Más allá del horizonte
Dentro del tornado, pude distinguir el brillo metálico de una de las flechas dirigiéndose a Kael, desvié el proyectil lanzando mi lanza y dirigí mi atención al tornado. El soldado estaba atrapado, pero planeaba sus tiros con tiempo y alta precisión.
Era un hombre que había perfeccionado su técnica, por lo tanto, sería peligroso confiarse solo por ganar algo de ventaja. Su cadencia se había reducido, pero, el tornado solo era una ventaja para mí, no para mis aliados.
—Kael, llévate a Jessica y escóndanse. Yo me encargaré de este —proclamé mientras imitaba la pose de un arquero.
Kael conocía de sobra aquella pose, después de todo, no solía usar el arco etéreo para una batalla que no lo mereciese. El tornado se dispersó cuando desvié toda la concentración al arco y su objetivo.
El caballero se sacudió el polvo como si nada hubiese pasado, cargó otra flecha monumental y se alistó a disparar. Sin vacilar, generé varias flechas de fuego azul a unos cuantos metros de mí, sentía la cuerda del viejo arco que solía usar en mi niñez.
La sangre ardía y, como si fuese natural, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Si debía combatir, lo menos que podría hacer era disfrutarlo. Todo mi cuerpo lo exigía, el legado que había heredado de mi padre lo exigía.
El caballero soltó la flecha, esperé a que esta se acercara y la esquivé dando un salto, estando en el aire, dejé ir la flecha en contra del caballero, el cual inmediatamente dio un salto lateral para esquivar, aunque no pudo evitar el daño por completo.
El fuego se extendió por parte de su pierna izquierda, él lo apagó dando un pisotón que liberó una nube de polvo. Ambos cargamos nuevamente los arcos y volvimos a disparar, esta vez el proyectil me rozó ligeramente el rostro, a cambio logré predecir su trayectoria y darle de lleno en el pecho.
El fuego incandescente logró dañarle la armadura, pero no lo suficiente como para penetrar de lleno, ese era el problema contra enemigos acorazados y, por ello, debía cambiar mi enfoque.
Llevé una mano a los bolsillos de mi cinturón, tomando así un par de púas de acero que conservaba desde hace un tiempo, no me había visto obligado a usarlas desde hace mucho, pero debía tener en cuenta un arma que compensara las debilidades de mi magia.
«Quizá va siendo hora de que consiga otro arco».
Hice que corrientes de viento rodearan mis manos, y empecé a imbuir ether para hacer inestables las púas, todo con la mirada fija en mi oponente, debía estar listo para contrarrestar su ataque.
En cuanto tensó la cuerda salté hacia delante, entendiendo mi intención Shyun dio la máxima potencia posible al aura de viento que me rodeaba, en un breve momento, me había acercado lo suficiente como para no darle tiempo de actuar.
Con todas mis fuerzas y una corriente de viento acompañándolas, lancé una ráfaga de púas de acero que le destruyeron la armadura, con fragmentos incrustándose en su carne. El casco y la pechera se fragmentaron.
Lo que se reveló detrás fue a un hombre de cabello rojizo corto con una mírada desafiante. No dudé en alejar el arco de una patada, cubriendo al indefenso guerrero con una esfera de viento similar a la que me había salvado en la invasión.
Sin el arco no era una amenaza real, por suerte, no parecía llevar otra arma encima e incluso un usuario de chi con un poder equivalente al de un rango dorado tendría problemas atacando desde el aire sin un arma.
—Dime, ¿por qué nos has atacado? —pregunté al guerrero Acadiano.
Este se limitó a sonreír burlonamente, luego me miró fijamente a los ojos y susurró:
—Bendito sea el imperio, bendita sea la emperatriz.
Para mi horror, el soldado se mordió la lengua y murió poco después, no teníamos forma de tratarlo, había preferido acabar con su propia vida antes que revelar información.
—Era un buen soldado —comentó Kael.
Jessica suspiró.
—¿Cómo puedes decir eso? Acaba de morir, sé más sensible —respondió ella.
Él volteó a verme y luego a ella.
—Hayato iba a matarlo de todas formas —replicó sin dudar.
Ella se extrañó un poco, luego volteó a verme. No pude evitar apartar la mirada, lo que Kael había dicho era cierto, dejar cabos sueltos solo traería más problemas innecesarios. Tras un tiempo evadiendo las preguntas de Jessica, finalmente logré obtener un momento para respirar.
—Kael, Jessica. Adelántense, tengo que hacer algo —ordené mientras observaba el cadáver.
Kael se llevó a Jessica consigo sin rechistar, cuando estuvieron lo suficientemente lejos, encendí una flama que flotaba por sobre mi mano. El cuerpo ardió hasta no dejar nada más que cenizas, y una cruz de plata con una punta afilada que el soldado llevaba sobre su cuerpo.
Suspiré mientras me rascaba la cabeza, no me gustaba estar cerca de los muertos, su olor era horrible, prefería el olor a carne quemada que a la descompuesta. Dejé su arco y flechas por sobre las cenizas, colocando un par de piedras encima para hacer una lápida improvisada.
Dejando la cruz por encima, desempolvé mis manos con un par de palmadas. Tras ello continué caminando, mostrar respeto al enemigo no era más que cortesía.
—Qué tu alma descanse, fuiste un buen rival —dije mientras me alejaba de la escena.
[...]
—Oye, ¿estás seguro de que este es el camino correcto? —cuestionó Jessica con la voz temblando.
—Sí, ¿por qué? —respondí.
—¿Acaso no ves esa cosa? —replicó ella.
Tenía sentido que estuviese asustada, para entrar hasta la zona del imperio Qin en donde se encontraban el resto de los supervivientes, teníamos que cruzar un acantilado estrecho y oscuro, se le conocía como el paso de la princesa lunar, ya que era la única forma de acceder a los dominios de la cuarta sucesora del imperio.
—Por desgracia, esta es la única entrada, a menos que quieras ser derribada por arqueros y magos de la corte mientras tratamos de cruzar, volando o escalando.
Jessica tragó saliva.
»Sé que le tienes miedo a la oscuridad, pero tendrás que aguantarte —expliqué ante la atemorizada joven.
Volteé a ver hacia atrás, el carruaje estaba en malas condiciones tras el viaje, no solo por culpa del caballero, sino también por las pésimas habilidades de conducción de todos los que viajábamos en él.
—Por cierto, el camino es bastante estrecho, tendremos que abandonar este carruaje —comenté al resto.
—Está bien, no es como si fuesen a dejarlo pasar de todos modos —dijo Jessica.
—Ciertamente —afirmó Kael.
Debido a las reglas de los dominios, todo debía de ser regulado y, dentro de ellos, solo se podía viajar con los carros oficiales de la princesa. Al menos era así para los extranjeros.
Caminé hasta los guardias de la entrada y les pedí que cuidaran del carruaje, estos asintieron afirmando que no era problema, estaban acostumbrados a ello con tantos viajeros pasando por ahí.
Antes de que pudiéramos entrar, sin embargo, vimos a un grupo de soldados con armaduras plateadas y adornos de jade saliendo del pasadizo.
—Buen trabajo —mencionaron a los guardias.
Al observar con detenimiento pude notar que la carreta tenía una decena de caballeros con la misma armadura que el que había derrotado, eran Acadianos, no había duda, y encima quienes los habían acabado no tenían ni un rasguño.
El soldado que dirigía la marcha se detuvo ante nosotros.
—Es raro ver a un Jïnling por estos lares, siga con el buen trabajo —comentó al verme.
—¿Eh, gracias? —respondí extrañado.
El encuentro no pasó a mucho, aunque noté las miradas indiscretas dirigidas a Kael y Jessica, mi aspecto de ejecutor y la espada con su símbolo me daban cierta autoridad.
Incluso si no era realmente parte de ellos.
Nos adentramos al paso con una linterna de aceite proporcionada por los guardianes, aunque no salió barata, tuve que separarme del poco oro que nos quedaba. Tendríamos que trabajar estando dentro, al menos debíamos ganar lo mínimo para regresar.
Conforme más nos adentrábamos, peores se volvían los ataques de ansiedad de Jessica, por suerte Kael tenía experiencia calmándola. Sabiendo que una exposición prolongada sería peligrosa, aceleramos el paso para abandonar la oscuridad lo antes posible.
No había mucho que destacar del lugar, era un camino estrecho en un espacio entre montañas, en el precipicio se podía ver tenuemente la entrada a una cueva, pero hasta ahí. Tras lo que se sintió una eternidad, salimos del paso.
Jessica cayó de rodillas, disfrutando de la luz y el aire fresco, su semblante se recompuso poco después, aunque los guardias se veían algo anonadados por nuestras actitud. Estando del otro lado del paso, cerca del centro de la montaña, pude contemplar una hermosa vista de los dominios.
Los campos de grano, edificios ostentosos y la cordillera que se extendía por todo el lugar, resguardándolo del exterior, hacía que se viese precioso. Era un lugar enorme, por suerte nuestro destino no estaba lejos, solo tendríamos que cruzar un pueblo antes de llegar a la ciudad.
La teoría era sencilla, el problema era que no teníamos suficiente dinero para pagar el transporte. Al final y sin ninguna mejor idea viniendo a nuestra mente, decidimos bajar hasta el pueblo caminando, por suerte ir de bajada no cansaba tanto, el único problema era que el pueblo estaba sobre una colina.
Kael tuvo que cargar a Jessica a mitad de camino, no caminamos tanto, un par de horas a lo mucho, pero ella ya parecía estar a punto de desmayarse.
—Tomémonos un descanso en cuanto podamos —dije mientras avanzábamos a las puertas del pueblo.
Kael se detuvo en un momento y luego miró hacia el suelo.
—Hayato, ¿cómo vamos a pagar la posada y la comida? —cuestionó.
…
—No lo había pensado hasta ahora.
Entramos al pueblo casi sin complicaciones, por suerte no había que pagar peaje, a diferencia de la ciudad. Las piezas de oro nunca parecían ser suficientes, sin importar cuanto había trabajado en la fortaleza.
—Sabes que, vayamos al gremio —dije con una sonrisa forzada.
Jessica vomitó por culpa del mareo, su problema con la oscuridad era cosa seria.
Tras limpiar el desastre que causó mi vieja amiga y disculparnos con los guardias, entramos al gremio y pedí una medalla para operar dentro de los dominios. Este, a diferencia de la mayoría de locales en los que había estado, estaba construido principalmente con madera en el interior, aunque su exterior sí que estaba reforzado con piedra.
El personal usaba unas máscaras que se asemejaban a rostros humanos hechos de porcelana, siendo honesto daban algo de miedo.
Tomé un par de misiones enfocadas en cazar bestias y otro tipo de cosas que eran sencillas. Kael y yo trabajamos toda la noche, logrando reunir diez piezas de oro con la que pagar una habitación, aunque solo pagamos una para Jessica.
Estando fuera del pueblo con un montón de peticiones en los bolsillos y una lágrima saliendo de los ojos, revisé nuestro monedero, dándome cuenta de que nos quedaban solo tres piezas de oro tras pagarle unas medicinas tranquilizadoras a Jessica.
Posé mi mano por sobre la espalda de Kael.
—Parece que trabajaremos toda la noche.
Él observó el horizonte sin cambiar de expresión.
—... Así parece.
Por el atardecer del siguiente día, habíamos acabado con todas las misiones de cazar bestias y lidiar con alimañas que tenía el gremio, de paso tuvimos que entregarle materiales a herreros, alquimistas, sastres y todo tipo de artesanos.
Di un suspiro al ver que apenas y habíamos reunido unas setenta piezas de oro. Podían parecer bastante, pero los gastos del viaje, transporte, comida, medicina y reparación de equipo no eran baratos
Dejamos el pueblo tras un día de descanso y, esta vez pagando un carruaje, viajamos hasta la ciudad de interés. El conductor cantaba una canción extraña en el lenguaje local, por desgracia ninguno de nosotros lo entendía.
Llegamos a la ciudad tras unas cuantas horas de viaje, en total el viaje terminó costando dos piezas de oro, y en la puerta de la ciudad, el coste del peaje por cabeza era de unas cinco piezas.
Caminando por la plaza, recogí información de los locales, al parecer la mayoría de los supervivientes vivía en una calle asegurada por el ayuntamiento de la ciudad. Caminamos hasta el lugar, en su puerta nos esperaban un par de rostros inesperados.
—Vaya, ¿es posible que seas tú? —dijo una mujer de cabello rubio que llevaba un kimono celeste.
—¿Hayato? ¿Qué demonios te pasó? —dijo el hombre de cabello negro que la acompañaba.
—Ha pasado un tiempo, Ryu. No creí volver a verte —respondí avergonzado —. También es un gusto volver a verte, Livina.
No hubo tiempo para continuar esa conversación, el resto de supervivientes se presentó poco después.
—Vaya, pero si es Hayato, creí que lo habían matado.
—¿Ese no era el loco que siempre aparecía con heridas y lleno de sangre?
—¿No es el que estuvo a punto de morir en la mazmorra?
—¡Ah!, es el chico que nos ayudó contra ese caballero.
Todos hablaban sobre mí como si fuese una especie de bicho raro.
Tosí para calmar la conmoción y luego cuestioné a mi primo.
—¿Están aquí Lorgell y Aoi?
Él apartó la mirada.
—No, nadie los ha encontrado.
En ese momento sentí un frío pesar que recorrió todo mi cuerpo, la mirada se me perdió y apreté con fuerza mis puños.
—Ya veo… así que venir aquí fue un desperdicio después de todo.
En aquel momento no pude evitar decir lo que sentía en voz alta. Siendo honesto, no me interesaban los caídos, tenía a mi pareja esperándome en el pueblo y la situación de mis amigos era incierta, pero, todavía no podía explotar, no si aún tenía esperanza.
—¿Qué hay de Nagisa?
El grupo de jóvenes al que habíamos ayudado durante el asedio respondió.
—Vimos que su grupo fue derribado por soldados Acadianos, no sabemos mucho más que eso.
…
—Vámonos, Kael. Jessica, deberías quedarte en este lugar.
Jessica agarró mi abrigo.
—¿Quién dijo que los abandonaría? Solo quería ver, asegurarme de que la gente que apreciaba estuviese a salvo, pero, parece que la mayoría no lo logró —dijo mientras una lágrima le salía de los ojos.
Empecé a alejarme del pueblo, Ryu trató de detenerme —Oye, espera un momento —dijo. No es que me importase.
—Saluda a Midori y al tío por mí. Diles que algún día me pasaré por el clan —comenté haciéndolo retroceder con una ráfaga de viento leve —. Ya no me queda nada que hacer aquí.
Fue una conversación breve y hasta amarga, mis mejores amigos habían desaparecido, Nagisa incluida. No me había sentido así de impotente desde hace un tiempo, recogimos el carruaje nuevamente y marchamos de regreso a la fortaleza de acero.
Solo habían sido unos días, no podía esperar a reencontrarme con Shizu, Carlo y su amiga, ya había formado lazos con ellos, eran lo poco que me quedaba por proteger.
No, eran todo lo que me quedaba.