—Despierta, idiota. Hemos aterrizado. —Raagu gritó.
—¡Finalmente! —Una luz roja iluminó los ojos de una calavera mientras comenzaba a flotar y los varios huesos se ensamblaban en la forma esquelética de Inxialot, el Rey de los Liches—. ¿Ya llegamos?
—¡No! —Ella y el gato dijeron al unísono, rodando los ojos—. Gracias a los dioses, traje una Caja Sellada conmigo. Si tuviera que escuchar esa pregunta una vez más, te habría matado yo misma, misión o no.
—De acuerdo. —Inxialot asintió.
—¿Sobre matarte? —Lith estaba desconcertado.
—No, sobre la parte de la caja —Inxialot respondió—. Un lugar agradable y oscuro donde ningún idiota puede molestarme es ideal para realizar mis cálculos teóricos. Además, no es como si ella pudiera realmente matarme. No tiene idea de dónde está mi filacteria.
—Sí. Ni idea —Raagu chasqueó la lengua, señalando la campana colgando del collar del gato.