—¿Es esta sangre de una bestia mágica o algo así? —preguntó Yu Rou mientras destapaba el frasco.
Un aroma distintivo llenó inmediatamente el aire, uno perceptible solo para las bestias. Las orejas de Nevado se levantaron, y sus ojos se abrieron de par en par con emoción, sus instintos despertados por el aroma inconfundible.
Como una bestia en celo, Nevado se lanzó sobre Yu Rou, quien rápidamente gritó:
—¡Ah! ¡Me vas a hacer dejar caer esto!
Sin embargo, Nevado no se alejó. En cambio, se acercó aún más, su lengua asomándose ansiosamente mientras presionaba su cabeza hacia el frasco, como alguien que intenta desesperadamente atrapar una única gota de agua en el desierto.
—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Lo entiendo! ¡Aquí! —dijo Yu Rou en un tono aturdido mientras rápidamente vertía la sangre en la extendida lengua de Nevado.