El Despertar

El suave tintineo de la puerta interrumpió el sueño de Logan, arrancándolo del abrazo reconfortante de su sueño. Aunque apenas se filtraba la luz del amanecer a través de las cortinas entreabiertas, el frío penetrante de la mañana ya se insinuaba en la habitación. Con un murmullo somnoliento, Logan respondió al llamado, su voz raspando ligeramente por el sueño que aún lo abrazaba con firmeza. —Un momento —murmuró, luchando contra el peso de sus párpados cerrados mientras se deslizaba fuera de las sábanas, sus pies desnudos encontrando el frío del suelo con una sensación inesperada de ligereza. Una pregunta confusa se formó en su mente mientras se dirigía hacia la puerta: «¿Por qué no se sentía tan pesado como de costumbre?». Con pasos lentos y pesados, finalmente alcanzó la puerta y la abrió con precaución, solo para encontrarse con una visión sorprendente al otro lado. Una joven mujer lo miraba con ojos azules deslumbrantes, su cabello rubio recogido en una coleta que dejaba escapar algunos mechones rebeldes. Su piel blanca como la porcelana parecía brillar bajo la tenue luz de la mañana, y su figura estaba envuelta en el atuendo distintivo de una sirvienta victoriana. La familiaridad de su presencia desconcertó a Logan, como si ya la hubiera conocido antes, aunque no podía recordar dónde ni cuándo. La sorpresa paralizó brevemente sus sentidos, mientras intentaba reconciliar la sensación de déjà vu que la mujer evocaba en él.

La voz de la joven mujer resonó en la habitación con una suavidad reconfortante, pero las palabras que pronunció dejaron a Logan aún más perplejo.

—Buenos días, mi Zar —saludó ella con una sonrisa cálida y un tono amable, cerrando la puerta tras de sí con un movimiento fluido—. ¿Cómo descansó?

La palabra "Zar" resonó en la mente de Logan como un eco confuso, desencadenando una oleada de confusión que amenazaba con abrumarlo por completo. ¿Por qué lo llamaba así? ¿Y por qué se sentía tan desconcertado?. Antes de que pudiera formular una respuesta, una punzada de dolor le atravesó la cabeza, intensa y penetrante como un rayo. Un grito de agonía escapó de sus labios, y ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar cuando el dolor lo hizo tropezar y caer hacia atrás, desviando su atención hacia el inmediato peligro físico.

—¡Argh! —gruñó Logan, sintiendo cómo el dolor se apoderaba de su mente y cuerpo por igual. Casi sin darse cuenta, tropezó con algo en el suelo y derribó una vieja lámpara, que se estrelló con estrépito contra el suelo, añadiendo un nuevo nivel de sufrimiento a su ya abrumadora experiencia. La joven mujer, cuya preocupación era palpable en cada gesto, se apresuró a acercarse y se arrodilló a su lado con una expresión llena de angustia y compasión en sus ojos cristalinos. Logan sintió una oleada de gratitud hacia ella, aunque su mente nublada apenas podía procesar la situación. Antes de que pudiera decir una palabra para tranquilizarla, un estruendo resonó en la puerta, interrumpiendo cualquier intento de comunicación. Los golpes fuertes resonaron en la habitación, enviando ondas de ansiedad a través del corazón ya atormentado de Logan.

La voz profunda y angustiada del hombre al otro lado de la puerta resonó en la habitación, llenando el espacio con una sensación de urgencia y preocupación palpable. Logan se esforzó por procesar la información, luchando contra la marea de confusión y dolor que amenazaba con abrumarlo por completo. —Mi zar, señorita Jessie, ¿se encuentran bien? —preguntó el hombre, su tono cargado de angustia y ansiedad. Jessie parecía estar a punto de responder, pero Logan la detuvo con un gesto rápido, colocando una mano reconfortante en su hombro y moviendo la cabeza en un gesto de negación. —Estamos bien, capitán Rokur —respondió Logan, tratando de infundir calma en sus palabras a pesar del dolor que lo atormentaba—. Solo me tropecé con algo, eso fue todo. Aunque intentó mantener la calma, Logan no pudo evitar notar que la voz que salió de su boca no era la suya. Su propia voz, normalmente apagada y sin vida desde hacía ya un año, resonaba ahora con una autoridad inesperada, una serenidad que no había sentido en mucho tiempo. La diferencia lo desconcertó, dejándolo preguntándose qué había causado este cambio repentino y desconcertante. Las palabras del hombre, las referencias a un "capitán Rokur" y las preguntas sin respuesta sobre su propia voz transformada agregaron una nueva capa de confusión y angustia a la situación ya desafiante. En medio de la incertidumbre, Logan luchó por mantenerse firme, buscando respuestas en un mar de preguntas sin respuesta.

El tono más tranquilo de Rokur trajo consigo un suspiro de alivio para Logan, quien trató de mantener la compostura ante la confusión que lo envolvía. Sus ojos se encontraron con los de Jessie, quien parecía igualmente desconcertada por los eventos que acababan de ocurrir. Con un gesto suave, Logan se acercó a ella y tomó suavemente su mejilla, buscando transmitir una sensación de calma y tranquilidad. —Jessie... —murmuró, luchando por encontrar las palabras adecuadas—. Perdona si te preocupé. No dormí bien y mi cabeza está un poco confusa, así que disculpa si mi comportamiento te asustó. El tacto reconfortante de Logan y sus palabras tranquilizadoras parecieron tener un efecto calmante en Jessie, quien respondió con una mezcla de alivio y timidez.

—N-no se preocupe, mi Za-Zar —murmuró ella, tartamudeando ligeramente y con un rubor tímido coloreando sus mejillas. A pesar de la extrañeza del momento, Logan no pudo evitar sonreír ante la dulzura y la ternura de la respuesta de Jessie. Su interacción era improvisada y casi instintiva, pero había una sensación de conexión y camaradería que parecía natural entre ellos. En medio del desconcierto y la incertidumbre, encontrar un momento de calma y complicidad era un bálsamo reconfortante para el alma de Logan.

— Jessie, ¿puedes hacerme un pequeño favor?—. Logan pregunta de manera tranquila aún con su pequeña sonrisa y acariciando suavemente su mejilla. La suave caricia de Logan sobre la mejilla de Jessie parecía calmarla, y ella asintió con prontitud, dispuesta a cumplir cualquier solicitud que él le hiciera. —Por supuesto, mi zar, lo que necesite —respondió ella, aunque su voz aún temblaba ligeramente por la tensión del momento. Logan le sonrió con ternura, agradecido por su disposición a ayudar a pesar de las circunstancias confusas. —Gracias, Jessie. ¿Podrías decirle a los guardias que están afuera de mi puerta que se retiren? Y, por favor, mándame a alguien cuando el desayuno esté listo —pidió Logan con tranquilidad, transmitiendo confianza y seguridad en sus palabras. La joven asintió con una expresión diligente y se alejó para cumplir las órdenes de Logan. Mientras observaba su partida, Logan sintió un destello de gratitud por su presencia reconfortante en medio del caos que lo rodeaba. Aunque todo parecía estar envuelto en un manto de misterio y confusión, al menos podía contar con el apoyo de Jessie para ayudarlo a enfrentar lo que sea que estuviera por venir.

Logan se incorporó de la cama con cautela, su mente aún aturdida por los eventos recientes. Sus pasos lo llevaron a dar un breve paseo por la espaciosa habitación, buscando algún indicio que pudiera arrojar luz sobre la desconcertante situación en la que se encontraba. Sin embargo, su recorrido se detuvo bruscamente cuando su reflejo en el espejo atrajo su atención. Lo que vio en el espejo no era su propio rostro, sino el de un hombre joven de tez pálida, que parecía tener no más de veinte años. Alto y esbelto, con una estatura de al menos 1.80 metros, su rostro exhibía una atracción marcada, con rasgos definidos y una pequeña barba que adornaba su mentón. Su constitución delgada estaba matizada por una musculatura bien definida, y unos ojos grises penetrantes reflejaban una mezcla de confusión y asombro. Su cabello castaño oscuro, algo largo y rebelde, enmarcaba su rostro con un aire de misterio. Lo que detuvo a Logan en seco no fue simplemente su propia apariencia transformada, sino el reconocimiento súbito de la persona que veía en el espejo. En un instante, los recuerdos inundaron su mente, y todo cobró sentido. Él era el Zar Varlam II de Skavgror, perteneciente a la legendaria dinastía Kelsen que gobernaba el vasto Imperio Skavgror. Apodado como "El cuervo sangriento", Varlam era uno de los personajes más emblemáticos y queridos de la serie de novelas "La guerra de las tres monarcas". La serie de ocho novelas, ambientadas en un periodo histórico similar al sigo XIX, relataba la intrincada lucha por el poder entre las tres mujeres más poderosas del mundo. La popularidad de las novelas se disparó aún más cuando fueron adaptadas en dos exitosas series de televisión, que abarcaban toda la trama principal de los ocho volúmenes, así como un spin-off que exploraba los eventos ocurridos una década antes de los sucesos principales, donde Varlam hacía su entrada triunfal en la narrativa.

En los recovecos de la mente de Logan, resonaban los ecos de la descripción del legendario Varlam Skelsend, el hombre cuya identidad ahora compartía. Su mente se sumergió en los detalles que lo definían: un hombre de innegable atractivo, cuya presencia era como un faro de tranquilidad en medio de la tormenta. La descripción de Varlam como un ser tranquilo, pacífico y melancólico reverberaba en su conciencia, como si las palabras mismas estuvieran grabadas en su alma. Varlam, a pesar de poseer todas las cualidades que podrían convertirlo en un gran conquistador, carecía del impulso ambicioso que impulsaba a muchos hacia la gloria militar. Era un hombre que no le importaba las luchas mundanas por el poder y la dominación. A pesar de su renuencia a sumergirse en las maquinaciones del conflicto, era reconocido como uno de los más hábiles y mortíferos generales de todo el continente de Ormaler. La mención de su capacidad para enfrentarse al temido Duillo Boschetti, el equivalente de Napoleón en su historia, solo reforzaba su reputación como un estratega formidable. Se decía que, aunque enfrentaría enormes dificultades, Varlam prevalecería en última instancia, demostrando su habilidad táctica y su ingenio en el campo de batalla. Pero más allá de sus habilidades militares, Varlam era amado y respetado por su pueblo. Su altruismo y su dedicación al bienestar de su gente lo habían convertido en una figura querida tanto por los burgueses como por los nobles del imperio. Las buenas relaciones que mantenía con las familias nobles y los burgueses eran un testimonio de su capacidad para unir a diferentes sectores de la sociedad bajo una causa común. La historia de los Skelsend, la familia más antigua del continente con más de quince mil años de antigüedad, añadía un aura de grandeza y legado a la figura de Varlam. Como Zares del vasto Imperio Skavgror, su influencia se extendía por toda la región, desde las gélidas tierras del norte hasta las regiones más remotas del este. El Imperio Skavgror, una nación inspirada en la majestuosidad y la opulencia de la Rusia zarista, ocupaba una posición dominante en el continente de Ormaler. Con vastos territorios bajo su dominio, era el imperio terrestre más grande de todo el continente, ejerciendo su poderío sobre vastas extensiones de tierra y una población que se contaba entre las más numerosas de la región. Los Skelsend, además, contaban con uno de los ejércitos más poderosos de Ormaler, si no del mundo entero. Su fuerza militar era legendaria, y se decía que ningún enemigo podía enfrentarse a ellos sin enfrentar una resistencia brutal y arrigida. Aunque algunas afirmaciones podían ser exageraciones de los fervientes fanáticos del imperio.

La ironía de encontrarse en la piel de Varlam Skelsend, un personaje trágico de "La guerra de las tres monarcas", no escapaba a la mente de Logan. Si bien la idea de reencarnar o transmigrar o alguna de esas mierdas, a otro mundo, especialmente como un emperador rico y atractivo, con el amor de su pueblo y un poderoso ejército a su disposición, parecía tentadora a primera vista, la realidad era mucho más compleja. En las páginas de "Las llamas por el trono", la primera novela de la serie, se sumergía en la historia de Varlam, desde sus trastornos psicológicos hasta las profundidades de sus inseguridades y su falta de deseo por el poder. La narrativa se desplegaba con una cruel precisión, revelando cómo la tragedia y la fatalidad habían marcado el destino de Varlam. Su muerte prematura, cinco años antes de los eventos de las novelas, resonaba como un eco de los errores y las desgracias que habían plagado su existencia. Varlam, a pesar de su reticencia a gobernar y su preferencia por la diplomacia sobre la guerra, habría sido capaz de aplastar cualquier amenaza que se interpusiera en el camino de su imperio. Su reputación como un estratega formidable y un líder amado por su pueblo sugería un potencial inmenso que nunca llegó a realizarse completamente. La autora misma había reconocido la necesidad de debilitar al Imperio Skavgror para mantener la trama equilibrada entre los tres protagonistas. La fuerza indomable que representaba Varlam había tenido que ser sacrificada en aras de la coherencia narrativa, aunque eso significara la pérdida de un líder capaz y una verdadera potencia en el escenario político de Ormaler. El destino de Varlam Skelsend, como el de muchos otros personajes trágicos, había sido sellado por las decisiones de aquellos que escribieron su historia. Ahora, en el cuerpo de Varlam, Logan se encontraba atrapado en un conflicto entre su propia identidad y el legado de un hombre cuya sombra aún se cernía sobre él.

La vida de Varlam Skelsend, desde su origen como el hijo bastardo de Arlon I, apodado "El silencioso", hasta su ascenso como Zar Varlam II, estaba marcada por una compleja red de relaciones familiares y desafíos personales. Logan recordaba vívidamente los detalles de su historia, como si hubieran sido tallados en piedra en su mente. En las páginas de las novelas, Arlon emergía como un líder respetado y un padre amoroso, encarnando los rasgos distintivos de los Skelsend. Su figura era la de un hombre de constitución delgada, piel pálida y cabello castaño oscuro, con unos ojos grises que irradiaban autoridad y determinación. Sin embargo, detrás de esa fachada de poder se escondía una dualidad sorprendente. Por un lado, Arlon personificaba la imagen del Zar implacable, con una actitud fría y severa que reflejaba la tradición y el linaje de los Skelsend. Era capaz de mantener una expresión imperturbable incluso en los momentos más difíciles, mostrando un temple que imponía respeto y temor por igual. Por otro lado, existía una faceta más íntima y personal de Arlon, la del padre y el esposo cariñoso. En esos momentos, su semblante se suavizaba y su mirada adquiría una calidez que revelaba su profundo amor por su familia. Era en estos momentos de intimidad donde se revelaba su verdadera humanidad, lejos de la máscara de poder que llevaba en público. La educación noble que recibió Varlam junto con sus medios hermanos moldeó su carácter y su destino de manera significativa. Desarrolló una amistad compleja y una rivalidad profunda con su medio hermano Edwyn Skelsend, cuyos rasgos heredados de los Seynell, la familia materna de Varlam y gobernante del reino de Oscaria, contrastaban notablemente con los de los Skelsend. Piel clara, cabello castaño rojizo y ojos azules cristalinos, caracterizaban a Edwyn, marcando una diferencia visual que reflejaba las tensiones entre las dos ramas de la familia. Este tapiz de relaciones familiares, emociones y desafíos personales, formaba el trasfondo de la vida de Varlam Skelsend, un hombre cuyo legado trascendía las páginas de las novelas para llegar a la vida misma de Logan.

La familia de Varlam estaba compuesta por una serie de personajes complejos y fascinantes, cada uno con sus propias peculiaridades y roles en la trama de la vida del Zar. Las gemelas Arra y Samantha, por ejemplo, destacaban no solo por su apariencia física idéntica, sino también por sus personalidades radicalmente opuestas. Si bien compartían los rasgos Seynell, su actitud y temperamento eran como la noche y el día. Arra emanaba una serenidad casi mística, mientras que Samantha irradiaba una energía dinámica y ambiciosa. La dinámica entre estas dos hermanas gemelas proporcionaba un constante telón de fondo de intrigas y tensiones familiares. Por otro lado, Alys, la tercera hermana de Varlam, era un espíritu libre y aventurero, con una pasión por las actividades consideradas tradicionalmente masculinas, como el combate y la exploración. Su vínculo especial con Varlam trascendía los límites de la hermandad, convirtiéndola en una de sus confidentes más cercanas y leales. Juntos, compartían una conexión única que se alimentaba de su amor mutuo y su espíritu de aventura compartido. Sin embargo, en el corazón de esta intrincada dinastía estaba lady Celia Seynell, la esposa del Zar Arlon y madre de Varlam y sus hermanos. Su presencia imponente y su marcada belleza, enmarcada por los rasgos distintivos de los Seynell, la convertían en una figura imponente en la corte de Skavgror. Pero más allá de su apariencia física, era su carácter fuerte y su profundo sentido del deber lo que la distinguía. En las páginas de las novelas, lady Celia se retrataba como una mujer de principios inquebrantables, cuya lealtad a su familia y su imperio era inquebrantable. Aunque poseía una comprensión profunda de la política y los asuntos de Estado, su naturaleza emocional a menudo la llevaba a actuar más por instinto que por cálculo. Esta dicotomía entre razón y emoción se manifestaba en su relación con Varlam, quien siempre percibió su trato frío y distante como un recordatorio constante de su estatus de bastardo en una sociedad regida por normas rígidas y prejuicios arraigados. La interacción entre Varlam y su familia, marcada por la complejidad de las relaciones interpersonales y los conflictos emocionales, añadía profundidad y matices a la trama de las novelas, creando un tapiz emocional rico en drama y profundidad psicológica.

La relación entre Varlam y sus medio hermanos y hermanas estaba marcada por una serie de complejas interacciones familiares que reflejaban tanto lazos de afecto como tensiones profundas. Edwyn, con su carácter afable y leal, se mantuvo firme en su apoyo a Varlam, ignorando las tentativas de su madre por distanciarlo. Su relación fraternal perduró a pesar de las presiones externas, sirviendo como un ejemplo de la fuerza del vínculo entre hermanos. Por otro lado, Arra optó por seguir tratando a Varlam con el mismo afecto y respeto que antes, demostrando una comprensión y empatía excepcionales hacia su situación. Aunque consciente de su condición de bastardo, Arra eligió mirar más allá de los prejuicios sociales y valorar a Varlam por la persona que era, en lugar de por su linaje. Sin embargo, la actitud de Samantha hacia Varlam tomó un rumbo completamente diferente. Después de asimilar la verdad sobre su medio hermano, Samantha se dejó influenciar por la posición de su madre y adoptó una postura distante y fría hacia Varlam. Siguiendo los pasos de lady Celia, se esforzó por adherirse a las normas sociales y los estándares de comportamiento establecidos, alejándose de Varlam en el proceso. Por su parte, Alys mostró una indiferencia total ante los intentos de su madre por separarla de Varlam. Su apego al Zar era inquebrantable, y poco le importaban las opiniones de los demás. Al permanecer al lado de Varlam, Alys desafiaba abiertamente las expectativas de su madre y afirmaba su independencia y libre albedrío. El trasfondo de la situación familiar se veía aún más complicado por el pasado amoroso del Zar Arlon con la Condesa Maryn. Los rumores de un romance entre ellos añadían una capa adicional de intriga y tragedia a la historia, especialmente considerando las restricciones impuestas por el contrato matrimonial con lady Celia. Aunque la poligamia era aceptada en el imperio, el acuerdo nupcial de Arlon con lady Celia especificaba que ella sería la única Zarina, lo que arrojaba sombras sobre el pasado del Zar y generaba resentimientos y conflictos dentro de la familia real.

También estaba la teoría sobre la devoción de lady Celia a la fe de los cinco santos como posible motivo de su actitud hacia Varlam añadía una capa más de complejidad al ya intrincado entramado de relaciones familiares. En un mundo donde la religión tenía un papel fundamental en la vida cotidiana y en la política, las creencias personales podían influir significativamente en las decisiones y actitudes de las personas, especialmente cuando se trataba de asuntos familiares. El misterio en torno a la identidad de la madre de Varlam y las razones detrás del desprecio de lady Celia hacia él mantenían en vilo a los lectores y espectadores de la serie de novelas y programas de televisión. Aunque se especulaba sobre posibles motivos, como el celo religioso o los resentimientos personales, la verdad permanecía oculta en las sombras, añadiendo un elemento de misterio y tragedia a la historia de Varlam. Centrándose en el punto crucial de su vida, la legitimación de Varlam a los nueve años marcó un punto de inflexión significativo en su destino. A pesar de la oposición de lady Celia, el Zar Arlon decidió otorgar a Varlam su lugar como un verdadero Skelsend, aunque esto no fue motivo de alegría para la Zarina. La concesión del ducado de Aflit como parte del acuerdo proporcionó a Varlam una posición y un título que le otorgaban poder e influencia en el este del imperio, aunque también lo alejaban de su hogar y lo colocaba en un entorno desconocido y potencialmente hostil. Este cambio de estatus y la responsabilidad añadida de gobernar una región significativa no solo alteraron la vida de Varlam, sino que también moldearon su carácter y determinaron su camino hacia el poder y el liderazgo en el imperio. Desde ese momento, Varlam se vio obligado a enfrentarse a desafíos que pondrían a prueba su fuerza, su sabiduría y su voluntad de hacer lo que fuera necesario para proteger a su pueblo y asegurar el futuro del imperio Skavgror.

La legitimación de Varlam marcó el inicio de una serie de eventos que sumieron su vida en la tristeza y la tragedia. Durante las festividades que acompañaron este acontecimiento, un insidioso brote de la "Perdición Roja", una enfermedad mortal y casi incurable, se propagó por las principales ciudades del imperio, cobrándose la vida de su padre, sus hermanos Edwyn y Arra, y dejando a Varlam gravemente enfermo. Este infortunio desencadenó una tormenta de emociones y consecuencias que marcarían el destino de Varlam de manera irrevocable. En primer lugar, la experiencia de sobrevivir mientras su familia sucumbía a la enfermedad lo sumió en un profundo sentimiento de culpa y de inferioridad. Para él, el hecho de haber sobrevivido mientras sus seres queridos perecían representaba una carga insoportable de pesar y autodesprecio. "Mi vida no vale ni la mitad de la de ellos", susurraba en las noches de insomnio, atormentado por la sensación de haber fallado a aquellos que más amaba.

Además, el dolor de perder a su esposo y a sus hijos llevó a lady Celia a un abismo de desesperación y desapego. Abandonó a sus hijas, incluida la recién nacida Ana, en un acto de desesperanza y desesperación, incapaz de soportar la carga de su propia pena y angustia. Pero quizás una de las consecuencias más impactantes de esta tragedia fue el desarrollo de un amor enfermizo y perturbador entre Varlam y sus hermanas. Samantha, consumida por una mezcla de resentimiento y atracción hacia su hermano mayor, se debatía entre la necesidad de reclamar su derecho al trono y la obsesión que sentía por él. Este conflicto interno alimentó un vínculo distorsionado y tóxico que desencadenaría eventos catastróficos en el futuro. Por su parte, Alys, la más cercana a Varlam en espíritu y afecto, también sucumbió a la influencia de este amor desquiciado. Para ella, la presencia de Varlam representaba un refugio en medio de la tormenta emocional que azotaba su vida, una sensación de seguridad y protección que la llevó a aferrarse a él con desesperación. Estos retorcidos lazos emocionales, combinados con el peso de la responsabilidad y la carga del poder, trazaron un destino oscuro y trágico para Varlam. Atrapado en un torbellino de emociones y conflictos internos, su vida se convirtió en una lucha constante entre el deber y el deseo, la lealtad y la traición, que finalmente lo llevaría a su prematura y desgarradora muerte.

Y bueno, sería reconfortante pensar que el mayor desafío de Varlam era lidiar con las complejidades emocionales de sus hermanas, pero la vida se encargó de negarle ese lujo. Desde una edad temprana, Varlam se vio sumido en un torbellino de responsabilidades y desafíos que hubieran abrumado a cualquier adulto, y mucho más a un niño de nueve años. La enfermedad que azotó a su familia y su propio cuerpo marcó el inicio de una odisea personal que lo llevaría a enfrentarse a su propia mortalidad y a los horrores de la pérdida. Pero incluso en medio de la tragedia, la maquinaria implacable del poder continuó girando, y Varlam se vio arrastrado hacia un destino que exigía mucho más de él de lo que cualquier niño debería soportar. La figura de Oren Arthe, designado como regente pero actuando más como un consejero, añadió una capa adicional de complejidad a la carga de Varlam. Aunque su intención era ayudar al joven Zar en su papel de gobernante, la realidad era que Varlam se encontraba solo ante el inmenso desafío de dirigir un imperio vasto y complejo. La presión de las responsabilidades políticas y militares pesaba sobre sus hombros, mientras luchaba por encontrar su propio camino en un mundo que parecía determinado a arrastrarlo hacia la oscuridad. El riguroso entrenamiento al que fue sometido, diseñado para convertirlo en un líder indomable y un guerrero imbatible, añadió una capa adicional de estrés y agotamiento a una vida ya de por sí abrumadora. Desde una edad temprana, fue sometido a una disciplina implacable, estudiando y entrenando día y noche bajo la atenta mirada de los mejores tutores y militares del imperio. La infancia y la pubertad de Varlam estuvieron marcadas por la fatiga y el agotamiento constante, mientras luchaba por equilibrar sus responsabilidades como gobernante con su deber de cuidar a sus hermanas y proteger a su pueblo. Así, la vida de Varlam se convirtió en una danza interminable entre el deber y el deseo, la lealtad y la traición, una lucha desesperada por mantenerse a flote en un mar de adversidad y desafío.

Pero lo que casi rompe a Varlam en todo sentido fue la guerra denominada, La Gran Invasión del Toro de Hierro, un cataclismo que estremeció los cimientos del continente y sacudió los pilares del poder establecido, marcó el inicio de una de las épocas más oscuras y turbulentas en la vida de Varlam. Fue un conflicto que trascendió las fronteras y se convirtió en una prueba definitiva para el joven Zar y su imperio, desafiando su determinación y poniendo a prueba su capacidad de liderazgo en la peor de las adversidades. Anderson Marshbreed, conocido como "El Toro de Hierro", emerge como la figura central de este conflicto desgarrador. Un hombre de carácter fiero y personalidad magnética, era más conocido por su propensión a la guerra que por su habilidad para gobernar. Con un ejército formidable a sus espaldas, compuesto por más de 254,000,000 hombres y respaldado por una impresionante cantidad de 320.000 piezas de artillería, Marshbreed desató una ola de destrucción sin precedentes mientras avanzaba por las tierras del Este del continente, donde esta el Oeste del Imperio, sembrando el caos y la desolación a su paso. El tamaño y la ferocidad del ejército de Marshbreed eran abrumadores: más de 45,000,000 de infantes de línea, 30,000,000 de granaderos, 40,000,000 de infantes ligeros, 18,000,000 de coraceros, 21,000,000 de dragones, 19,000,000 de carabineros a caballo, 30,000,000 de lanceros, 31,000,000 de húsares y 20,000,000 de cazadores a caballo. Una fuerza imparable que amenazaba con arrasar todo a su paso y sumir a las naciones del Oeste en la oscuridad.

Fueron meses tumultuosos, marcados por el estruendo de los cañones y el clamor de la guerra, en los que las naciones de la alianza contra Anderson Marshbreed se vieron sumidas en una lucha desesperada por contener el avance imparable del temible Toro de Hierro. Sin embargo, a medida que las batallas se sucedían y los países caían uno tras otro ante el poder avasallador de Marshbreed, la esperanza comenzaba a desvanecerse y la sombra de la derrota se cernía cada vez más oscura sobre el horizonte. Para Varlam, este fue un período de angustia y desesperación, en el que se vio obligado a enfrentarse a la implacable marea de la guerra con recursos escasos y un ejército diezmado por la enfermedad y la inexperiencia. Con apenas catorce años de edad, el joven Zar se vio catapultado al frente de la lucha por la supervivencia de su imperio, enfrentándose a un enemigo formidable con valentía y determinación, pero con recursos insuficientes para contener el avance de Marshbreed. Mientras las fuerzas de Anderson se acercaban inexorablemente al corazón del imperio Skavgror, Varlam se vio obligado a movilizar a toda prisa a las escasas tropas disponibles para defender su tierra natal. Sin embargo, en lugar de encontrar el apoyo esperado de sus supuestos aliados y de su propio ejército de élite, se encontró con una fuerza heterogénea y desorganizada, formada por cadetes, milicias ciudadanas y voluntarios poco preparados y mal equipados para el combate. Con apenas 80.000.000 de hombres inexpertos y 25.000 piezas de artillería a su disposición, Varlam se enfrentó a las fuerzas abrumadoras de Marshbreed consciente de que la supervivencia de su imperio dependía de su capacidad para resistir el embate del enemigo. Afortunadamente, contaba con el apoyo valioso de unidades de élite como la Guardia Negra, la Guardia Rubí, la Guardia del Cuervo y los regimientos de los Demonios rojos, así como con los pocos Zacors que quedaban, cuya lealtad y destreza en el combate eran inquebrantables. En total juntaban unas 5.600.000 tropas y otras 40.000 piezas de artillería extras.

Sin embargo, incluso con el apoyo de estas unidades de élite, la situación era desesperada y la victoria parecía cada vez más improbable. Todo por la culpa de el rey Gregon Albimont V, conocido como "El despreciable", y su tío Jacob Skelsend, conde de Arblot, añadía una capa adicional de complejidad y desconfianza a la ya precaria situación de Varlam, cuyos instintos le advertían del peligro que representaban estos hombres ambiciosos y despiadados. «Con razón ya que es un personaje avaricioso y en el futuro va a querer quitarle su posición». Así, Varlam se encontró en medio de una lucha desesperada por la supervivencia de su imperio, enfrentándose a un enemigo formidable y a la traición y la intriga en su propio seno. Todo esta situación a manos de a llamada a la defensa de Ormaler resonó como un grito de guerra en los corazones de los líderes y los pueblos de las naciones afectadas por la amenaza del avance implacable de Jammon Izhâr, conocido como "La serpiente escarlata". Con su vasta flota de más de 3.000.000 de navíos y fragatas de guerra, y un ejército formidable de 1.200.000.000 de efectivos respaldados por unas 6.000.000 de piezas de artillería, Izhâr representaba una fuerza devastadora que amenazaba con desencadenar una catástrofe de proporciones inimaginables sobre las tierras de Ormaler. Ante esta amenaza inminente, el rey Gregon Albimont V, líder de la gran alianza de defensa mutua entre varias naciones, convocó a todos los reinos e imperios a unirse en una lucha desesperada por la supervivencia de Ormaler. Skavgror, como miembro crucial de esta coalición, no podía permanecer al margen de la contienda, y su participación en la defensa del continente se consideraba vital para contrarrestar la amenaza de Izhâr. Sin embargo, la situación en el seno del imperio Skavgror era compleja y desafiante. Varlam, el joven Zar, se encontraba postrado por la enfermedad conocida como "Akur", que lo dejaba débil y exhausto, apenas consciente de los acontecimientos que se desarrollaban a su alrededor. A su lado, su regente Oren Arthe, se encontraba ocupado resolviendo asuntos personales en el lejano mar de Jolot, al este del continente, dejando a Skavgror sin su liderazgo habitual en un momento crítico. En este contexto, la responsabilidad de tomar decisiones recayó en los hombros de Samantha, la hermana menor de Varlam, cuya autoridad se vio reforzada por la ausencia de su hermano y el regente. Consciente de la urgencia de la situación y presionada por las demandas de su tío Jacob, quien representaba al imperio en la gran alianza, Samantha tomó la decisión de satisfacer las exigencias de este último, aun a costa de dejar desprotegido el territorio del imperio. Así, mientras los generales y oficiales se apresuraban a responder al llamado de la defensa de Ormaler, las guarniciones en los miles de fuertes de Skavgror quedaron reducidas a meras representaciones simbólicas, y el imperio se vio enfrentado a la amenaza de un posible ataque enemigo sin la protección adecuada. La decisión de Samantha, aunque tomada con la intención de cumplir con las exigencias de la alianza, dejó al imperio en una posición vulnerable y expuesta ante el peligro inminente que se cernía sobre él.

Y con un Varlam con su cuerpo debilitado por la enfermedad "Akur" lo dejaba apenas capaz de mantenerse en pie, mucho menos de liderar a su imperio en un momento de crisis. La ausencia de su regente, Oren Arthe, solo agravaba la situación, dejando al joven zar en un estado de vulnerabilidad que jamás había experimentado. Mientras tanto, el ejército de Skavgror, compuesto por una fuerza imponente de soldados veteranos y experimentados, se encontraba bajo el mando de generales y oficiales que respondían al llamado de la gran alianza de defensa. La lista de las unidades movilizadas resonaba como un eco en la mente de Varlam: 80.000.000 de Infantes de Línea, 52.000.000 de Granaderos, 50.000.000 de hostigadores, 48.000.000 de Cazadores, 110,000,000 de Infantes Ligeros, 30,000,000 de Coraceros, 40.000.000 de Carabineros A Caballo, 50.000.000 de dragones, 35.000.000 de lanceros, 45.000.000 de húsares, 32.000.000 de Zacors, y 38.000.000 de cazadores a caballo. Un total de 610.000.000 soldados, respaldados por una impresionante artillería de 5.200.000 piezas de artillería, una fuerza capaz de enfrentarse a cualquier desafío que se presentara en el campo de batalla. Pero eso no era todo. La flota de guerra de Skavgror también se unía al esfuerzo de defensa, con más de 800.000 navíos y fragatas de guerra navegando hacia el frente. Entre ellos se contaban 1.000 navíos de primera clase de 200 cañones, 20.000 navíos de primera clase de 120 cañones, 80.000 navíos de segunda clase de 100 cañones, 60.000 navíos de segunda clase de 94 cañones, 90.000 navíos de segunda clase de 90 cañones, 110.000 navíos de segunda clase de 80 cañones, 258.000 navíos de tercera clase de 74 cañones, 111.000 navíos de tercera clase de 64 cañones, 56.000 fragatas de 40 cañones y 14.000 fragatas de 34 cañones, tripuladas por millones de marineros expertos y soldados de la marina veteranos, listos para enfrentarse al enemigo en alta mar.

Pero antes del ataque que el príncipe estaba planeando, la intervención de la Gran Emperatriz del Imperio de Rhûn, Asaëntih, marcó un punto crucial en la historia, evitando lo que habría sido una catástrofe de proporciones inimaginables. Su influencia fue clave para detener el impulso beligerante de su hijo, el príncipe Jammon, quien había contemplado desencadenar una guerra a gran escala contra Ormaler, un continente entero. Este episodio quedó registrado como la "Falsa Mordida De La Serpiente Roja", una metáfora precisa para describir cómo el temido conflicto fue detenido antes de que siquiera pudiera comenzar. Sin embargo, la complacencia en la creencia de que la amenaza había pasado se desvaneció rápidamente cuando nuevas revelaciones emergieron, desconocidas para los reyes y emperadores. Mientras el gran ejército combinado permanecía en alerta para defender las costas del sur, Anderson Marshbreed, con su despiadada astucia, aprovechó la ausencia de resistencia para avanzar sin obstáculos, sembrando el caos y la destrucción a su paso. Los esfuerzos de Varlam por mantener la cohesión y resistencia de su imperio se vieron desafiados por esta implacable invasión, que sumió a la región en un estado de desesperación y desesperanza. Durante dos meses de lucha desesperada, Varlam se vio obligado a emplear tácticas de guerrilla y asalto para intentar frenar el avance del enemigo. Finalmente, el destino lo llevó a enfrentarse cara a cara con Anderson en la batalla que pasaría a la historia como El Campo De La Niebla y Humo, una confrontación épica e inolvidable, también conocida como El Infierno De Sangre y Pólvora por aquellos que pelearon en ella. La magnitud de la tragedia se hizo evidente cuando un niño de catorce años, ya abrumado por la depresión y el auto desprecio, se vio forzado a tomar decisiones que marcarían el destino de su pueblo, según una cita del libro;

"A pesar de su determinación por proteger a su gente y defender sus tierras, el peso de la responsabilidad y el horror de la guerra dejaron una profunda cicatriz en el alma de Varlam. La batalla que se prolongó durante tres días sin tregua alguna se convirtió en un campo de horror y muerte, donde Varlam desplegó todo su ingenio estratégico para hacer frente a la experiencia y la brutalidad de Anderson. Donde al final, la victoria de Varlam fue incuestionable, pero a un costo inimaginablemente alto. Más de 98.000.000 de soldados de Anderson yacían muertos en el campo de batalla, mientras que más de la mitad de las propias tropas de Varlam habían perecido en la contienda. Aunque logró aniquilar a un total de 180.000.000 de soldados enemigos y capturar toda su artillería, el precio pagado fue desgarrador. Tan solo quedaban 1.895.000 unidades de élite y 32.000.000 de tropas reclutadas, testigos mudos del sacrificio y la valentía de aquellos que lucharon y murieron en defensa de su tierra natal".

Mientras Logan yacía en su cama, sumido en sus pensamientos, un torrente de emociones y recuerdos abrumadores lo golpeó de repente, como una marea furiosa que lo arrastraba a lo más profundo de su conciencia. Un escalofrío recorrió su espalda cuando una ráfaga de imágenes y sensaciones inundó su mente, como si fuera testigo de la vida de otra persona. Se sentó bruscamente, sintiendo el peso abrumador de las memorias ajenas que se colaban en su propia existencia.

«Ahg... Puta madre ¿Por qué no pude reencarnar en un mundo genérico dónde despiertas con poderes regalados y con un harem de mujeres que ya quieren tener sexo desde el principio y con el poder del guion», pensó Logan con irritación y molestia. La sensación de desesperación se mezclaba con la confusión de sus propias emociones y las de Varlam, creando un torbellino de sentimientos incontrolables.

Lo más frustrante para Logan era darse cuenta de que la depresión que lo abrumaba y el agotamiento físico y emocional que sentía, se fusionaban con los oscuros pensamientos y las angustiosas vivencias de Varlam. Mientras más profundizaba en los recuerdos que comenzaban a fluir, más consciente se volvía de los traumas y las cicatrices emocionales que marcaban la vida de aquel hombre del pasado. Varlam, con su carga de auto desprecio, culpa y sentimientos de inferioridad, parecía acechar en las sombras de la mente de Logan, recordándole constantemente la pesada carga que había llevado sobre sus hombros. Los trastornos de estrés postraumático que plagaban los recuerdos de las cruentas batallas en las que Varlam había luchado se manifestaban en la mente de Logan con una intensidad desconcertante.

En un momento de desesperación, cuando el abismo de la desesperanza amenazaba con engullirlo por completo, Logan contempló la idea del suicidio como una forma de escape. Pero el dolor punzante en su cabeza lo sacudió de su letargo, devolviéndolo bruscamente a la realidad. Los recuerdos de Varlam lo inundaron con una fuerza renovada, recordándole que su sufrimiento no era solo propio, sino también compartido con el atormentado espíritu del pasado. Durante lo que parecieron interminables minutos, Logan se quedó contemplando el techo con una mirada vacía, mientras los fragmentos de la vida de Varlam se desplegaban ante él, como páginas de un libro cuyas palabras resonaban con un eco doloroso en lo más profundo de su ser.

La fusión de las conciencias de Logan y Varlam sumergió al individuo en un estado de profunda extrañeza, teñido por una melancolía que pesaba como un velo sobre su ser. La identidad se convirtió en un laberinto confuso y enredado, donde los límites entre ambos se desdibujaban en una danza incierta. ¿Era Logan, o acaso era Varlam? La pregunta resonaba en su mente, sin encontrar una respuesta clara. Por un lado, una parte de él seguía aferrado a la idea de ser Logan, recordando los fragmentos de su vida anterior y luchando por mantener una conexión con su propia identidad. Sin embargo, una fuerza más poderosa, arraigada en los recuerdos y las experiencias de Varlam, lo empujaba hacia la aceptación de esta nueva realidad. Después de todo, era en el cuerpo de Varlam donde residía ahora, y el mundo que lo rodeaba era el mismo que alguna vez perteneció a aquel hombre del pasado. Así, en medio de la confusión y la ambigüedad, se aferró al nombre de Varlam como un ancla en un mar de incertidumbre. Aunque las dos conciencias se entrelazaban de manera compleja, Varlam se alzaba como la figura dominante, eclipsando la identidad anterior de Logan con la fuerza de sus propias memorias y emociones.

En ese estado de fusión, cada recuerdo de Varlam resonaba con una intensidad sorprendente, tejiendo una narrativa que se entrelazaba con la propia historia de Logan. Las batallas, las victorias y las tragedias se convertían en parte de su propio ser, moldeando su percepción del mundo y dejando una huella indeleble en su corazón. A medida que se sumergía más profundamente en el laberinto de su mente fusionada, Varlam comenzó a sentir un peso abrumador, una carga emocional que pesaba como una losa sobre su espíritu. La dualidad de su existencia se manifestaba en cada pensamiento y cada acción, recordándole constantemente la complejidad de su nueva identidad. En medio de esa complejidad, Varlam buscaba desesperadamente encontrar un equilibrio entre sus dos mitades, entre el hombre que una vez fue y el hombre en el que se había convertido. Pero mientras luchaba por encontrar su lugar en este nuevo mundo, la sombra de Varlam seguía acechando en las profundidades de su ser, recordándole que el pasado y el presente estaban entrelazados de manera inextricable en el tejido de su existencia fusionada.

Varlam se encontraba sumido en un mar de pensamientos oscuros y sombríos cuando una suave llamada a su puerta lo sacó de su ensimismamiento. La voz, de tonalidad incierta, resonaba en su mente, atrayéndolo hacia la realidad que lo rodeaba. ¿Era un tono positivo o simplemente alegre? Varlam se debatía entre las dos posibilidades, incapaz de discernir con claridad.

—Mi Zar, el desayuno ya está listo —anunció la voz, rompiendo el silencio con una melodía suave y reconfortante.

Varlam frunció ligeramente el ceño, tratando de recordar el nombre de la joven que se encontraba al otro lado de la puerta. "¿Juliet?", pensó para sí mismo, tratando de recordar los fragmentos de memoria que habían comenzado a aflorar en su mente. Sin embargo, antes de que pudiera encontrar una respuesta, la puerta se abrió de golpe, revelando a una figura femenina de belleza deslumbrante. Una joven de piel pálida y cremosa se erguía frente a él, con unos ojos azules que parecían reflejar el cielo en un día despejado. Su cabello, un tono castaño con destellos rosados, estaba recogido en un elegante moño que acentuaba su rostro delicado y juvenil. Una expresión juguetona o tal vez alegre iluminaba su semblante, otorgándole un aura de frescura y vitalidad. Vestida con un uniforme de sirvienta, similar al de Jessie pero con una longitud ligeramente más corta, la joven irradiaba una elegancia innata y una gracia natural que no pasaban desapercibidas para Varlam. "¿Un estilo francés?", reflexionó, examinando los detalles de su atuendo con curiosidad. En medio de aquel encuentro inesperado, Varlam se vio envuelto en una mezcla de emociones contradictorias, incapaz de apartar la mirada de la joven que había irrumpido en su habitación. La presencia de esa misteriosa joven despertaba en él una curiosidad intrigante, acompañada de una sensación de familiaridad que lo desconcertaba aún más.

La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, pintando la habitación de Varlam con tonos dorados y cálidos. Juliet, con su característica sonrisa, irrumpió en el tranquilo ambiente, rompiendo la tranquilidad con su presencia radiante. —Buenos días, mi Zar. ¿Cómo descansó? —inquirió Juliet con amabilidad, su voz resonando con una dulzura que era difícil de ignorar. Sin embargo, la mirada severa de Varlam la hizo retroceder ligeramente, sintiendo un ligero rubor colorear sus mejillas. Varlam, sumido en sus propios pensamientos, apenas percibió el leve desconcierto de Juliet. «¿Por qué siempre entraba ella a su habitación como si nada? ¿No se suponía que él era un emperador, merecedor de un respeto y una formalidad adecuados?». Un suspiro escapó de sus labios mientras se perdía en los recuerdos de las mañanas pasadas, cuando el suave golpeteo de Juliet era suficiente para despertarlo de su letargo. Sin embargo, al darse cuenta de la incomodidad en el rostro de Juliet, Varlam decidió romper el silencio con una sonrisa leve pero sincera.

—Buenos días, Juliet —respondió con amabilidad, su voz suave como el susurro de la brisa matinal—. Me temo que mi mente estaba perdida en sus propios laberintos esta mañana. No logré conciliar el sueño del todo bien, jeje... Un tono de fatiga se filtró en sus palabras, acompañado por una risa ligera y una sonrisa cansada. Juliet, visiblemente aliviada, respondió con prontitud, su rostro iluminado por una sonrisa apenada. —No te disculpes, mi Zar. No fue mi intención perturbar tus pensamientos —respondió con rapidez, su voz suave y melodiosa como una canción de pájaros en primavera—. ¿Te gustaría que te trajera el desayuno? Está listo y servido en la mesa. La oferta de Juliet arrancó otra sonrisa de Varlam, más amplia esta vez, mostrando un destello de gratitud y camaradería. —Eso sería perfecto, Juliet. Estoy realmente hambriento. Gracias por cuidar de mí, como siempre —expresó Varlam con sinceridad, su voz cargada de gratitud y afecto. Juliet, con su sonrisa habitualmente radiante, asintió con entusiasmo antes de retirarse con gracia, dejando a Varlam sumido en un silencio reconfortante y lleno de pensamientos.

Pero su expresión volvió a cambiar y habló con la mirada baja. — También me pidieron que le informará que cinco navíos del Imperio Adrus anclaron en puerto de Vokor—. Juliet habla con seriedad y un poco de miedo. El imperio Adrus era un enorme imperio marítimo, muy parecido al Japón imperial. Varlam soltó un suspiro y se levantó de su cama acercándose a Juliet y con delicadeza levantó su rostro dándole una pequeña sonrisa para tranquilizarla, también le dio un pequeño beso en su frente lo que hizo que el rubor se volviera un sonrojo.

— No te preocupes Juliet no pasará nada de que preocuparse así que no tiene por que estar nerviosa o tener miedo—. Juliet estaba muy sonrojada y nerviosa por lo que acababa de hacer Varlam. —Gra-gra-gracias po-por s-sus palabra mi-mi zar—. Juliet lo dijo con un tierno tartamudeo y sonrojo, algo curioso ya que según los recuerdos de Varlam, Julit siempre quería poner nervioso o sonrojado a Varlam. Pero antes de que Juliet se fuera preguntar algo que la hizo sonrojar más de lo que ya estaba, si eso era posible. — Qui-quiere que le-le ayude a cam-biarse—. Juliet pregunta con una cara aún más sonrojada. — Está bien así Juliet, gracias por avisarme del desayuno y lo de los barcos, en unos minutos bajo—. Dijo Varlam aún con su sonrisa.

Después de la partida de Juliet, Varlam se sumió en una profunda reflexión. Aunque había tratado de infundir confianza a la joven sirvienta, una sombra de preocupación persistía en su mente. Sabía que la presencia de los barcos del Imperio Adrus en el puerto no era un simple acontecimiento fortuito. Había una razón subyacente detrás de su llegada, una razón que despertaba su inquietud y lo mantenía en vilo.

Hacía apenas dos meses, Varlam había ordenado el refuerzo de las costas del este, en las disputadas regiones de Werts y Tluko, donde los territorios se hallaban en constante conflicto entre ambos imperios. Con la ayuda de sus informantes y espías, Varlam había recibido noticias alarmantes sobre los movimientos de la flota imperial de Adrus. Además, numerosos testimonios de soldados, ciudadanos y emigrantes provenientes de naciones y colonias controladas por Adrus, habían informado sobre un incremento en los ejercicios militares realizados por el ejército de tierra en las fronteras.

Ante esta situación, Varlam no había permanecido inactivo. Con una determinación férrea, había organizado una avanzadilla de varios ejércitos y una parte de su flota, desplegándolos en la región. Estos movimientos estratégicos no solo buscaban disuadir cualquier intento de invasión por parte del Imperio Adrus, sino también enviar un mensaje claro y contundente: el Imperio Skavgror estaba preparado para defender sus fronteras y responder con fuerza ante cualquier amenaza.

Durante semanas, los soldados habían llevado a cabo ejercicios militares intensivos, fortaleciendo su preparación para el combate y demostrando su determinación inquebrantable. Los cañones retumbaban en la lejanía, mientras las unidades marchaban con paso firme, enviando una advertencia silenciosa a aquellos que se atrevieran a desafiar la soberanía del imperio.

A pesar de su semblante sereno, Varlam sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabía que el destino de su pueblo estaba en juego, y estaba decidido a protegerlo a toda costa. Mientras contemplaba el horizonte desde la ventana de su habitación, una determinación indomable brillaba en sus ojos grises, recordándole que, como Zar de Skavgror, debía estar siempre un paso adelante, listo para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.

Con cada detalle grabado en su memoria, Varlam, ahora fusionado con la conciencia de Logan, repasaba mentalmente los acontecimientos recientes con una meticulosidad propia de un estratega experimentado. La llegada de los navíos del Imperio Adrus no era un suceso aislado; era un movimiento calculado en el tablero de la geopolítica, una pieza más en el intrincado juego de poder que se libraba entre las naciones.

Arita Ichiko había llegado con la intención de ejecutar una operación de falsa bandera para asegurar el control de las costas del este del Imperio Skavgror. Sin embargo, tras su conversación privada con Varlam, había cambiado de opinión abruptamente, enviando un mensaje urgente a su padre para detener la maniobra planificada. Los detalles exactos de lo que se había dicho en esa reunión permanecían en el misterio, pero la amenaza velada que había implícito en las palabras de Varlam resonaba en la mente de Arita.

Varlam se tomó un momento para contemplar su reflejo en el espejo, mientras se ajustaba la nueva indumentaria. Los pantalones negros y la camisa victoriana, adornada con detalles en oro, le conferían una elegancia austera, a la par que imponente. El saco rojo, con sus bordados de hilo dorado, añadía un toque de distinción a su atuendo, resaltando su posición como líder del imperio. Sin embargo, a pesar de la magnificencia de su vestimenta, los ojos grises que lo observaban desde el espejo reflejaban una profunda melancolía. Eran los ojos de alguien que había soportado el peso de la responsabilidad y la carga emocional de dirigir una nación en tiempos turbulentos. «Es menos jodido tratar de imaginar la vida de un personaje que sentirla», reflexionó Varlam con un suspiro cansado, mientras se preparaba para enfrentar los desafíos que aguardaban en el horizonte.

Los ojos grises de Varlam, cansados y melancólicos, reflejaban el peso de una carga que ningún hombre debería soportar. En su mirada no se encontraba al legendario Varlam Skelsend, aclamado como "El Cuervo Sangriento", cuyas hazañas resonaban en todo el mundo. Tampoco se veía al astuto estratega que había llevado a cabo las más intrincadas maquinaciones políticas, ni al líder indomable que había guiado a su pueblo a través de los oscuros abismos de la guerra y la adversidad. En cambio, al observar sus propios ojos en el espejo, Varlam se encontraba cara a cara con el niño de 9 años que una vez fue. Un niño cuya inocencia fue arrebatada demasiado pronto por las garras del destino. Aquel pequeño Varlam anhelaba simplemente ser parte de una familia, encontrar su lugar en un mundo que parecía indiferente a su sufrimiento. Juguetón y despreocupado, hallaba alegría en los momentos compartidos con sus hermanos y en las sonrisas de su padre, ajeno a las sombras que se cernían sobre su hogar.

Pero la felicidad de aquel niño se desvaneció en un instante cuando la enfermedad, cruel e implacable, se abatió sobre su familia. Los recuerdos de aquellos días oscuros aún atormentaban a Varlam, como sombras que se aferraban a su alma. Recordaba la impotencia que sentía al ver a sus seres queridos consumidos por la enfermedad, incapaz de ofrecerles alivio o consuelo. Aquella tragedia marcó el fin de su infancia, y el principio de un camino lleno de desafíos y sacrificios inimaginables. A medida que contemplaba su reflejo en el espejo, Varlam no podía evitar sentir una profunda añoranza por aquellos días perdidos, por la inocencia que había dejado atrás.

La imagen del rostro de su padre, reflejado en el suyo propio, era como un eco constante de la promesa que había hecho siendo apenas un niño de 9 años. Varlam cargaba con ese peso desde hacía tantos años que a veces parecía haberse fundido con su propia piel. Sus ojos grises, siempre tristes, parecían ser testigos mudos de aquel día que aún le perseguía como una sombra persistente. Aquella noche, en la oscuridad de la biblioteca del palacio, Varlam se sumió en una desesperada búsqueda de salvación. La "Perdición Roja" había arrebatado la vida de sus seres queridos, dejando un vacío doloroso en su corazón que amenazaba con consumirlo por completo. Durante dos largos días, apenas durmió o comió, dedicado por completo a hojear los antiguos textos medicinales en busca de una solución milagrosa. Nadie podía sacarlo de aquel lugar, ni siquiera las servidumbres más persistentes o los soldados más decididos. Varlam se había aferrado a la esperanza de encontrar una cura, de rescatar a su familia del abismo de la muerte. Fue solo cuando el consejero de su padre lo llamó, con voz solemne y serena, que Varlam fue arrancado de su letargo de desesperación. Tembloroso y con los ojos hinchados por el llanto, se resistió cuando los soldados de la Guardia Negra lo arrastraron hacia las estancias de su padre. Su única defensa era la verdad, la urgencia de su búsqueda desesperada por salvar a quienes amaba. Y aunque el miedo lo embargaba, no podía permitirse ceder ante él, no cuando la vida de su familia pendía de un hilo frágil y efímero. Cuando fue llevado a la fuerza a las habitaciones de su padre vio que estaba postrado en su cama rodeado de doctores, su padre estaba más pálido de lo normal y todas sus venas estaban rojas, su pecho descubierto tenía las extrañas cicatrices escarlatas que se formaban cuando estabas infectado. Sus habitaciones estaban llenas de plantas medicinales que calmaban el insoportable dolor de la "Perdición roja".

—Váyanse y déjenme con mi hijo —ordenó su padre con voz autoritaria, aunque el cansancio resonaba en cada palabra. Los médicos, al principio renuentes, obedecieron ante la firme mirada del patriarca y se retiraron, dejándolos solos en la penumbra de la habitación. Cuando solo quedaron ellos dos, su padre alzó la mano con un gesto invitador. —Ven, hijo —dijo con voz tranquila y suave, aunque Varlam percibía el eco del dolor en cada sílaba. Se acercó presuroso, tomando con delicadeza la mano pálida y fría que se le ofrecía, las venas marcadas con un rojo intenso que delataba la fragilidad de su progenitor. Las palabras que siguiendo hicieron eco en su mente como el golpear de un martillo sobre un yunque. —Tus hermanos están muertos —anunció su padre, con los ojos velados por lágrimas que se resistían a caer. Varlam sintió un nudo en la garganta, una mezcla de incredulidad y dolor que amenazaba con ahogarlo, aunque ya estaba acostumbrado al peso de la tristeza.— Cuando te mejores, les daremos un funeral digno y lloraremos juntos. Por ahora, solo concéntrate en recuperarte — murmuró Varlam con voz apenas audible, apretando con suavidad la mano temblorosa de su padre. Pero antes de que pudiera continuar, las palabras de su progenitor lo interrumpieron, cargadas de un significado más profundo y una despedida implícita. — Hijo... — susurró, como si cada sílaba fuese un último aliento cargado de amor y pesar. No había terminado de hablar cuando su padre comenzó a toser con fuerza, expulsando sangre en cada jadeo. Varlam sintió el impulso de ayudarlo, de ofrecerle un vaso de agua o algo que aliviara su malestar, pero su padre lo detuvo con un gesto tembloroso. — Hijo, no me queda mucho tiempo —susurró entre toses entrecortadas—. Quiero que me perdones por lo que te voy a pedir que prometas. Varlam, con el corazón oprimido y las lágrimas amenazando con desbordarse, asintió en silencio, preparado para cualquier petición que su padre le hiciera en aquellos últimos momentos. — Eres el siguiente en la línea del trono, hijo —continuó su padre con voz cansada pero firme—. Tendrás el poder de todo un imperio. Por favor, prométeme que harás todo lo posible por protegerlas, prométeme que siempre cuidarás a tus hermanas pase lo que pase. Los ojos fatigados y la voz débil de su progenitor reflejaban una súplica implorante que penetró en lo más profundo del alma de Varlam. — L-lo prometo, padre —murmuró Varlam con voz temblorosa, sintiendo que sus palabras apenas se sostenían entre sollozos. El alivio se dibujó en el rostro de su padre, cuyos dedos aflojaron la presión sobre la mano de Varlam y sus párpados comenzaron a descender lentamente. Cuando Varlam se percató de que su padre se desvanecía, lo sacudió con desesperación, tratando de arrancarlo del abrazo de la muerte que lo reclamaba con cada latido de su corazón. Suplicó entre lágrimas, rogándole que permaneciera con él un poco más, pero sus súplicas se perdieron en el silencio que se adueñaba de la habitación.

Varlam luchó con todas sus fuerzas para evitar que los médicos y los nobles entraran en la habitación de su padre, aferrándose a su figura moribunda con desesperación mientras los empujaba con brusquedad. Su corazón latía con furia y sus ojos se nublaban por las lágrimas mientras forcejeaba con quienes intentaban apartarlo de su padre. Cada instante se sentía como una eternidad, y cada palabra de los médicos resonaba en su mente como un eco lejano. Después de aquel fatídico día, los días transcurrieron como sombras fugaces, borrosas y efímeras en la memoria de Varlam. El Palacio Aurora Varlamiana, una vez lleno de vida y esplendor, se sumió en un silencio sepulcral y una tristeza opresiva. Los pensamientos de Varlam se convirtieron en un torbellino de recriminaciones, culpándose a sí mismo por sobrevivir mientras sus seres queridos perecían. "Solo tuve suerte", se repetía una y otra vez, convirtiéndose en una letanía de autodesprecio y desesperación.

El regreso de sus hermanas y de lady Celia a la capital fue un acontecimiento marcado por el dolor y la aflicción. Las jóvenes princesas no se separaban de Varlam, sumidas en un mar de lágrimas y sollozos que parecían no tener fin. Aunque compartían su dolor, también buscaban en él un apoyo que él mismo necesitaba desesperadamente. No podía permitirse mostrarse débil frente a ellas, no cuando eran ellas quienes necesitaban un hombro en el que llorar. La figura de su madre, distante y ausente, solo añadía más pesar a la carga emocional que ya llevaba Varlam. Apenas se acercaba a sus hijas, sumida en un silencio gélido que anunciaba su dolor interno. Ni siquiera se preocupó por su embarazo, que llegó a su fin prematuramente con el nacimiento de un niño y una niña. El niño, Viktor, no sobrevivió, dejando a Varlam y sus hermanas sumidos en un abismo de tristeza y desesperación. El funeral del pequeño Viktor fue un acontecimiento marcado por el dolor y el lamento, pero lady Celia, en su indiferencia y desapego, se marchó sin siquiera llevarse a su hija recién nacida. Varlam, en su desesperación por darle un nombre y un adiós a su hijo, lo nombró Viktor, llorando la pérdida de un futuro que nunca llegaría a ser. La niña, a quien llamó Ana en honor a su abuela materna, sobrevivió milagrosamente, pero su llegada al mundo estuvo envuelta en el miedo, el dolor y la incertidumbre.

El funeral de Zar Arlon y sus hermanos fue un evento de gran solemnidad y tristeza, donde convergieron las más prominentes familias nobles del imperio, los burgueses más influyentes, los altos mandos militares y los tíos de Varlam. Entre ellos se encontraban Marna Skavgror, una mujer de belleza cautivadora y rasgos típicos de la familia Skavgror, y su esposo, Aron Esuldir, un hombre de complexión delgada pero musculosa, de imponente estatura y cabello sedoso negro, cuyos ojos azules destacaban entre sus finas cejas. Aunque las apariencias de amabilidad prevalecían, era evidente que tanto Marna como Aron tenían sus propias ambiciones. Gobernaban el principado de Moplar y, aunque expresaron su pesar de manera sincera, también anhelaban la oportunidad de obtener más poder, quizás aspirando a convertirse en regentes del joven Zar Varlam. Además, su tío Jacob Skavgror, cuyas motivaciones políticas estaban igualmente en juego, también estaba presente en el funeral. Tras la dolorosa despedida de su padre y hermanos, Varlam fue nombrado Zar de todo Skavgror. Sin embargo, en medio de la ceremonia de coronación y el peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros, Varlam no podía evitar sentirse abrumado por la idea de que no merecía tal posición. «Este no es mi lugar», resonaban sus pensamientos, cargados de culpa y auto incredulidad. «Yo no debería ser el Zar. Esto era para Edwyn, no para mí... Samantha debería ser la Zarina. Yo, hace poco, solo era más que un bastardo... Yo no debería estar vivo, deberían estarlo mi padre, Edwyn y Arra, no yo... Yo debí haber muerto».

A lo largo de los años que siguieron, Varlam llevó sobre sus hombros el peso de gobernar el imperio más grande de todos, enfrentándose al estrés y al cansancio de una década de gobierno. La culpa de haber utilizado a su población en tiempos de guerra y el agotamiento derivado de su participación en tres conflictos bélicos marcaban su semblante y su espíritu. A pesar de sus logros, Varlam seguía sintiendo que no era digno del título que llevaba, y que cada día era una carga más difícil de soportar.

Varlam se sumergió en un mar de pensamientos tumultuosos mientras dejaba atrás las lujosas estancias de su residencia real y se adentraba en los majestuosos pasillos del inmenso palacio. Cada paso resonaba en la soledad de aquellos corredores, y en su mente resonaban las palabras llenas de incertidumbre y resignación. 

«¿Es esta realmente una oportunidad para ambos? ¿O solo el comienzo de una nueva pesadilla?», se preguntaba Varlam, cuestionando el curso de los eventos que habían marcado su vida desde la infancia. A medida que avanzaba por los pasillos, la grandiosidad del palacio parecía envolverlo, pero también lo ahogaba en un mar de responsabilidades y expectativas. Cada detalle del lugar evocaba recuerdos y reflexiones: los tapices que adornaban las paredes, tejidos con hilos de oro y colores vibrantes, contaban historias de antaño; los candelabros de cristal que colgaban del techo, reflejaban la luz en destellos danzantes sobre el suelo de mármol; los retratos de antiguos zares que observaban desde las altas paredes, recordaban la grandeza y la carga que conllevaba el legado de aquellos que lo precedieron. El eco de sus pasos resonaba en los corredores vacíos, acompañado por el susurro de sus propios pensamientos. Varlam se sentía como un actor en un escenario gigantesco, interpretando un papel que nunca había deseado, pero que ahora le había sido impuesto por las circunstancias de la vida. A medida que avanzaba por los pasillos del palacio, la sensación de soledad se intensificaba, como si las paredes mismas fueran testigos mudos de sus luchas internas. Pero en medio de la oscuridad de sus pensamientos, aún vislumbraba un destello de esperanza, una chispa de posibilidad de que, tal vez, en medio de la incertidumbre, pudiera encontrar un nuevo camino.