1703. Contadores

—Yo me encargaré de ella —ordenó Noah—. Tú ocúpate del resto. ¿Qué tan fuertes pueden ser si el Cielo y la Tierra están dispuestos a dejarnos probarlos?

Noah usó esas palabras para levantar la moral de sus compañeros, pero no se atrevió a subestimar a los cultivadores que habían vivido en las ciudades en el cielo. Había algo extraño en sus leyes, e incluso sus artículos inscritos escapaban a su conocimiento.

Su atención estaba en las mangas de la Señora Phyllis. Noah no podía ver sus manos, pero sus instintos le decían que el aspecto peligroso de esa cultivadora estaba allí.

«Debería terminar esto pronto», pensó Noah mientras la sustancia inestable fluía dentro de sus vasos negros.

Llamas se acumulaban en su boca, y las raíces en su mano derecha se abrían para dar espacio al mango negro que salía de su pecho. Noah sacó la espada maldita sin mostrar ninguna vacilación, y su sed de sangre llenó la región entera.