Xavier giró la cabeza apenas lo suficiente para que su perfil quedara visible. Sus ojos fríos y afilados como cuchillas se clavaron en él.
— Al agua. Ahora. —
Evianne, a su lado, ladeó la cabeza con una expresión que sugería que la orden no era nueva para ella, pero tampoco parecía completamente convencida de lo que sucedía.
— No es exactamente un baño caliente — murmuró, más para sí misma que para Heim. — Pero bueno, mejor esto que seguir de pie hasta colapsar. —
Heim miró el riachuelo con recelo. El agua se veía tentadoramente fresca, pero también estaba seguro de que estaría helada. Sus músculos, adoloridos y entumecidos, protestaban incluso ante la idea de moverse más. Pero la mirada de Xavier no dejaba lugar a discusión.
Con un suspiro cansado, Heim avanzó con pasos pesados hasta la orilla. Se quitó la camisa rasgada, sintiendo el aire fresco acariciar su piel llena de moretones, y luego, con un último vistazo hacia Evianne —quien lo observaba con una mezcla de expectativa y diversión—, entró en el agua.
El frío lo golpeó como una bofetada.
Todo su cuerpo se tensó, un escalofrío recorrió su columna y su respiración se volvió entrecortada por el impacto del agua helada en su piel. Por un instante, su mente se nubló, olvidando incluso el dolor de sus heridas, reemplazado por el choque de la temperatura.
— ¡Dioses! — exclamó entre dientes, estremeciéndose mientras intentaba acostumbrarse al agua. — ¡Está helada! —
Desde la orilla, Xavier solo observó con indiferencia.
— Acostúmbrate. Esto ayudará a que tus músculos se recuperen. También te enseñará a no caer tan fácilmente la próxima vez. —
Heim rechinó los dientes, pero no dijo nada. No tenía fuerzas para discutir. Se dejó caer hasta que el agua cubrió su torso, respirando con dificultad por el frío que se aferraba a cada fibra de su ser. Evianne se agachó en la orilla, observándolo con una sonrisa divertida.
— Te ves adorable tiritando — comentó, sin molestarse en ocultar su diversión.
— Cállate… — masculló Heim, con los labios ya entumecidos.
Xavier no prestó atención a su sufrimiento. Simplemente se giró, dándole la espalda de nuevo.
— Quédate ahí hasta que yo diga. Si sales antes, te lanzaré de nuevo. —
Heim cerró los ojos y soltó un largo suspiro. No sabía cuánto tiempo tendría que soportar esto, pero una cosa era segura: esta academia no iba a ser nada fácil.
Y ese solo era el primer día.
...
La noche por fin había caído. Para Heim, eso significaba descanso.
Xavier lo había dejado libre después de otro entrenamiento brutal. Su cuerpo estaba molido. No era solo el dolor en los músculos o los moretones repartidos por su piel; era el reconocimiento de que estaban en niveles completamente distintos. Como si fueran de mundos diferentes.
— Qué mierda… — bufó, molesto. ¿Era necesario tanto castigo?
Volvió a la ciudad sin un rumbo fijo. La metrópoli se extendía ante él, imponente y vibrante, sus calles iluminadas por letreros de neón y faroles. A primera vista, le alegró ver tanta vida en contraste con la brutalidad del entrenamiento, pero la sensación duró poco.
Su mente lo arrastró de vuelta a la razón por la que estaba allí.
Casi había muerto.
Su madre… bueno, la mujer que conocía como su madre, tampoco era la misma.
Heim se pasó una mano por la cara y suspiró. No tenía ganas de volver a casa todavía. Vagó entre las calles sin pensarlo demasiado hasta que terminó en una tienda de comida rápida, con una hamburguesa a medio comer y los ojos fijos en la televisión montada en una esquina. Las noticias hablaban de cosas comunes. Tráfico, política, alguna celebridad haciendo estupideces. Un alivio.
Su teléfono vibró sobre la mesa.
Lo miró con desinterés al principio, pero al ver el número desconocido, frunció el ceño. Dudó un segundo antes de contestar.
— ¿Quién habla?
Hubo un breve silencio al otro lado.
— Oh, dios, Heim. ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Aún puedes caminar?
La voz le congeló la sangre por un instante.
— … Samantha.
Su mano tembló ligeramente. ¿Era real? Había asumido que estaba muerta. Nunca preguntó por las víctimas. No quería saber. Vivía mejor sin conocer los nombres.
— Sí… estoy bien, supongo — dijo con torpeza. Se sentía extraño hablar con ella después de todo. No eran particularmente cercanos, solo conversaban de vez en cuando porque su madre insistía en ello.
— Me alegra escuchar eso… O sea, tu situación es terrible, pero… agh, me entiendes.
Heim dejó escapar una breve risa. Era lo más relajado que se había sentido en días.
— Sí, te entiendo.
Hubo un pequeño silencio cómodo entre los dos. Entonces, casi sin pensarlo, Heim habló.
— ¿Quieres comer algo?
No sabía por qué lo dijo. Tal vez porque no tenía ganas de estar solo.
— ¿Eso es una invitación? — preguntó Samantha, con un tono de diversión en su voz.
— Sí.
— Hmm… quiero pizza. No, espera, mejor algo más informal… ¿tal vez tacos? O no, espera, ya sé—
Siguió cambiando de opinión mientras hablaba, y Heim solo la escuchó, dejándola divagar hasta que finalmente llegaron a un acuerdo: un puesto de hot dogs.
Por primera vez en mucho tiempo, tenía algo que hacer que no involucraba dolor, entrenamiento o huir de sus propios pensamientos.
Tal vez… no estaba tan mal eso.
...
Heim apoyó el codo en la mesa y tamborileó los dedos contra su mejilla mientras escuchaba a Samantha hablar, hace un rato que llegó ella, ahora se encontraban tomando refresco, pero. Algo en todo esto le resultaba… extraño. No porque dudara de ella, sino porque el momento en que aparecía de nuevo en su vida le parecía demasiado conveniente.
— Oye… — cortó, inclinándose un poco hacia adelante. — ¿Dónde estuviste todo este tiempo?
Samantha dejó de hablar por un segundo. Luego soltó un suspiro.
— Lo sabía… — murmuró con un deje de resignación. — Pensé que me lo preguntarías en algún momento.
Heim esperó en silencio, con la vista fija en la pantalla de la televisión, aunque realmente no la estaba viendo.
— Después de lo que pasó — continuó Samantha — tu madre sí me invitó a tu cumpleaños, ¿normal verdad? Éramos compañeras y amigas, no dudes en que lo hizo.
Heim sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Así que estuvo en lo cierto, Samantha fue invitada pero no pudo ir por algún motivo.
— Pero unos días antes… me despidieron.
Heim frunció el ceño.
— ¿Despedida? ¿Por qué?
— No lo sé. No me dieron razones. Solo me llamaron a la oficina y dijeron que ya no necesitaban mis servicios. — Su tono se volvió más seco, con un matiz de amargura. — No tiene sentido, ¿sabes? No me metía en problemas, hacía mi trabajo. Nunca tuve una queja.
Heim exhaló lentamente. Sabía que Samantha había sido compañera de su madre en el trabajo. Pero su madre no era una persona cualquiera, con tan solo ver el edificio donde trabajaba era común pensar eso. Y considerando todo lo que había descubierto recientemente, empezaba a preguntarse si ese despido había sido realmente una simple decisión administrativa…
— Después de eso tuve que moverme para encontrar trabajo. — La voz de Samantha lo trajo de vuelta a la conversación. — No podía darme el lujo de quedarme quieta. Estuve ayudando a mi familia mientras conseguía algo estable. Al final encontré un puesto de recepcionista en un hotel.
Heim bajó la mirada a su hot dog a medio comer. Algo no encajaba del todo.
— Samantha… — dijo con calma. — ¿Por qué no me llamaste antes?
Hubo un silencio en la línea. Heim pudo escuchar el leve sonido de su respiración al otro lado.
— No sabía qué decirte — admitió finalmente. — No sabía si querías hablar conmigo… O con alguien en general, tampoco es que nos conozcamos mucho, ¿Qué se supone que diría? ¿"Lo siento"? Lo hago pero... No me gustaría hablarte solo para darte un pésame.
Esa respuesta lo tomó por sorpresa.
— ¿Por qué?
— ¿No es eso obvio? Viviste y pasaste por mucho en una sola noche, si fuera tú, yo ya no viviría.
Ese golpeó más fuerte de lo que esperaba. Heim tragó saliva. No respondió de inmediato. Porque si bien una parte de él lo entendía, otra le dolía demasiado escuchar algo así.
— Lo siento — murmuró Samantha. — Pero el sufrimiento ya pasó
Heim apoyó la frente en su mano y exhaló pesadamente.
— Sí… bueno. Esto...
Ambos se quedaron en silencio un momento. No era incómodo. Solo… pesado.
— ¿Aún quieres comer hot dogs? — preguntó finalmente Heim, con una media sonrisa que intentaba aliviar la tensión.
Samantha soltó una risa ligera, aunque un poco amarga.
— Sí. Y más de uno. Me debes una buena cena después de todo esto.
— Hecho. — Heim se puso de pie, tomando su chaqueta. — ¡Señor! Sí, deme dos... No, tres por favor...