Después de que su cuñada terminara sus palabras, Wang Muxiao añadió despreocupadamente —Tía Gu, parece que tu piel se ha engrosado con tus arrugas. ¡Ya ni te importa tu vieja cara, ah!
La multitud estalló en carcajadas ante sus palabras.
Humillada por ella, la Tía Gu escupió —¡Pei! ¡Tu sopa sabe a agua! ¿Quién la va a querer?
Su estallido fue recibido con la risa de Liu Hua, seguido de sus palabras —Si sabe a agua, ¿por qué te tomaste dos tazones y aún quieres otro tazón? Si eres tan buena, vomita lo que comiste. ¡No arruines la alegría de los demás aquí!
Al oír esto, uno de los aldeanos gritó —¡Eso es! ¡Vomítalo!
—¡Ni siquiera eres de nuestro pueblo y actúas como si fueras la dueña del lugar! —añadió otro aldeano.
Frente al regaño de los aldeanos, la Tía Gu los señaló y solo pudo irse con su familia sintiéndose enojada y avergonzada. Nadie la tenía en cuenta ya que ni siquiera era del mismo pueblo.