La energía almacenada en ellos se consumía para conjurar instantáneamente los hechizos mientras también extendía su área de efecto al área rodeada por las plumas. Las negras se combinaban con las azules para formar el hechizo de nivel cinco, Ataúd de Hielo.
Un enjambre de dagas de cristal negro llenaron el aire, cada una de ellas envuelta en un aura de escarcha tan fría que comenzó a nevar. No era su filo extremadamente afilado ni la energía de la oscuridad que llevaban lo que los hacía letales, sino su capacidad de adherirse a su objetivo.
Esquivarlas todas era imposible y una vez que una de las dagas golpeaba, el aura de escarcha fusionaría el cristal de hielo a la carne de su víctima. El frío succionaría el calor tal como la oscuridad impregnada dentro comía la fuerza vital, sin dejar salida al objetivo del hechizo.