni un momento de vista al tigre.

—Yo lo distraigo, tú lo inmovilizas —le dije mientras cambiaba de cargador.

—¡Entendido!

A pesar de estar ya casi curada, no lo estaba por completo. Tampoco se encontraba en plena forma. No podía dejar que participara en una pelea directa. Sujeté la pistola con mi mano izquierda y saqué a Vurtalis para enfrentarlo de cerca si hacía falta. Un vistazo rápido al tamaño de la cuchilla me hizo sudar intensamente. Las garras de este animal eran prácticamente igual de largas. En el cuerpo a cuerpo tenía las de perder. No obstante, debía hacerlo, de lo contrario ambos terminaríamos como comida para gatos.

Finalmente, el tigre volvió a atacar. Confié en Raidha, sabía que me daría una oportunidad. Mantuve la posición y, como pensé, me protegió con su magia del ataque. Este quedó algo confuso al encontrarse algo que no esperaba. Rugió con fuerza en nuestra dirección y sus garras se clavaron en el suelo, dejando profundos surcos. Tomó impulso y volvió a cargar de frente hacia mí. En menos de un segundo ya lo tenía encima.

—Como quieras, ¡cruzaremos garras! —grité mientras también daba un paso adelante con Vurtalis en la mano.

La espada voló directamente a su cuello, pero tras una parada en seco y saltar en diagonal hacia un lado, evitó el corte que le lancé. Desde esa posición contraatacó y su garra se cruzó por delante mío. Tuve tiempo de dar un ligero paso atrás para evitar ser destripado por completo. Aún así, sus largas uñas se hundieron dolorosamente un par de centímetros en mi pecho. Cuatro marcas recorrieron en horizontal mi vientre y la sangre salió disparada desde los cortes profundos. Suerte que no fue un mordisco, de lo contrario ya estaría en el otro mundo.

Resistí de pie el intenso dolor que se extendía por mi barriga con gran dificultad puesto que ese ataque no terminó simplemente con eso. Su pata siguió moviéndose hacia mí indiscriminadamente. A duras penas pude evitar los siguientes zarpazos. Unos cuantos cortes leves llenaron mis brazos y piernas. Por suerte, Raidha consiguió apartarlo de encima mío. Toda mi ropa quedó hecha jirones y ensangrentada en apenas segundos.

—¡¿Estás bien?! —se apresuró a venir Raidha.

«¡Una mierda estoy bien! ¡Esto duele una barbaridad!»

Raidha lo mantuvo alejado durante el tiempo suficiente para que me recuperara. La sangre no tardó apenas un minuto en dejar de salir. El dolor disminuyó incluso antes. Las heridas no se habían cerrado aún, pero pude volver al combate gracias a eso.

-Si sigues de esta manera nunca le harás nada.

—Pues dime tú qué puedo hacer...

Me quedaba usar el poder sobre la tierra, pero no lo dominaba lo suficiente para usarlo eficientemente en combate. Tenía dos armas en mis manos y ninguna parecía serme útil en ese momento. Aún así, me las tenía que apañar con esas tres cosas.

«Lo que quería no era jugar a construir castillos de arenas.»

El tigre se acercó a Raidha. Asustado por si la alcanzaba, volví a disparar a la desesperada. Al estar centrado en ella, una bala le dio en la pierna, haciéndole parar su ataque para volver a mirarme a mí. Automáticamente puse a vurtalis delante mío en lo que sería una inútil acción defensiva.

«Si por lo menos fuera más larga...», me lamenté observando la corta espada con una gema verde brillante en la empuñadura.

«Un momento... La gema... ¿por qué está verde?»

Ya me pareció raro que tuviera ese color desde el mismo día que llegamos a ese mundo, pero conforme los días pasaron, dejé de prestarle atención y no volví a hacerle caso.

«Ese día era roja...», recordé cuando la vi por primera vez.

Abrí los ojos como platos al recordar ligeramente la explicación de Raidha sobre la espada, que medio ignoré en su momento. Se trataba de una espada que absorbía energía y se adaptaba a ella. No obstante, yo la había estado usando al revés.

Apreté con firmeza esa empuñadura y vertí en ella la energía natural del mismo modo que lo hice anteriormente con la misma tierra. Conforme lo hacía la gema ganó intensidad en su color verde. Un segundo después, ese resplandor se extendió por toda la empuñadura y luego la hoja.

«Venga... ¡transfórmate en una espada que pueda alcanzar algo tan grande!», supliqué en mi mente.

Una extraña conexión se estrableció entre la espada y yo. Dejó de ser un simple trozo de metal para volverse literalmente una parte de mi propio cuerpo. La empuñadura cambió de color a un marrón corteza y la cruz se extendió por ambos lados como dos ramas brotando de un árbol. La cuchilla se volvió verde al mismo tiempo que se redondeaba y alargaba cual tallo de una planta. De allí empezaron a brotar cuchillas de forma romboide separadas entre ellas por un par de centímetros. Lo que tenía en mis manos pasó de una pequeña y cutre espada, más parecida a un cuchillo jamonero, a ser una espada bastante peculiar.

«¿Casualidad o Vurtalis reaccionó a mi voluntad?», sonreí ligeramente.

Con una determinación renovada, Vurtalis en una mano y la pistola en la otra, me lancé de nuevo al combate. Blandí la espada con un corte horizontal. Como era de esperar, el tigre la evitó saltando hacia atrás. Sonreí al ver la dirección hacia la que se movió.

—Veamos si te esperabas esto.

La cuchilla se alargó y dobló como si fuera un látigo, y no sólo eso, también podía ser controlada a mi voluntad. La dirigí directamente hacia él, que aún estaba en el aire. Incapaz de moverse mientras sus pies aún no estaban en el suelo, el filo extendible le alcanzó de lleno como una sierra, dejando un corte profundo que cubrió de rojo su blanco pelaje.

—¿Lo mataste? —me preguntó Raidha.

—No creo... Le corté, pero me parece que no llegó muy profundo —le respondí mientras miraba mi mano.

Algo parecido al tacto también se transmitía a través de la espada, así que noté como la hoja no se hundió por completo en el cuerpo del tigre. Además de ágil, también estaba bastante duro. Al igual que los demás animales del bosque, este también parecía tener propiedades de tierra y en muchísima mayor cantidad que los demás.

Siguiendo mis expectativas, el tigre se puso en pie como si nada, mirándome con odio. Por fin parecía considerarme algo peligroso. Lo malo fue que a partir de ese momento iría a matar con todo.

—Raidha, ven a mí lado.

Ella rápidamente siguió mis instrucciones y se puso junto a mí. Alargué la espada alrededor nuestro formando algo parecido a una red de cuchillas para protegernos. Sin duda, ese tigre era bastante listo, ya que se puso a dar vueltas analizando esa arma que le acababa de herir al mismo tiempo que buscaba un lugar por el que atacar.

El ambiente era terriblemente tenso. Yo estaba esperando un ataque, pero ninguno de nosotros se decidía a hacer el primer movimiento. Cansado de esperar, disparé desde dentro de esa jaula improvisada. Vacié absolutamente todos los cargadores que tenía encima suyo. Raidha se sumó a la ofensiva con sus ataques mágicos. La herida que le había infligido no había sido para nada. Gracias a eso y combinando nuestros disparos, conseguimos herirlo bastante más.

Tras rugir con todas sus fuerzas, cargó de nuevo hacia nosotros. Con su garra por delante empujó hacia abajo la espada y abrió un agujero en la red, por el que se consiguió entrar dentro. Algunas cuchillas le rozaron la espalda y un ligero gruñido de dolor se escuchó. Aún así, no cesó su avance hacia nosotros.

—Tardaste demasiado en decidirte a atacar —susurré.

Durante todo el tiempo que perdió dando vueltas a nuestro alrededor concentré la energía en la tierra a mi alrededor. En el mismo momento que cruzó la red creada por Vurtalis ya puse mi concentración en el suelo. Con toda mi fuerza y furia, levanté la tierra y lo encerré en ella al mismo tiempo que lo levantaba ligeramente en el aire para que no pudiera seguir corriendo. Empezó a rugir con furia y revolverse intentando escapar... y probablemente lo conseguiría en pocos segundos.

—No te daré tiempo —le dije mientras retraía a Vurtalis para dejarla de nuevo como una espada en lugar de un látigo.

Puse la pistola en mi bolsillo y sujeté el arma con ambas manos. Cargué con fuerza hacia el animal al mismo tiempo que me preparaba para apuñalar con todas mis fuerzas. Nada más me puse a la distancia adecuada, extendí los brazos. La espada voló hacia el pecho del desprotegido animal. Su cuchilla se hundió hasta la misma empuñadura. Tras un rugido de dolor, que probablemente se pudo escuchar desde la otra punta del bosque, por fin dejó de moverse.

—Lo conseguimos —suspiré.

—Vurtalis... qué forma más extraña ha tomado. Hacía tiempo que quería verla otra vez en su máximo esplendor... Aunque ahora se ve bastante fea —dijo Raidha mirando la espada que seguía clavada en el pecho del animal.

—Sí, sí... —respondí mientras la empezaba a sacar.

Sin embargo, antes de poder sacarla del todo, mi corazón se aceleró. Mi cuerpo se puso caliente y me sentía raro.

—Ugh... ¿Ahora qué está pasando? —dije apretando los dientes con furia.

Apenas alcancé a decir esa frase, me asaltó una explosión de dolor. Una gran cantidad de energía se desbordó por todos los poros de mi cuerpo como si estuviera ardiendo. La energía que liberó ese tigre fue absorbida del mismo modo que las de los otros animales y por lo visto era más energía de la que podía soportar. Había excedido la cantidad máxima del contenedor y toda esta se vertía por todo mi cuerpo, que tampoco era capaz de retenerla. El líquido verde amarillento salía de mi cuerpo a chorros al tiempo que el dolor se intensificaba cada vez más.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! —mi grito agónico llenó el silencio del bosque.