Heim entrecerró los ojos, como si quisiera negar lo que veía, pero la interfaz ya estaba allí, desplegándose ante él como un mal presagio. No era la primera vez que se presentaba ante un ser humano, pero aun así, verla directamente se sentía distinto. Uno, no se creía que le pasaría, incluso tras haber vivido toda la preparación para la prueba; y dos, ahora que la tenía frente a sí, seguía sintiéndose extraña. Casi irreal.
La interfaz solo se manifestaba durante las pruebas. Era algo así como un recordatorio más de que la realidad en la que se encontraba estaba sujeta a reglas ajenas, a los caprichos de un destino impredecible, donde los aparatos electrónicos y la tecnología mundana eran meros ecos lejanos de un pasado olvidado. Lo que quedaba era lo que la naturaleza y las circunstancias quisieran otorgar.
Adaptarse o perecer: así había sobrevivido la humanidad actual. Pero este mundo, al que él había llegado, parecía que no lo logró.
La criatura de casi dos metros. Con su forma distorsionada e irregular desbordaba horror, moviéndose con una agilidad antinatural. Su presencia destilaba una violencia primitiva que no dejaba lugar a dudas: era una abominación, pero ¿de qué tipo? Heim no podía identificarla con precisión, pero la sensación de peligro era tan palpable que su cuerpo ya reaccionaba antes que su mente.
Podía verla claramente sin perder la razón. Eso solo significaba una cosa: el rango entre ellos era similar. Estaba al alcance. Le daba una oportunidad, una posibilidad de enfrentarse. Aunque, a juzgar por la silueta monstruosa que se alzaba frente a él, esa oportunidad se sentía cada vez más como una trampa disfrazada de esperanza.
No tenía armas. No tenía nada más que su voluntad, que en este momento parecía una broma macabra. ¿Qué podría hacer con sus puños desnudos? El impulso de reaccionar de inmediato se estrelló contra el muro de la sensatez. Ir a esa lucha sería un suicidio envuelto en valentía, sabiendo que esa abominación era de rango 1, sin saber que arquetipo, era solo ir a morir el enfrentarse directamente a ella.
—No… —musitó para sí mismo, su voz un susurro tenso, como si esa negación pudiera abrirle alguna salida.
Fue suficiente. En el mismo instante en que las palabras escaparon de sus labios, la bestia reaccionó. Parecía que estaba por dar un salto furioso y, si era tan fuerte como se lo imaginaba, la distancia entre ambos desaparecería en un parpadeo. Sus ojos casi invisibles a la vista reflejaban la furia animal que desbordaba su ser. El ataque era inminente. En su mente pasó con rapidez el pensamiento de — ¿Esa cosa tenía ojos? —
Pero Heim apenas tuvo tiempo de pensar. Cada músculo en su cuerpo se tensó como un resorte, y su instinto, entrenado a base de supervivencia, lo empujó a reaccionar, aunque sin saber exactamente cómo. ¿Corría? ¿Luchaba?
En un segundo, su mente se aclaró. No podía escapar. No podía simplemente huir. La pelea, por más suicida que fuera, era el único camino. Pero entonces, ¿cómo enfrentarse a algo tan... ajeno a todo lo que conocía? El sonido del viento atravesando los rincones de la ciudad muerta le devolvió una frágil lucidez. Adaptarse. Algo en sus entrañas le decía que no podía dejar que la bestia le quitara esa opción. Tenía que encontrar una forma, cualquier cosa que lo mantuviera con vida el tiempo suficiente para recuperar el control.
El suelo crujió bajo sus pies cuando la criatura se lanzó a su encuentro, la rapidez del ataque casi quebrando su realidad. Su mente estaba en caos, pero su cuerpo se movió con una velocidad instintiva, deslizándose hacia un lado. La bestia descargó su furia contra el vacío. Pero volvió a lanzarse al instante. Un solo pensamiento atravesó la mente de Heim:
¿Cómo luchas contra lo que no entiendes?
Un sentimiento de impotencia lo invadió, pero no podía permitirse sucumbir a él. Tenía que ganar tiempo. Tenía que adaptarse.
Rodó por el suelo con torpeza brutal, impulsado más por el miedo que por control. Su piel quedó arañada por las rocas, las ramas rotas, el asfalto cubierto de raíces y musgo. Huyó como pudo, corriendo sin dirección. Sin darse cuenta corría como si estuviera en una maratón, ignorando que sus pulmones rugían por aire y su mente se ahogaba en miedo. La criatura no le daba tregua.
Su sombra lo perseguía como un espectro hambriento. Y cada vez que se volteaba, allí estaba: garras extendidas, fauces abiertas, ojos centelleando con una inteligencia salvaje que no tenía nada de humana. Entonces, recordando toda la teoría que él poseía, rápidamente encasilló a esa bestia, agilidad sobrenatural, puede moverse con sencillez pese a su gran cuerpo, era un Agiliferno de rango 1, Frenético.
No podía esquivar para siempre. Su cuerpo empezaba a flaquear. Cada músculo gritaba por descanso. Cada movimiento se volvía más torpe. Una sola equivocación y todo acabaría. Heim ahora era más rápido, más resistente, más feroz. Pero las abominaciones llevaban ese nombre por algo.
No eran del entendimiento humano.
Y entonces, lo sintió.
Un grito. Algo humano. Alguien más atrapado en esa pesadilla. Heim giró... y lo vio.
La bestia se abalanzaba sobre el cuerpo, abriendo su "hocico" de forma antinatural, bueno, nada de esa bestia realmente era natural, mordiéndolo por encima de la cintura. Cuando apretó su mandíbula, un crujido seco —huesos quebrándose, el torso separándose— cortó el aire. Un sonido que lo trajo de vuelta a la realidad.
Ese humano ahora era un cadáver. O al menos, lo que quedaba de uno. Por un instante, antes de verlo morir, se alegró, pensando en que no era el único humano en esta dimensión rara, pero perdió la chance de tener más información al dejar morir a ese tipo, aunque tampoco pudo hacer mucho.
El resto del cuerpo cayó, sepultado entre la maleza, pero sus piernas sobresalían, junto con un objeto cubierto de barro seco y sangre fresca. Heim se lanzó hacia él sin pensarlo, esquivando por pura suerte el siguiente embate de la criatura. Sintió una garra rozar su espalda mientras la bestia masticaba y lo atacaba con sus garras. Era inteligente. Y rápida.
Pero su esquive no fue suficiente.
La garra lo alcanzó. Desgarró tela y piel. El dolor fue agudo, abrasador. Pero no lo detuvo.
Sus dedos alcanzaron el objeto justo cuando la criatura giraba para otro ataque.
Un arma.
No una espada, ni una lanza.
Un machete artesanal, con el filo mellado y el mango envuelto en tela endurecida por el sudor y el tiempo. No era ideal, pero era algo.
Y en este infierno, “algo” podía marcar la diferencia entre vivir o morir.
No se detuvo. Corrió unos metros más para ganar distancia.
No sabía usarla con técnica ni gracia. Pero la empuñaría con instinto, maldijo a Xavier por solo enseñarle a huir.
Cuando hubo una brecha suficiente, Heim se puso en ofensiva. La criatura se detuvo un segundo, como si reconociera el cambio. Sus ojos se estrecharon. Heim también.
Ambos sabían lo que seguía.
El primer enfrentamiento real.
Y si iba a morir, lo haría de pie.
—Vamos —dijo, esta vez con voz firme, más para sí mismo que para el monstruo—. Hazlo.
La criatura rugió y se abalanzó.
Y Heim, por primera vez, no retrocedió.
El machete pesaba más de lo que aparentaba. El filo oxidado y lleno de mellas parecía burlarse de él, pero Heim lo sostuvo con ambas manos, ajustando su postura con la torpeza de quien nunca ha empuñado un arma real. El sudor mezclado con sangre bajaba por su frente. Sus piernas temblaban. El miedo aún estaba ahí, latiendo como un segundo corazón. Pero por encima del miedo... estaba la determinación.
La bestia se lanzó.
No hubo rugido de advertencia esta vez. Solo el sonido desgarrador del aire siendo partido, seguido de un impacto brutal.
Heim giró en el último segundo, un movimiento torpe pero efectivo, y el machete cortó el vacío donde antes había estado el cuello de la criatura. No fue un golpe certero, pero sirvió. La criatura pasó de largo, arrastrando consigo una ráfaga de viento caliente y un hedor nauseabundo. El suelo retumbó cuando sus garras rasgaron la tierra, frenando en seco.
Heim apenas tuvo tiempo de recuperar el equilibrio cuando el monstruo giró y volvió a atacar. Era incansable.
Esta vez no esquivó.
Levantó el machete, usándolo como un escudo improvisado. Las "garras" impactaron con fuerza bruta, arrojándolo varios metros hacia atrás. Sintió cómo se le vaciaban los pulmones al chocar contra una pared derruida. El machete voló de sus manos y cayó lejos, tintineando sobre las piedras. Un segundo más tarde, él también cayó, doblado sobre sí mismo.
Dolor.
Dolor en todas partes.
Pero seguía vivo.
Y eso, por improbable que fuera, lo hacía peligroso.
Escupió sangre. Se obligó a ponerse de pie, gateando entre los escombros con torpeza desesperada. El machete. Tenía que volver por él. Sin él, era solo un cadáver más esperando su turno para ser devorado.
La criatura se acercó lentamente esta vez. Como si disfrutara el sufrimiento, como si saboreara cada momento de dominio. El hedor se hizo insoportable. Un líquido negro chorreaba de sus fauces.
Heim alcanzó el arma.
La cerró entre los dedos con un gruñido sordo y giró justo a tiempo para recibir el siguiente ataque. Esta vez, fue él quien actuó primero.
El machete cortó en diagonal. El sonido del metal oxidado desgarrando carne densa fue más real que cualquier pensamiento. Un chillido gutural llenó el aire. La bestia retrocedió, dejando una estela de sangre espesa y oscura.
Heim no paró.
No pensó.
Corrió hacia ella, el machete en alto, gritando con una rabia que no sabía que tenía. Cada golpe era un clamor desesperado. Cortó, falló, volvió a golpear. Una vez. Otra. El filo se astillaba, los músculos le ardían. Pero seguía. Porque detenerse significaba morir.
La criatura contraatacó con un coletazo inesperado. El impacto lo levantó del suelo y lo estrelló contra un muro de piedra, rompiendo parte de este en el proceso. Heim cayó de rodillas, respirando a bocanadas. No podía más. Su cuerpo no podía más.
Pero la mente…
La mente se aferraba a un solo pensamiento:
Adaptarse o morir.
Se impulsó hacia adelante como una sombra descompuesta. Apretó los dientes. Esquivó una embestida con un giro que le desgarró los músculos de la espalda. Se metió bajo el cuerpo de la bestia. Gritó.
Y clavó el machete.
No en la cabeza. No en el corazón. Allí no llegaba.
Sino en una de las articulaciones de las "patas" traseras, con toda la fuerza que quedaba en su cuerpo. La hoja se hundió con un chasquido húmedo. La criatura gritó. Cayó de lado, torpe, tambaleante.
Y Heim la siguió.
Se subió a su "lomo", ignorando la posibilidad de que lo aplastara. Desenfundó el machete una vez más. Con ambas manos, lo alzó sobre su cabeza, y lo dejó caer.
Una.
Y otra.
Y otra vez.
Hasta que el mundo se tiñó de negro.
Hasta que ya no supo si la criatura temblaba o era él mismo quien convulsionaba de cansancio, dolor y miedo.
Hasta que todo quedó en silencio.
Hasta que solo quedaron dos cuerpos respirando: uno, derrumbado y apenas consciente; el otro, muerto, con una docena de tajos en la nuca y el cuello.
Heim se desplomó junto al cadáver, sus manos aún aferradas al arma manchada. No sabía si había ganado. No sabía si aquello contaba como victoria.
Solo sabía que había sobrevivido.
Y que eso, en este mundo, ya era demasiado.
Solo unas palabras ajenas a él hicieron ver que seguía vivo:
["Vigilante" ha caído]