El búho sonriente

El búho sonriente

Los muros de acero puro se extendían hasta tapar casi la mitad de la torre en el centro de la ciudad, incluso antes de que nos acercaremos a la puerta, guardias armados hasta los dientes se apresuraron a registrarnos e interrogar nuestros propósitos en aquel lugar.

Por suerte, Carlo estaba acostumbrado a lidiar con ese tipo de cosas, a mí me preocupaba más la agobiante sensación de ser observado, la sangre que corría por mis venas no dejaba de arder, arrastrándome a lidiar con una sonrisa desagradable.

Con el registro ya hecho, decidí usar la máscara por precaución. Algo me daba mala espina y, no estaba seguro de poder afrontarlo, al menos no como siempre lo había hecho. En cuanto el carruaje cruzó la puerta, las miradas curiosas, ya fuesen benignas o malignas, no se hicieron esperar.

Sin embargo, al asomarme por la cortina del carruaje, pude notar algo extraño. Esa ciudad no era como ninguna en la que hubiese estado antes, casi todos sus habitantes iban armados, portando insignias de la milicia. 

La única excepción eran los niños, los cuales tampoco parecían estar especialmente contentos y, sumado a eso, el olor a azufre y carbón siendo quemados estaba molestándome.

—Me pregunto si habrá sido una buena idea elegir este lugar —mencioné con tono bajo.

Carlo reaccionó, apartando la mirada de la libreta en la que formulaba su toma de decisiones a futuro.

—¿No habías dicho que querías ser más fuerte? ¿Qué querías seguridad? Aunque sea horrible, este es el mejor lugar para eso —explicó Carlo, aunque también se le notaba asqueado por el humo.

El galopar de la montura no se detuvo hasta que llegamos a una zona con menor concentración de aquella bruma. La conductora apartó la cortina de los carruajes, de paso, nos reunimos con el resto.

—Todo está casi listo, Carlo —dijo ella —. Deberías ir preparando la posada mientras busco un lugar para resguardar los carruajes —continuó con un tono amable.

—Déjamelo a mí —respondió Carlo con tono arrogante.

Tras ello, lo seguimos durante un rato, hasta que por fin logró obtener un buen trato. Bueno, si es que a solo una habitación grande por cincuenta piezas de plata podía llamársele como tal.

Bromas de lado, ese era el mejor trato que se podía obtener por un lugar como ese, era parte de un lugar medianamente habitable, claro, si no queríamos quedar pálidos y con rostro triste, al igual que los locales.

Estando ya en la habitación, contemple incómodo como todos parecían insatisfechos con el lugar, suspirando al recordar que no podíamos permitirnos algo mejor a largo plazo. Tras pensar un tiempo, decidí continuar con lo que me había propuesto, saliendo del lugar con el equipamiento apropiadamente colocado y el cuerpo en buenas condiciones.

«Primero que nada, debo renovar mi licencia de aventurero en este lugar».

Aunque quería hacerlo solo, Shizu y la conductora eran aventureras, así que decidieron acompañarme. Mientras las escuchaba, no pude evitar notar al elefante en la habitación, en serio, Kael era absurdamente gigante, tenía que agacharse para poder cruzar la puerta principal.

Decidí llevarlo también, la insignia de aventurero traía diversos beneficios y, lo mejor sería que todos los combatientes del grupo tuviese todo en regla. Peor aún en la ciudad militar en la que decidí asentarme por el momento.

Al final, incluso Carlo y Jessica terminaron acompañándonos, él necesitaba un permiso para comerciar en la ciudad, mientras que ella simplemente iba a acompañarnos para familiarizarse con la zona.

El humo era espeso y con la máscara se dificultaba respirar, la gente de los alrededores se amarraba trozos de tela para pasar por el lugar, eso mientras la mayor parte de los edificios con chimenea continuaban produciendo más ceniza.

Los cargamentos de armas de todas las clases no paraban de salir como locos, al parecer el nombre "fortaleza de acero" no era solamente por su arquitectura, era probable que una cantidad considerable del armamento de Murim se produjese en la zona.

Al menos eso era lo que yo pensaba, había muchas ciudades similares en Murim, no podía afirmar nada, en especial considerando mi poco conocimiento en profundidad sobre el continente oriental.

No tardamos mucho en llegar al gremio, era una ciudad algo pequeña en comparación al resto en el que habíamos estado, aunque de tamaño considerable en comparación a un pueblo. El edificio del gremio estaba edificado en cobre y tenía chimeneas saliendo del lugar, en su interior había varios puestos de herreros trabajando, junto a una cocina de mal aspecto y la recepción que solo tenía unos dos recepcionistas.

El gremio tenía muy mal aspecto y pocos aventureros, por lo que seguramente los jóvenes de la ciudad preferían unirse a la milicia. Aunque no podía culparlos, era un trabajo mucho más estable si uno no viajaba mucho.

Alguna vez me lo pensé, pero, nunca me llamó la atención poner mi vida a la orden de alguien más, para mí, tenía mucho más peso morir por mis propias decisiones, no necesitaba servir a un propósito mayor.

—Lo único que siempre he querido es proteger aquello que aprecio —mencioné mientras observaba a mis compañeros caminando mientras sonreían.

Me detuve por un momento para apreciar aquel momento, incluso si era solo un breve suspiro, hacía que valiera la pena soportar el interminable viaje que había trazado hace un tiempo.

Continuamos con nuestro camino hasta llegar a las puertas del gremio, este estaba vacío, pero extrañamente bien cuidado, solo se veía al personal y uno que otro viajero que pasaba por la zona, no eran muchos, ni siquiera suficientes como para acabar con un dragón menor.

Entre sus rangos, no observaba a ninguno que superase el dorado, era extraño pensar que gente como ellos podía sobrevivir bajo la situación actual del mundo, quizá era gracias a los soldados de la fortaleza.

Dirigí la mirada al mostrador, el personal del gremio se veía extrañamente feliz, incluso para ser parte de un local tan vacío, pero bueno, tal vez eran de los que preferían no trabajar. Me daban mala espina.

—¿Qué se les ofrece? —preguntó el recepcionista que nos atendió.

Coloqué la medalla sobre el mostrador, él la observó por unos segundos y luego volvió a verme a los ojos.

—¿Desea registrarse en esta sucursal? —preguntó.

Envío una señal a otro trabajador para que se acercase y luego le entregó la medalla, tras hacerlo, observó al resto del grupo que me acompañaba.

—Supongo que eso no será todo lo que desean —comentó mientras los observaba.

Kael se quedó callado, de no ser porque Shizu se encargó de explicar la situación, me hubiese visto obligado a hacerlo yo, cosa que prefería no hacer. Pude escuchar a Shyun burlándose de mí, a lo que no pude evitar irritarme un poco, pero, no había nada que hacer.

Al final, esperamos hasta que el trámite estuviese listo, sentados en una mesa cercana al mostrador, en un silencio incómodo, ya se me habían acabado las historias y, el resto no era muy hablador, incluso Shizu, que usualmente era alegre se quedó callada, aunque se le notaba algo incómoda por la situación.

Por suerte, el silencio no duró mucho, el recepcionista regresó con las medallas y un contrato para Kael, al parecer, debido a su estatus como esclavo, yo debía firmar cualquier renovación de medalla al ser su legítimo dueño.

Pude ver a Jessica sosteniéndose la muñeca, recordar su tiempo aprisionada seguro no le hacía bien, pero contuvo el llanto con una sonrisa falsa. Preocupado, mientras salíamos del gremio, decidí detenerla.

—Oye, Jessica. ¿Estás bien? —cuestioné.

Ella sonrió.

—Por supuesto, ¿por qué preguntas? —respondió ella.

Aparté la mirada por un momento, siendo honesto, tenía miedo de confrontarla, de descubrir sus secretos. Asumir era una cosa, pero, la desgarradora verdad, no sabía si podría soportarla. Incluso así, apreté la mano izquierda para tomar valor, quitándome la máscara poco después.

—Sabes… yo he matado a muchas personas, puedo ver sus rostros cuando duermo, incluso si eran escoria, arrebaté vidas por mi propio bien —mencioné, para luego observarla a los ojos —. Me cuesta dormir en las noches y hay más, mucho más. Yo, sé como se siente sufrir en silencio, así que, no te contengas, di lo que piensas, por una vez… por favor.

Su sonrisa se resquebrajó de a poco, nos sentamos cerca de una fuente lejana de la multitud, Shizu y Kael nos acompañaban, Carlo se había ido a encargarse de sus propios asuntos, diciéndole el lugar donde encontrarse a Jessica antes de despedirse.

Ella empezó a hablar poco después.

—Yo, le tengo miedo a la oscuridad —tocó sus manos tenuemente —. Cada vez que está oscuro, no puedo evitar sentir esas pesadas cadenas que ataban mis manos… En las noches, escuchaba gritos de desesperación, tenía suerte de que mi padre estuviese ahí para protegerme —apartó la mirada —. Sabes, Hayato. Las catacumbas eran frías, vi muchas mujeres ser mancilladas y cada vez que mi padre salía, volvía lleno de cicatrices y heridas, sin decir una sola palabra.

Kael se alejó del lugar, pude notar como apretó sus puños con la fuerza suficiente para hacerlos sangrar.

«Así que también fue doloroso para él, pero, al final sigue un siendo un Jilk».

Jessica tomó una breve pausa antes de continuar, soltando lágrimas sin siquiera darse cuenta.

—Cada día, escuchaba los azotes de los que me había salvado mi padre y, cada que alguien trataba de causar problemas, era reducido a una masa de carne por ese bastardo de la lanza de jade.

»Yo, no puedo olvidarlo, Hayato. No creo poder hacerlo nunca.

Ella me abrazó, sin ánimo a detenerla, me limité a hacer lo mismo, mientras ella apretaba con fuerza mi abrigo, como si estuviese aferrándose a quien de cierta forma era su salvador. Por supuesto, yo no me salvé del llanto, pero, en mi caso, fue silencioso.

Su historia había causado una mescolanza de emociones dentro de mi mente, tenía ganas de volver para acabar con aquel negociante y el sabueso de jade, apretando los dientes de rabia al saber que no era lo suficientemente fuerte para hacerlo.

Pasado un tiempo, perdí la percepción del tiempo. De no ser por la ayuda de Shizu, no creo que ninguno de nosotros hubiese dejado de llorar, aunque fue por un solo momento, sentí como si me liberase de un poco del peso en mis hombros.

Incluso si era solo un poco de ello, era suficiente.

[...]

Pasó el tiempo y se hizo de noche, me había separado del grupo para pensar tranquilo, busqué una taberna cualquiera y tomé un par de copas de un vino amargo y fuerte. Suspirando de cuando en cuando, sin decir una sola palabra.

Tenía que tener claro que debía hacer, era obvio que las cosas no se volverían más sencillas de ahora en adelante, el mundo no se iba a detener solo porque yo quería que lo hiciese, debía hacerme más fuerte y más sabio, en cuanto antes.

Solo me quedaba un destino en el cual había pétalos caídos, el viaje no sería sencillo, estaba lejos y estaba vez iría solo. La fortaleza de hierro solo era un medio para proteger a aquellos que me importaban, y no sabía si eso en sí sería suficiente.

Sintiendo que el alcohol empezaba a llegarme el cerebro, pagué las copas y decidí detenerme, no quería desconectarme del mundo, no ahora. Y fue entonces cuando la sangre de mi cuerpo empezó a arder con fuerza.

En frente, se encontraba un hombre lleno de cicatrices, delgado y calvo. Su presencia era ominosa y, de cierta forma, guardábamos cierto parecido. Él sonreía con tanta malicia que resultaba enfermizo.

El búho que vigila la fortaleza de hierro, el hermano del demonio. Me encontraba ante el hombre que había abandonado su apellido para adoptar uno nuevo, Lee Son Aki. Y tal como esperaba, no traicionó mis expectativas sobre él.

—Niño, albergas un gran poder pese a tu edad. No es de extrañar, considerando la sangre que arde en tus venas —dijo mientras me señalaba —. ¿Qué te trae hasta aquí, bastardo del demonio? ¿O quizá debería decir, el aventurero negro? Es gracioso, tanto tú como mi hermano tomaron los peores apodos que se podrían dar —continuó.

Repentinamente, emanó una sed de sangre palpable, esquivé una puñalada que el trató de propinarme con una pequeña daga que pareció desaparecerle de las manos en un instante.

—Bien, eres un buen mago… pese a que te codees con una sirvienta y un montón de inútiles. Estoy informado de lo que buscas, sé que no te interesa tú padre, solo lo buscas para tener respuesta sobre esa zo-

Cuando trató de decir aquello, activé el estado rúnico y me preparé para calcinarlo con la flecha más fuerte que podía crear, no titubeé en hacerlo, al menos no hasta que sentí una decena de dagas cerca de mi cuello.

Eran asesinos, tan habilidosos como para que no pudiese notarlos, pero, no me importaba destruirlos a ellos junto a él.

—Veo que eres igual de sangre caliente que él, menudos modales, apuntarle a tu tío con semejante conjuro… pero, eso solo hace que seas más útil de lo que pareces.

Se sostuvo el rostro con manía, luego observó el horizonte y suspiró.

—Bien, no soy un desquiciado como para meterme con un niño inocente, mi rivalidad con mi hermano no es cosa tuya.

Dio la orden a los asesinos para bajar las armas, yo dispersé el hechizo también, tenía curiosidad.

—Puedes ir a hacer lo que desees, mientras yo este aquí, protegeré a tus seres queridos con una mano de hierro.

El hombre que hasta ese momento parecía un desquiciado, paso a mi lado desordenándome el cabello con una extraña sonrisa en el rostro.

—Te pareces mucho a él sabes, él solía tener los mismos ojos —comentó antes de despedirse.

El señor de la guerra me ofreció la posibilidad de marchar tranquilo, pues solo quedaba rezar porque esa paz no fuese efímera.