Una terrible batalla estaba desatándose en los terrenos del castillo místico, haciendo que la Ciudadela gimiera y temblara. Sus antiguos muros se agrietaban, y las tejas carmesí caían desde los techos inclinados, precipitándose en las aguas turbulentas del profundo lago.
El tenue crepúsculo de los Huecos era desgarrado por destellos de luz cegadora.
En el borde del agua espumosa, una mujer taciturna con atuendo negro de caza estaba calmadamente tensando su arco mientras un enorme rinoceronte se lanzaba hacia ella por las escaleras de piedra, reduciendo los desgastados escalones a polvo en su embestida.
Inmutable, la mujer silenciosamente soltó la cuerda mojada. Salió disparada, dejando una nube con forma de hilo formada por gotas de agua detrás; la retorcida flecha atravesó el aire húmedo y acertó sin error en el ojo derecho del rinoceronte justo momentos antes de que la gigantesca bestia hundiera su cuerno en su pecho.