Edward, Mis habilidades son limitadas. No puedo salvarte.

Al menos, tenía que verse más decente en el momento de su muerte.

Ella volvió al cálido salón en el primer piso, y el repentino calor casi la hizo olvidar cuán frío estaba el sótano.

Kingsley seguía esperándola en la sala de estar aunque ya era muy tarde en la noche.

Kingsley la miró y vio que solo llevaba una camiseta sin mangas fina.

—¿Dónde está tu ropa? —preguntó Kingsley.

—Se la di a Edward —respondió Jeanne.

—¿Te has enamorado de él? —preguntó Kingsley.

—¿No lo sabías ya? —Jeanne no replicó mientras se sentaba frente a Kingsley.

—Te lo advertí. Ambos están en lados diferentes.

—Por eso no dije que iba a salvarlo —dijo Jeanne sin rodeos.

Kingsley miró a Jeanne y bajó la cabeza para dar una calada a su cigarrillo.

Jeanne estaba sentada frente a Kingsley, y hubo un largo silencio.

—¿Todavía no dijo nada? —Kingsley habló de repente otra vez.

Ya conocía la respuesta, pero aún así preguntó.

—Sí.

—No mostraré misericordia. Prepárate mañana.