Los malditos 16

Nuevamente amanecía entre gotas que nunca cesaban, ni siquiera podían distinguir alguna ubicación pues la niebla oscurecía todo.

Quizás era lo mejor, así el ambiente entraba en sintonía con los ánimos de todos.

Ese día se tenían que presentar en el Umbral del destino, una tradición que se daba cuando cumplías 16.

Nada de lo que quisieras o soñaras podía hacerse realidad sin pasar por ese Umbral.

"Toda una ceremonia" suspiró Roos, poniendo los ojos en blanco y con una expresión que mostraba su desprecio a las tradiciones y a todo aquello que la atara a Stare's, la cuidad que más odiaba.

Ella acababa de llegar junto a todos los nuevos "ciudadanos" de Stare's, no eran más que un batallón de críos que apenas cumplían 16 y debían atravesar el Umbral.

Por un lado un grupo de alegres adolescentes no paraban de hablar en voz alta, intentando llamar la atención de todos.

De otro lado algunos solo atinaban a mirarse los zapatos, sujetar fuertemente las tiras de sus mochilas y evitar mirar a cualquier lado. El miedo se reflejaba en todo su cuerpo.

Roos seguía esperando junto a todos los nuevos, miraba alrededor como los mayores que dirigían el Umbral, cotilleaban entre ellos, sus risas estruendosas llenaban el ambiente, les parecía muy divertido esto.

De pronto tuvo una sensación familiar, pudo percibir la llegada de los suyos, sintió que la observaban desde la parte alta del lugar.

Aquella sensación era suya, no podía hablar de eso; cuando era pequeña le comentó a su hermana lo que podía percibir, y ella le recomendó que nunca la comentara con nadie y que siempre siga esa sensación, por algo debe percibirla y que es mejor hacerle caso por si acaso.

De pronto un fuerte alboroto se armó, sacando a Roos de sus recuerdos, ella miró fijamente al lugar de donde provenía tanto ruido y vio cómo salía un contingente formado de los Arrels, los miembros del Umbral.

Sin mirar a algún sitio en específico, los Arrels empezaron a avanzar surcando el enorme patio y haciendo que los nuevos se dispersen, dejándoles mucho espacio para atravesar.

El desprecio se reflejaba en la mirada de Roos, era imposible que se controlara, detestaba la soberbia que percibía en los Arrels, sus ojos se llenaban de remolinos de ira cuando unos ojos negros se cruzaron con los suyos.

No sabían quién era el dueño que aquellos ojos negros, pero sus miradas no se soltaron, un rubor extraño cubrió las mejillas de Roos y por primera vez sintió algo diferente, no entendía qué era esa sensación, era extraña, sentía su rostro tibio y los nervios que había ocultado en lo más profundo rosó el filo de su control.

Los Arrels terminaron de atravesar el amplio patio y empezaron a dispersarse hacia las puertas; ellos ya se iban. Sin embargo, Roos siguió mirando al dueño de los ojos negros, tenia un rostro perfilado, uñas cejas pobladas y era el dueño de una sonrisa que contenía abarcaba toda su cara.

Ella se quedó fría, mientras estaba absorta en ver los rasgos del chico de ojos negros, pudo ver que se acercó a él una mujer alta, de cabellos recogidos, sin ninguna actitud en particular, le dirigió unas palabras que hizo sonreír plenamente al chico de ojos negros, una sensación de desagrado se formó en Roos, no sabía por qué.