Día tranquilo

Día tranquilo

Tras la partida de los mártires, el pueblo pesquero se sumió en el silencio. Los nativos se centraron en reparar el puerto que había sido destrozado, por supuesto, obligándonos a ayudar, ya que lo destruí mientras luchaba.

Debía de ser agradecido con el santo de la espada en algo, había sido lo suficientemente problemático como para que no recibiéramos un castigo severo. Sin embargo, mientras cargaba pilares de madera bajo el sol ardiente, aunque fuese por un momento, me sentí agobiado por la situación.

Suspirando, continué llevando los pilares de madera, por suerte solo tenía que transportar materiales, los locales se encargaban de la construcción y, el resto del grupo, por lo visto, cada uno estaba haciendo algo diferente.

Jessica ayudaba a los cocineros locales y se encargaba de aprender cuanto pudiese sobre sus recetas, por otro lado, Kael limpiaba los escombros junto a uno que otro par de usuarios de chi en la costa.

Carlo y la aventurera negociaban y ayudaban en la administración, Shizu solo observaba desde la lejanía con una sonrisa en el rostro, probablemente ocultando su presencia del resto.

—Fue todo un desastre el que causaron anoche —dijo una voz conocida.

Al voltear a ver, pude reconocer a aquella chica rubia al instante.

—Hola, Yullie. No esperaba que acudieras a un evento tan peculiar como este —respondí mientras continuaba con el trabajo.

—Bueno, mi señora es una noble, y ofreció financiar la reconstrucción del puerto, tómalo como un favor que hicimos para aligerar su carga.

—Y yo que pensé que estaban agradecidos porque me encargue de ese loco.

—Sabes, eres increíble. —Yullie miró hacia el suelo con tristeza.

—¿Yo? —cuestioné ante su afirmación.

—Eres la única persona que conozco que avanza tan rápido, ¿cómo es que nunca te detienes? ¿Qué motiva tus pasos? —continuó ella.

—No, yo no diría eso —respondí —. Cometí muchos errores, estuve a punto de rendirme una infinidad de veces, hay días en los que solo me recuesto a ver el cielo. Mucha veces me pregunto a mí mismo, ¿por qué continuo caminando sobre espinas, tropezando sobre la misma roca?… al final nunca encuentro la respuesta, pero, cargo con los sueños de muchas personas que ya no están, por eso no puedo rendirme.

—Suena como un gran peso, eso que soportas —afirmó Yullie.

—Bueno, nada motiva más a un hombre que el dolor.

El día continuo, Yullie estuvo hablando conmigo por todo lo que duro la tarde, no hablamos de mucho, por sobre todo discutimos sobre nuestra visión del mundo. Ella decía que no tenía un lugar, que no podía sentir que pertenecía a algo, al menos hasta que se encontró con su señora.

Por mi parte, le conté lo que yo opinaba. El mundo era un lugar cruel, en cuanto más recorría los senderos más me daba cuenta de ello, la maldad moraba cada esquina y la moral resistía con fuerza pero menor tamaño. Humanos o demonios, todos estaban teñidos de un gris oscuro y, no sentía que hubiese un lugar seguro en el mundo, al menos, ninguno que pudiese apreciar como un hogar.

No llegamos a una conclusión, algo normal, cada quien podía ver el mundo de la forma en la que quisiese. Yo decidí temerle al mundo, dudar, odiar e ignorar. Por su parte, ella se despreciaba tanto que, no creía que fuese merecedora de vivir en el mundo.

Solo éramos un par de viejos conocidos tristes intercambiando sus penas, pero, eso de cierta manera, hizo que el día fuese un poco más ligero y brillante.

—Fue una buena charla, Hayato —Yullie se irguió, estirando los brazos mientras observaba el cielo.

»Pero ya me tengo que ir, la señorita me está esperando —explicó, para luego despedirse.

Ni siquiera me había dado cuenta de que el cielo se había oscurecido.

[...]

Tras casi un día entero de trabajo, logramos mover todos los materiales del puerto. 

Cuando el manto de la oscuridad cubrió la ciudad, decidí moverme a cumplir mi objetivo original. Pese a todo, la ciudad tenía una tasa de esclavismo baja, por lo que, para encontrar a posibles sobrevivientes de la aldea, mi mejor opción era el gremio local.

Con el rostro cubierto por una máscara de teatro, me adentré en las puertas del gremio. lleno de aventureros del imperio Qin y uno que otro Acadiano. No me interesaban las misiones, no había nadie mejor que los recepcionistas para comprar información, uno ni debía ser discreto.

—Me gustaría saber si ha encontrado a gente con una medalla similar a esta —expliqué mientras le entregaba la medalla de bronce que aún conservaba.

El recepcionista le dio un vistazo, soltando una risa grave detrás de la máscara.

—Vaya, pero si es una medalla de la frontera, es raro ver de esas estos días, por obvias razones —explicó el hombre —. Pero, estos días he visto demasiadas medallas con ese patrón —señaló una posada con un gato tallado en el letrero —creo que se hospedaban ahí.

—¿Está seguro? Hasta ahora nunca había sido tan fácil.

El recepcionista suspiró.

—Ese montón de personas aparecieron en este lugar y cayeron de unas esferas de viento, no sabemos mucho de eso, pero traían dinero y somos una ciudad de comerciantes. Sobre lo que piensas… quizá en otras ciudades, pero no este lugar. Menos con los acadianos y sus leyes anti esclavismo tocándonos las narices —explicó el hombre.

—Creo que entiendo… bueno, a probar suerte.

Salí del gremio y me adentré en la posada, nada más entrar en ella, pude reconocer a la persona que lo estaba atendiendo.

—Vaya, no pensé que volvería a verte en esta vida, joven Endou —dijo una mujer mayor, vistiendo un vestido negro y un tatuaje de araña en el rostro.

Suspiré al verla, era uno de los sirvientes personales del tío Yamato, nunca pensé que volvería a verla, ya que no estaba en mis planes volver a las tierras del clan.

—Señora Yumi, tampoco creí que me la encontraría nuevamente.

En cuanto traté de hacer una reverencia, ella me detuvo.

—No es necesario, ya no soy una vasalla del clan Endou y, entiendo que a usted tampoco le interesan los asuntos del clan —mencionó.

—Pero entonces, no debería de ser tan formal conmigo —dije apenado.

—Joven Endou, dedique mi vida entera a servirle al amo Yamato, solo hago esto por respeto a aquel hombre, espero que no le moleste.

Me rasqué el cuello avergonzado.

—Está bien.

Ella se levantó, tomando un manojo de llaves.

—Imagino que busca encontrarse con los jóvenes que terminaron en este lugar —dijo ella.

—Sí, aunque, tengo curiosidad por algo —mencioné.

Ella me hizo una seña para seguirla, subimos las escaleras de la posada, la cual tenía unas seis habitaciones de tamaño mediano.

—¿Por qué pude reconocerlo con la máscara? Eso es lo que está pensando. ¿No es así? Fui una vasalla de su clan toda mi vida, joven. No me subestime.

—Bueno, en eso tiene razón.

Continuamos caminando hasta llegar al fondo del pasillo.

Estando parados en ese lugar, ella hizo sonar una campana y repentinamente un montón de jóvenes de mi edad salieron apurados de las habitaciones. Sus rostros se me hacían conocidos, pero no podía recordar sus nombres.

—¡Ah! ¡Es el arquero loco! —dijo una chica mientras me señalaba.

—¿Perdón? —respondí sin darme cuenta.

Quizá me enoje un poco, ya que la mayor parte de ellos se asustaron cuando dije aquello.

—Veo que les va bien, bueno, era de esperarse si los ayuda la señora Yumi —comenté mientras los observaba.

Murmuraron entre ellos antes de responder.

—¿Qué te trae aquí, Hayato? —dijeron casi al unísono.

Suspiré, rascándome la cabeza mientras pensaba una forma de explicarlo.

—En resumidas cuentas, me propuse salvar y ayudar a todo superviviente de la aldea que me encontrase, honestamente esperaba algo mucho peor, pero… parece que a ustedes les va de maravilla.

—Bueno, vivimos con tranquilidad, no es tan diferente de cuando vivíamos en la aldea —respondió un chico.

Hablamos por un tiempo sobre lo que había pasado, tal como había dicho el recepcionista del gremio, explicaron como se hicieron una vida con el dinero y joyas que llevaban encima, pocos eran aventureros, su estilo de vida era respaldado principalmente la posada y un restaurante cercano al gremio.

Ya tenían una vida en ese lugar y, cuando les expliqué lo que quería hacer, algunos negaron con la cabeza y otros rieron, ya tenían una vida en esta ciudad, no planeaban abandonarla, incluso si los invasores o mártires tenían su mirada sobre ella.

—No perderemos otro hogar —dijeron.

La señora Yumi también ofreció su opinión al respecto, diciendo que un hombre debía sentar cabeza en su vida, el viaje debía de terminar y, el viaje de todos los que estaban en la posada ya había terminado, al menos eso era lo que ellos creían.

No pude hacer más que aceptar su resolución, de cierta forma, se sentía como una especie de recompensa reconfortante, considerando todos los problemas que habíamos tenido en el camino a la ciudad.

—Sean felices, solo quiero que me prometan eso.

Ellos sonrieron al unísono.

—No tienes ni que decirlo.

Salí del lugar y me senté en una banca.

—Me pregunto si podre permitirme la misma paz que ellos —pensé en voz alta.

«Quizá en otra vida, solo quizá».

[...]

Al día siguiente, me reuní con Jessica en el restaurante que había montado la señora Fumi. Ella aprovechó para darles consejos y enseñarles todo lo que sabía, ellos eran un poco más jóvenes que nosotros, de cierta forma era reconfortante verlos aprender emocionados.

—¿No piensas unirte? —preguntó Shizu, sentada a mi lado.

—No, ella los conoce mejor, solo estaría estorbando —dije, agitando la mano.

Una de las heridas de las muchas lesiones que recibí durante los combates empezó a doler, no pude evitar retorcerme mientras sostenía la parte adolorida. Shizu puso una mano sobre mi hombro y me miró fijamente a los ojos, en cuanto el ataque de dolor desapareció, ella habló con voz firme.

—Tenemos que tratar tu cuerpo —dijo para luego observar a los jóvenes —. ¿Alguno de ustedes es un seguidor de Lumis? —exclamó ella.

Un par de jóvenes cesaron su ocio para acercarse con un semblante preocupado. Shizu no tardó en explicarles todo por lo que habíamos pasado y el cómo había afectado mi cuerpo. Un joven que llevaba un colgante de la iglesia en su cuello se acercó y, mientras sus manos eran envueltas en un brillo radiante, se encargó de inspeccionar mi cuerpo.

—Estas son heridas graves —explicó mientras le sudaba la frente —. Parece que no ha recibido un tratamiento adecuado en semanas, tiene moretones, lesiones musculares y heridas internas. Es un milagro que no haya muerto de una infección, ¿usted se encarga de tratar sus heridas? —cuestionó el joven.

Shizu suspiró.

—Le aplico un ungüento y vendas cada que tengo la oportunidad, generalmente cuando se duerme, lo peor es que ni se da cuenta de que lo hago —explicó ella.

—Bueno, podemos tratar la mayor parte de las heridas, sin embargo, es imposible para nosotros restaurar su ojo izquierdo y otras heridas de esa naturaleza, están impregnadas de un miasma fuerte que impide que la luz de Lumis llegue a él. No conozco a ningún sacerdote que sea capaz de sanar esas heridas —continuó el sacerdote.

Yo permanecí en silencio, no me importaba tener el cuerpo algo dañado, había sido entrenado para soportar eso y mucho más, era lo mínimo necesario para sobrevivir en este mundo.

Aprovechando el descanso, dejé que el grupo de jóvenes sacerdotes me tratara las heridas. Mientras lo hacían, por petición de ellos, y un poco de aburrimiento, les conté todo lo que había vivido desde la invasión, dándoles esperanza al contarles sobre Hiyori y, vanagloriándome de mis hazañas sin valor.

El tratamiento duro un par de horas, de esa forma los sacerdotes podían curar con mayor precisión, además de ahorrar fuerzas. No eran de un nivel alto, así que terminaron hechos polvo tras la curación.

Por mi lado, sentí el cuerpo ligero y una fuerza mayor. Mi cuerpo estaba en su mejor forma, aunque no me servía de mucho, considerando que era más un mago que un guerrero en toda regla.

Mientras descansaba, hablando con Shizu, unos jóvenes portando armas se acercaron.

—Nos gustaría entrenar con usted —expresaron con nerviosismo.

Me extrañé al escucharles el tono.

—¿Eh? ¿Me veo tan viejo como para ser tratado de usted?

Tras decir aquello, pude escuchar a Shizu conteniendo la risa.

—Lo sentimos, no queríamos ofenderte —respondieron.

Suspiré, irguiéndome y caminando al lado de ellos.

—Bueno, el entrenamiento físico básico de un aventurero es simple…

El resto del día lo pasé instruyéndolos, al igual que Hideaki lo hizo por mí, uno que otro par se quejaban, pero, al ver la medalla dorada que colgaba de mi cinturón, se tragaban sus quejas, incluso si les estaba ofreciendo el entrenamiento más básico que conocía.

—Mírate, te ves como todo un maestro. Quizá deberías abrir una academia de aventureros cuando te retires —comentó Shizu en cuanto terminé de instruirlos.

—¿Ni siquiera llego a los veinte años y ya quieres que piense en el retiro? —respondí con un tono sarcástico.

Shizu se quedó callada por un momento, observando la luna.

—Así que… mañana continuaremos con el viaje, ¿no es así? —expresó, reposando su cabeza por sobre mi hombro.

—Sí, iremos a la fortaleza de hierro para conocer al búho. Mi plan es asentarme en ese lugar, circula mucha información. En ese lugar, ustedes estarán seguros.

Shizu titubeo un poco, pero de todas formas dijo lo que pensaba.

—Tú, no piensas quedarte quieto, ¿verdad? Bueno, así es como eres —expresó ella.

—Lo siento —respondí apenado.