Unzoku había sido lanzado a gran distancia, a algún lugar en la tierra de mares endurecidos. El terreno parecía como si un gigantesco mar se hubiera congelado, pero en vez de hielo, era material de roca endurecido.
El Rey Demonio se había estrellado contra varios objetos y había terminado aterrizando en su camino, y ahora estaba tendido en el piso. Una gran herida estaba en el medio de su estómago, un agujero completo por el cual se podía ver a través.
Estaba sangrando, pero los músculos aún se movían en su interior, pequeñas partes de la llama negra quemando y dificultando su curación.
—¡Jaja! —Unzoku se rió para sí mismo mientras miraba al cielo—. ¿Realmente creyeron que yo era una amenaza tan grande que decidieron que todos necesitaban atacarme a la vez? Qué banda de gente patética.