Viento aullante
El barco se movía lentamente, podía sentir como se mecía junto a las olas, ya se podía ver el faro que lo guiaba dentro de la espesa niebla.
Había pasado poco más una semana desde la muerte de Shizu, sentía que algo cambió en el fondo de mi corazón. Dejé de ser el mismo hombre, logré obtener el poder que tanto ansiaba, pero, al final, resultó ser inútil.
Todavía podía sentir su calor, sus brazos arropándome durante las frías noches en las que no podía dormir, su tenue voz llamando mi nombre. No podía creer que ella se hubiese ido, pero, lo había presenciado con mis propios ojos.
Por ello, es que le daría un propósito tanto al poder, como a la ira que se acumulaban como un veneno recorriendo mi cuerpo. Al menos ese era el plan, con el tiempo uno aprendía que no todo sale según lo previsto.
Y en cuanto vi el puerto supuestamente seguro en el que íbamos a desembarcar en llamas, solo pude maldecir a la guerra que se extendía por todo el continente. El crepitar del fuego se podía escuchar incluso estando lejos del puerto, el humo de la ceniza, un olor al que ya me había acostumbrado.
El capitán giró el barco de improvisto, un par de hombres estuvieron a nada de caerse de la cubierta. Ayudé a cuantos pude a reponerse y, asegurándome de que todos estuviesen seguros, salté del barco y condense viento sobre mis pies.
De querer podría llegar volando, pero sabía de sobra que mi presa no era una que se ocultaría, era un depredador y, en cuanto supiese su paradero, él se daría cuenta y esperaría mi desafío. La guerra importaba poco, solo necesitaba información y, de ser posible, ayudaría en lo que pudiese mientras estaba de paso.
Y así recorrí lentamente las aguas como si fuesen un camino, la guerra no se iría a ningún lado, por ello, caminé con calma mientras creaba corrientes de viento sobre las palmas de mis manos.
Se arremolinaron de a poco, corrientes de viento frío tan gélido que creaban pequeños pedazos de hielo por donde quiera que caminara. Cuando sentí que era suficiente, me detuve estando ya a pocos metros del puerto y, con un solo soplido, desvié las corrientes, mezclándolas con el agua marina.
Una suerte de llovizna siendo guiada por un viento invernal, se encargó de llevarse consigo las llamas. Los responsables no tardarían en acercarse a confirmar la fuente de aquella brisa, parecían bestias viciosas, tanto los humanos como los invasores.
Ya portasen una armadura roja o una negra, poco importaba. Solo debía matarlos a todos y dejar al más débil con vida, así obtendría información fácil. Y todo empezaba cargando una flecha de Sylph en el arco etéreo.
Sylph Argos, un hechizo que creaba una miriada de proyectiles de viento presurizado, que, con la ayuda de Shyun, se redirigían automáticamente a los enemigos. Esquivando sus defensas, todo gracias al poder que habíamos adquirido.
Continué disparando hasta que no vi a ninguno de pie, ascendiendo gracias a una esfera de viento altamente concentrado, cada vez que experimentaba el poder que obtuve tras la asimilación rúnica, podía ver mi humanidad dispersándose en el aire.
Al final solo quedaba una sensación fría recorriendo los alrededores, así es como solía ser. Pero, los demonios no hubiesen podido asolar al bastión del alguna vez gran imperio Acadiano si fuese tan sencillo acabar con ellos.
Pude ver a un par, presumiblemente líderes de escuadrones, uno de ellos llevaba un casco de pegaso, destacaba bastante y apenas se notaban un par de abolladuras en su armadura. Suspiré mientras me acercaba lentamente, conocía bien al enemigo, eran peligrosos, cierto, pero con solo un vistazo me di cuenta de que ninguno de ellos era una amenaza real.
—¿Quién eres? ¿Cómo te atreves a intervenir con nuestro noble deber? Yo, Il… ¿Qué?
El tipo del casco de pegaso trató de decir algo, aproveché para cortarle la cabeza al otro que estaba cerca, lo cual fue sencillo, bastó con una corriente de viento a presión y terminó muriendo al instante.
—¿Dónde se ocultan los heraldos? —pregunté.
Su reacción fue decepcionante, su miedo se entremezclaba con su voluntad, conocía bien esa mirada en sus ojos, al menos sentí que lo hacía. Él no hablaría por nada del mundo, pero, era sencillo notar que se trataba de alguien importante, sería útil usarlo para intimidar.
—Ya veo —comenté.
Agité la mano una vez y Shyun se encargó de realizar el corte, recogí la cabeza del demonio, y registré los escombros en busca de un saco, de nada servía una carnada como esa si no se usaba a su debido momento.
Incluso me tomé el tiempo para registrar el pueblo en busca de algún superviviente o refugiado, pero, como de costumbre. La mayoría o estaban muertos o eran enemigos para rematar.
«Shizu, me pregunto, ¿a cuántos más mataré durante este viaje? ¿Podré entonces volver a imaginar tu rostro sin sentir esta presión en el pecho?»
Abandoné el puerto siguiendo los caminos de tierra, caminando como ya era costumbre, no había prisa alguna en tratar de ayudar a alguien, después de todo, yo no era sirviente de nadie, decidí por cuenta propia no volverme un engranaje de la situación.
Jamás me volvería un soldado obediente.
La noche era silenciosa y de cierta forma todo me era extraño, las plantas, el aire, incluso las estrellas eran diferentes. Estaba muy lejos de casa, tanto así que de repente sentí como si fuese un personaje de alguno de esos viejos relatos para dormir que contaba el tío Yamato.
Las aventuras de las que hablaban tanto él, como mi madre. Aquellas que alguna vez se habían sentido tan lejanas, ahora yo mismo era el partícipe de ellas, aunque no de la forma en la que lo había imaginado cuando era un niño.
Solo, destrozado y con un vacío en el corazón, uno que se había estado forjando desde esa vez en la que tontamente creímos ser capaces de desafiar la mazmorra. De cierta forma, yo no era muy diferente de aquel entonces, seguía siendo el mismo idiota autodestructivo del que tanto se quejaban mis viejos amigos.
Continué caminando, perdido en mis pensamientos, hasta que logré ver de lejos la madera blanca de abedul, esa de la que tanto había escuchado a Gell hablar. Las aldeas también eran diferentes, sus cabañas estaban construidas de piedra y troncos enteros, era una experiencia extraña verlo de cerca.
Recordaba haber visto cosas similares en el pueblo, pero no era lo mismo a ver lo original.
«Supongo que debería buscar algún lugar para pasar la noche».
Recorrí el pueblo en busca de alguna posada, pero no parecía haber ninguna. Todos los edificios estaban abarrotados y con las luces apagadas, era como un pueblo fantasma. Al menos eso es lo que uno creería, de no ser porque podía escuchar la respiración agitada de los pueblerinos.
No me pareció extraño, después de todo ellos vivían cerca de la zona de guerra, siempre existía el riesgo de que algún extraño ya fuese invasor, ex soldado o algún aventurero de malas andanzas hiciera su vida imposible.
Podrían intentar defenderse, pero ocultarse era la mejor opción, yo mismo era consciente de que incluso si todos ellos me atacasen a la vez, siendo que estuviese dormido en la mejor de las ocasiones. Sería sencillo acabar con ellos.
Decidí pasar de largo para dejarlos tranquilos, no es que ellos supiesen lo que había pasado en el puerto, a ellos solo les quedaba rezarle a Lumis por una noche tranquila. Y por mi parte, prefería tomar las riendas del destino por mi cuenta.
Por lo que seguí caminando, hasta encontrar un viejo escondite de cazador que parecía abandonado. Me recosté cerca de una de la paredes y me dispuse a descansar, siempre con un ojo abierto ante cualquier sonido.
Solo necesitaba la energía necesaria para continuar un poco más, solo hasta encontrar al cobarde de “melancolía”, entonces y solo entonces, podría descansar tranquilo. Continué así hasta que llegó la mañana.
Sentía el cuerpo algo rígido, pero no era nada que estirarse un poco, no arreglara.
Con más energías y tras un bostezo, continué recorriendo el camino de tierra hasta encontrar algún lugar en el que hubiese un gremio de aventureros, generalmente la información circulaba por esos lares.
[...]
Terminé llegando a un pueblo de pescadores situado a un par de horas del puerto, tenía un gremio y era lo bastante grande, sin embargo, estaba completamente poblado por simpatizantes de la rebelión.
Tapé mi rostro con una capucha de tela negra y pasé de largo hacia una taberna, según había escuchado a lo lejos, los soldados rebeldes se reunían a beber con frecuencia, no eran la mejor fuente de información, pero, era mejor que nada.
Cuando abrí la puerta pude escuchar a un par que hablaban sobre los rumores circulantes, mayormente sobre mi persona. Había quienes me llamaban espectro, gracias a todo lo que había pasado desde que la aldea fue destruida, ya había quienes me consideraban un verdadero “demonio”.
Y no es que yo fuese a rechazar ese título. Es más, siempre y cuando fuese útil, lo abrazaría con toda mi fuerza.
Dejé rodar la cabeza del demonio al que maté no hace mucho, con eso la atención de todos los soldados se dirigió hacia mí.
—¿Disculpen, alguien sabe algo sobre los heraldos? Verán, es que estoy cazándolos.
El viento dejó caer la capucha y con ello una expresión de terror se marcó en sus rostros.
«Me pregunto si así es como se siente mi padre. Tendría que conocerlo algún día… A Shizu le habría gustado».
Los gritos de horror acompañados por una creciente sed de sangre inundando el ambiente no se hicieron esperar, a cualquiera que tratara de acercarse más de lo debido lo mataba usando corrientes de viento imperceptibles.
—Si hablan los dejaré vivir, no me interesa matar por gusto.
Uno a uno fueron cayendo, hasta que comprendieron la situación y retrocedieron como animales asustados.
—¿Y bien? ¿Dónde están los heraldos? —pregunté nuevamente.
Sus pupilas se dilataron y sus cuerpos temblaban con rigidez, entre susurros tambaleantes uno dijo.
—Ve hacia el norte, los Cavaliere deben saber lo que buscas —dijo uno de ellos.
Cerré los ojos dando un suspiro.
—Gracias.
Tapé mi rostro nuevamente y abandoné la cabaña, por suerte, Shyun había creado una barrera de viento para que el sonido no se escapara, con ello podría irme del pueblo sin prisa, volar ya me tenía aburrido.
«El norte, ¿eh? Más de algún comerciante viajará por ahí».
Fui en busca del algún carruaje, pero no había nada. Todos temían a los Cavaliere y nadie se atrevería a entrometerse con ellos. Me pareció una estupidez, pero, eso significaba que eran importantes, quizá incluso habría un apóstol entre ellos.
Sabiendo aquello, usando la voluntad del viento a mi favor, me rodeé en el manto de las alas de Aleph y viajé a toda velocidad hacia el Norte, durante el trayecto pude observar de reojo pueblos quemados, carnicerías en las que no quedaba ni un solo superviviente.
Me detuve al observar una caravana, había alguien con vida en ella, todavía respiraba y, por el manto que llevaba encima, supe que sería útil. Por ello descendí hasta el carruaje y aparté los escombros que le retenían.
—¿Sobreviviste gracias a la luz de Lumis, sacerdote? —cuestioné.
La mujer, relativamente joven, llevaba sobre sí un manto de Lumis, uno de curandero especializado, una marca de los sacerdotes de alto rango, que por desgracia, no eran combatientes.
—La bondad de la diosa me ha bendecido —expresó ella.
Extendiendo una mano la ayudé a levantarse, ella silbó, atrayendo a un corcel blanco con la marca de la iglesia tallada en su lomo. Se montó sobre él y dio un vistazo al horizonte.
—Los Cavaliere deben estar en el pueblo cercano, tengo que salvar a quien pueda —comentó.
—Señala la dirección del pueblo y trata de seguirme el paso.
Ella no tardó en marcar el lugar, terminé llegando en poco tiempo y, el panorama era desolador. La presa se había escapado, pero, había uno que otro par de sus miembros terminando el trabajo.
Era cierto que no dejaban a nadie con vida.
De lejos se podía ver a un chico desmayado tratando de aferrarse a la vida, claro que eso no era problema mío, pero, en cuanto vi un atisbo de aquella niebla celeste de las ilusiones, el rostro del bastardo se dibujó por sobre todos esos cerdos.
El chico era el único que estaba con vida, por lo tanto, no hacía falta contenerse.
La sacerdotisa no tardó en llegar, en cuanto tuve la oportunidad, tomé al chico y se lo lancé para que lo mantuviese a salvo. Los soldados se alinearon en preparación para el combate, se notaba que estaban curtidos, habían logrado medir mi poder con solo un vistazo y, su decisión fue pelear en conjunto.
—Shyun, protege a esos dos —ordené.
No necesitaba la resonancia para acabar con esa basura.
Las nubes del cielo se arremolinaron a los alrededores, como si una tormenta se acercara. El viento frío recorría mi mano izquierda y en la derecha había viento caliente. Las corrientes de aire se mezclaron y, de a poco, se formó un tornado que arrastraba todo cuanto estaba a su paso.
Pero eso en sí mismo no era suficiente. Cuando todos estuvieron en el aire, el tornado se condensó en una esfera de viento que parecía palpable y, con el comando de la formulación rúnica: Ifrit, una esfera de fuego ardiente que iluminaba cuál día se formó.
Aun estando en el aire, los demonios fueron arrastrados por las corrientes de viento hasta su perdición, muriendo mientras agonizaban en las llamas de la técnica que había diseñado. El lamento de Ignis.
Con todo terminado, sabía que más de alguno de ellos estaría vivo, pero, sería imposible que un soldado de élite entrenado cediera información a su enemigo.
—Maldito seas… espectro —expresó el último de ellos.
Escupí al suelo al escuchar aquello, ¿qué hacía un demonio maldiciéndome? No, no importaba, de momento, la sacerdotisa y el niño eran más útiles.