I (Reescribiendo)

Las cinco naves de Magnus Erikson avanzaban con una fuerza brutal, surcando el Atlántico Norte como lobos en busca de presa. El mar arrojaba sus olas contra los costados de madera, pero estas eran recibidas con la indiferencia de guerreros curtidos en batalla. La sal y el frío quemaban las caras y los ojos de los hombres, pero ninguno parpadeaba. Los drakkars, con sus proas esculpidas en madera, lucían las garras y los dientes de dragones y serpientes marinas, sus miradas fijas en la distancia, como si percibieran el olor de la carne y la sangre que pronto derramarían.

Magnus, de pie en la proa de su nave, sentía el rugido del viento como un eco de su propio deseo. Observaba con la intensidad de un lobo acechando su presa. Su mente recorría los pasos de su plan una y otra vez, calculando cada maniobra, anticipando cada enfrentamiento. Su corazón golpeaba su pecho con un ritmo lento y pesado, como un tambor de guerra; el pulso de un hombre a punto de desatar el caos.

A sus 32 años, Magnus era la viva encarnación de una fuerza brutal y despiadada. Su rostro era una máscara endurecida por los años, marcada con cicatrices de guerra y tatuajes que eran más que meras decoraciones; cada línea trazada en su piel blanca contaba una historia de muerte y supervivencia, de sacrificios a dioses oscuros y de juramentos hechos en la noche. Sus músculos eran como las cuerdas tensadas de un arco, listos para desatar una furia que sus enemigos conocerían demasiado tarde. Su barba espesa y cabello negro caían como el luto de sus enemigos, ondeando en el viento con cada cambio en la dirección del barco. Sus ojos, de un gris frío, eran como dos filos de acero, perforando el horizonte con un hambre insaciable.

No era sólo un hombre cubierto de joyas; era un hombre cubierto de trofeos. Las pulseras de oro en sus brazos eran reliquias arrancadas de enemigos derrotados, los anillos en sus dedos, ofrendas de las aldeas sometidas. Su capa de piel de oso negro, cazado con sus propias manos a los quince años, era un manto de poder que hacía que incluso sus guerreros, duros y crueles, miraran dos veces antes de cruzar palabra con él. Era un símbolo de su brutalidad, y cada vez que el viento agitaba esa capa, era como si el mismo espíritu de la bestia recordara a todos que estaba allí, justo detrás de esos ojos grises.

Magnus inspiró profundo, saboreando el aire que traía el aroma de las costas inglesas. Sentía el eco de los rumores de las aldeas saqueadas, de las casas quemadas y de las mujeres que serían tomadas como botín. Su ambición ardía como una llama eterna; no se trataba sólo de riquezas, sino de una marca, un imperio grabado en la tierra con sangre y hierro. El sueño de un reino que desafiaría el paso del tiempo, de una dinastía que él forjaría con las espadas y los huesos de sus enemigos.

A su alrededor, cuatrocientos guerreros remaban con una precisión y fuerza sincronizada, los músculos de sus brazos tensándose con cada tirón. No había ni un solo hombre en esos barcos que no estuviera marcado por la guerra; cada cicatriz era una medalla, cada arruga una prueba de lealtad a Magnus y a la promesa de gloria que él representaba. No eran hombres que vivieran por la paz ni por la seguridad; vivían para arrebatar el botín, para sentir el sabor de la sangre en sus lenguas y el peso de las riquezas en sus manos. Con cada remo que rompía el agua, sentían cómo se acercaban a esa recompensa, a esa vida que sólo un hombre como Magnus podía prometer.

El sonido de los remos golpeando el agua era un tambor, un rugido sordo que llenaba el aire mientras avanzaban. Para ellos, el ritmo de la marcha era una canción de guerra, una promesa de destrucción. Las bromas y carcajadas se cruzaban entre los barcos, crudas y vulgares, cada hombre lanzando alguna palabra de burla sobre lo que harían a los hombres y mujeres que encontraran. Había una mezcla de risa y violencia en sus voces, una mezcla que sólo la guerra podía inspirar. Para ellos, era más que un simple ataque; era una cacería, un acto de devorar todo lo que encontraran en su camino.

Magnus observaba a sus hombres y podía sentir su energía, su ansia de sangre y riqueza. La costa inglesa se extendía ante ellos, cada curva del terreno parecía ofrecerle algo que él ansiaba. No era sólo un líder, era un depredador guiando a su manada. Cuando la tierra estuvo lo suficientemente cerca para ver las casas en la distancia, Magnus levantó su hacha, y un silencio cayó sobre los barcos. Los hombres sabían lo que ese gesto significaba; la calma antes de la tormenta, el momento en que la bestia se prepara para lanzarse.

Pronto, el mar comenzó a agitarse violentamente, y una lluvia torrencial azotó los barcos, haciendo que se tambalearan peligrosamente. Las olas, alzándose como monstruos acuáticos, golpeaban los cascos de los drakkars con una fuerza implacable. Sin embargo, la fortuna sonrió a Magnus y su tripulación cuando, a través de la cortina de lluvia y viento, divisaron tierra firme en el horizonte. Con destreza y rapidez, recogieron las velas y maniobraron los remos, estabilizando los drakkars lo suficiente para maniobrar con seguridad en medio de la tormenta. 

La lluvia caía como látigos sobre la piel curtida de los guerreros, empapándolos hasta los huesos, mientras los relámpagos cruzaban el cielo como cuchillas de luz, revelando a intervalos breves la costa que tenían ante ellos. El mar se embravecía cada vez más, azotando los drakkars con furia, como si intentara arrebatarles la vida antes de que pusieran un pie en Inglaterra. Cada ola que golpeaba los barcos amenazaba con volcarlos, arrojando a los hombres al oscuro y helado abismo, pero Magnus y sus hombres permanecían imperturbables. Habían enfrentado a la muerte demasiadas veces para asustarse ahora.

Magnus se plantó firme en la proa, sus piernas como columnas de piedra, resistiendo el constante bamboleo del barco. Su mirada no se despegaba de la tierra en el horizonte. Aun con el agua empapándole la cara, mantuvo el ceño fruncido, observando como un halcón a su presa. Sabía que el primer paso en esta tierra desconocida sería una prueba tanto de habilidad como de fuerza. Se volteó y miró a sus hombres, cada uno de ellos con el rostro endurecido y los dientes apretados mientras maniobraban los remos con fuerza bruta, luchando contra la tormenta que intentaba apartarlos de su destino.

Un rugido surgió de sus bocas cuando, finalmente, la tierra se hizo más clara, los acantilados levantándose como paredes de piedra. Con un grito seco, Magnus ordenó recoger las velas. Los hombres respondieron al unísono, sin vacilar ni un instante, siguiendo cada orden como si fuera una cuestión de vida o muerte. Cada maniobra en esos segundos era crucial; un solo error y el barco acabaría destrozado contra las rocas afiladas que asomaban del agua como dientes listos para devorar. Pero estos hombres no eran marineros comunes; eran hijos del norte, formados en tormentas y mareas traicioneras, cada uno tan duro y feroz como la tierra que dejaban atrás.

Al fin, los drakkars tocaron la arena, arrastrándose como bestias heridas pero todavía imponentes, y los hombres saltaron al agua helada sin dudarlo. Las botas se hundieron en el lodo de la costa mientras avanzaban, con las hachas y espadas listas, cada uno con la mirada clavada en su capitán, esperando sus órdenes. Magnus no necesitaba palabras para comunicarse con sus guerreros; cada uno de ellos lo conocía demasiado bien. Su sola presencia era una orden, una promesa de sangre y gloria.

Erik, su segundo al mando, era un gigante de músculos duros como el acero, con cicatrices cruzándole el rostro y los brazos. Era un guerrero probado, un hombre cuya lealtad y ferocidad eran inquebrantables. Al ver que Magnus lo miraba, Erik dio un paso adelante, golpeando su pecho con un puño cerrado en señal de respeto. Magnus asintió.

—Erik, lleva a veinte hombres con Gudrun. Quiero saber todo sobre esta costa: si hay enemigos, asentamientos cercanos, rutas que puedan llevarnos a las aldeas más ricas. No quiero sorpresas en esta maldita tierra.

Erik asintió, su rostro tan serio como el de su líder. Se giró hacia el grupo y seleccionó a sus hombres con una precisión y frialdad que solo los años en el campo de batalla pueden forjar. En un abrir y cerrar de ojos, Gudrun y su grupo se internaron en el bosque que comenzaba apenas unos metros más allá de la costa, desapareciendo entre los árboles como sombras, moviéndose con la precisión de una manada de lobos.

Magnus, mientras tanto, se dedicó a organizar el campamento. Supervisaba a los hombres que descargaban los suministros y las armas, su voz rugiendo sobre el bullicio, ordenando que se levantaran tiendas y se preparara una barricada rudimentaria con troncos y ramas. Los hombres trabajaban en silencio, con una eficiencia brutal. Sus movimientos eran rápidos, cada uno consciente de que cualquier minuto perdido podía costarles la vida si los ingleses descubrieran su presencia. Magnus sabía que esa costa desconocida podía ser su entrada a una nueva era de poder, pero también podía ser su tumba si no eran cuidadosos.

La tormenta amainó finalmente, dejando un cielo gris y una bruma espesa que cubría la costa, como si la propia tierra tratara de esconderse de los invasores. Magnus se plantó en medio del campamento y, levantando su voz grave y poderosa, atrajo la atención de sus hombres.

—Escuchen bien, hijos del norte —gruñó—. No hemos cruzado estas aguas para regresar con las manos vacías. Hoy marcamos el inicio de un reino, el comienzo de una historia que todos recordarán. Necesitamos recursos, necesitamos fuerza. Estas tierras son nuestras ahora, y cualquiera que se interponga conocerá el acero de nuestras hachas.

Los guerreros respondieron con una furia contenida, golpeando sus escudos y soltando gritos de guerra que se alzaron en la bruma como un eco de los dioses. No había dudas en sus ojos; cada uno estaba preparado para luchar, matar y morir bajo el mando de Magnus, cada uno estaba dispuesto a dejar su marca en esta tierra extranjera. Magnus los observó y sintió el fuego de su ambición arder aún más fuerte. Este era su ejército, su herramienta para esculpir un imperio. Con una mueca de satisfacción, se retiró a la tienda improvisada que sus hombres habían levantado para él.

Allí, Erik lo esperaba con el informe de la situación. Al entrar, Magnus no perdió el tiempo en palabras innecesarias; estaba ansioso por saber si algo obstaculizaría su avance.

—Hemos desembarcado sin pérdidas —informó Erik, con la voz ronca y serena, la de un hombre acostumbrado a la guerra—. Todos están listos para luchar, Magnus. Contamos con cuatrocientos hombres, incluyendo noventa guerreros de élite, sesenta Berserkers, ciento cincuenta combatientes experimentados y cien arqueros. El armamento está en perfecto estado, aunque perdimos ocho escudos en el mar. Tenemos suficientes provisiones para dos días, después necesitaremos saquear lo que encontremos.

Magnus escuchó con atención el informe de Erik. Sus ojos, como el acero frío, no parpadeaban mientras absorbía cada palabra. Al final, asintió con satisfacción, un gesto breve pero cargado de significado. En su interior, su confianza en los hombres que le seguían se reforzaba con cada paso de esta empresa. Sabía que este primer movimiento no solo marcaba el inicio de su campaña, sino que también pondría a prueba la fortaleza y la voluntad de su ejército.

Con el campamento erigido y los hombres listos para cualquier eventualidad, Magnus se permitió un instante de introspección. Se alejó de la mesa de mapas y salió de la tienda, dejando que la fría brisa de la tormenta le azotara el rostro. Sus ojos se perdieron en el horizonte, donde el rugido de la tormenta aún resonaba con furia. Más allá de las nubes negras y el caos desatado por la naturaleza, él vislumbraba algo más: el brillo distante y prometedor de un imperio, suyo por derecho y conquista.

—¿Cuál es el plan, Magnus? —preguntó Erik, acercándose con un cuerno rebosante de hidromiel. Su tono era respetuoso pero lleno de curiosidad, ansioso por conocer los próximos movimientos de su líder.

Magnus aceptó el cuerno con un leve asentimiento, dando un trago profundo. El dulce y ardiente sabor del hidromiel pareció encender aún más la determinación en su interior. Bajó el cuerno y fijó su mirada en Erik, una intensidad oscura brillando en sus ojos, como si un fuego arcaico habitara en ellos.

—Saquearemos y aseguraremos esta región —dijo con firmeza, su voz resonando como un martillo sobre el yunque. Cada palabra era medida, cada frase, una sentencia. —Tomaremos un pequeño fuerte en estas tierras para establecer una base. Allí almacenaremos nuestro botín y fortaleceremos nuestras posiciones. Pero este es solo el comienzo. Una vez que hayamos reunido suficientes recursos y organizado a nuestros hombres, moveremos nuestra flota y ejército hacia objetivos mayores. Cuando llegue ese momento, Erik, te hablaré de mis verdaderos planes.

Una sonrisa, apenas perceptible pero cargada de significado, curvó los labios de Magnus. Erik, solemne, asintió. Sabía que Magnus siempre mantenía el control, revelando solo lo necesario.

La espera comenzó en la tienda del líder vikingo. Magnus reunió a su círculo de confianza: Gudrun, Leif, Ulf, Sigrid y Birgit. Entre conversaciones, risas apagadas y brindis de hidromiel, se entrelazaban estrategias y planes. El aire estaba cargado de camaradería, pero también de una tensión subyacente, como la calma antes de la batalla. Los guerreros se permitieron un breve respiro, sabiendo que el alba traería sangre y fuego.

Finalmente, después de dos largas horas, la figura de Gudrun apareció en la entrada de la tienda. Retiró su capucha con un movimiento seguro, dejando al descubierto su cabello rojo, que caía como una llama sobre sus hombros. Sus ojos azules, agudos y llenos de determinación, se encontraron con los de Magnus.

—Logramos explorar los alrededores sin ser detectados, Lord Magnus —informó con respeto. Se acercó a la mesa, donde un mapa desgastado de Inglaterra esperaba su análisis. Gudrun señaló un punto con precisión. —Estamos en Northumbria, cerca del estuario del río Tyne.

Magnus observó atentamente mientras Gudrun continuaba:

—A menos de dos horas al noroeste hay un pueblo pequeño. No cuenta con defensas significativas: empalizadas de madera y barro, estructuras sencillas. Su milicia es débil, no más de ochenta o cien hombres mal armados.

El líder vikingo asintió, y Gudrun prosiguió, detallando las áreas clave.

—En el centro del pueblo hay un edificio más grande, posiblemente un mercado o un lugar de culto. Al norte, cerca del río, se encuentran los muelles con varios barcos, y un torreón de madera que parece ser la residencia del señor local. Cada una de estas ubicaciones tiene alto valor estratégico y potencial para el saqueo.

Magnus reflexionó unos momentos en silencio, evaluando las opciones. Finalmente, alzó la vista, su mirada como un faro de autoridad.

—Ulf, ordena a los hombres que descansen. Cuando la lluvia cese, quiero a todos listos para el ataque. Nos reagruparemos y tomaremos ese pueblo antes de que el sol se alce por completo.

Con un gesto decidido, Magnus vació el resto de su hidromiel y dejó el cuerno sobre la mesa. No había espacio para dudas ni errores. Mientras el campamento se sumía en el silencio del descanso, Magnus permitió que el peso de sus planes descansara sobre sus hombros solo por unas pocas horas

Magnus despertó de un sueño inquieto, el ruido del mar y el crujido de los barcos meciéndose bajo la lluvia eran la banda sonora de su despertar. Aunque el descanso fue breve, Magnus se sintió revitalizado, con la energía de la batalla palpitando en sus venas. Sin demora, se puso su armadura, una cota de malla larga que descendía hasta su entrepierna y se extendía hasta cubrir sus antebrazos con delicadeza. Cada anillo de la cota de malla era como un eslabón de su destino, forjado en el crisol de la guerra y el sacrificio. Sobre su cabeza, ajustó un yelmo gjermundbu, una obra maestra de la artesanía bañada en oro y adornada con grabados rúnicos que contaban historias de batallas pasadas y futuras glorias. Una cota de malla adicional le cubría el rostro y la nuca, protegiendo cada centímetro de su piel con la ferocidad de un guerrero determinado. Una coraza laminar con gruesas placas de acero se ajustó a su torso, asegurando su invulnerabilidad ante las embestidas del enemigo. Sus hombreras, también de laminar de acero, se extendían hacia abajo como alas protectoras, asegurando que ningún golpe podría desequilibrar su determinación. Los brazales entablillados adornaban sus muñecas, marcando su identidad como señor de la guerra.

Con cuidado y reverencia, tomó sus armas. Una espada exquisitamente elaborada, con la hoja grabada con símbolos de poder y la empuñadura bañada en oro y engastada con piedras preciosas, se ajustó a su lado. En su mano derecha, se aferró a su escudo de madera de roble, reforzado con bordes de hierro y decorado con el Triskel de cuernos rojos en campo negro, un emblema de su linaje y su legado. En su espalda, descansaba un seax largo, con una funda y una empuñadura doradas. Y finalmente, su arma predilecta: un hacha de dos cabezas, con la hoja grabada con la imagen de un dragón, y el mango adornado con intrincados grabados que narraban las historias de su pueblo. Con su armadura brillando bajo la luz del amanecer, Magnus se erguía como un titán entre hombres.

Al salir de su tienda junto a Erik, que estaba vestido como él, con excepción del yelmo que era menos ostentoso, vio a sus hombres ya preparados. Sus guerreros de élite estaban vestidos como él, solo que con menos ornamentos y con el yelmo con la parte del visor más alargada cubriendo parte de su boca, por lo demás del yelmo cubiertos por una cota de malla como él. Estaban armados con una lanza, una jabalina, en su espalda una hacha danesa, un escudo como el suyo, una espada, un seax largo en la parte baja de su espalda y una hacha. Los Berserkers; tenían una cota de malla y un yelmo gjermundbu con una cota de malla, cubiertos por pieles de oso, lobo o jabalí. Estaban armados con grandes hachas danesas, un seax y un escudo con refuerzos de hierro en la espalda. Los guerreros regulares tenían un yelmo gjermundbu o nasal, algunos con una cota de malla cosida para proteger sus nucas y otro solo el yelmo, tenían una cota de malla larga, usaban escudos redondos algunos con refuerzos de hierro y otros sin él. Como todos sus guerreros tenían el Triskel de cuernos rojo en fondo negro. Estaban equipados con una lanza, algunas también tenían una o dos jabalinas, una hacha y un seax tanto pequeños como alargados. Sus arqueros usaban un yelmo nasal, una cota de malla, un escudo redondo en su espalda, un seax, una hacha, un carcaj de cuero con 50 flechas y un arco de 90 cm. Viendo que ya todos estaban preparados dio un fuerte grito de guerra, que rápidamente fue seguido por sus otros hombres y empezaron a seguirlo a la aldea, guiados por Gudrun.

A medida que se acercaban sigilosamente a la aldea, Magnus redujo el paso y susurró órdenes a sus hombres en voz baja. El suelo bajo sus pies se volvía blando por las intensas lluvias que habían azotado la región, y el espeso bosque que los rodeaba ofrecía una cobertura natural para su avance. Con cuidado y astucia, el grupo se adentró en el frondoso bosque, utilizando tablas de madera y troncos caídos para mantener la estabilidad en el terreno resbaladizo.

Finalmente, emergieron de entre el lodoso suelo del bosque, pisando tierra más firme mientras divisaban la aldea distante en el horizonte. Magnus reconoció las señales descritas por Gudrun y identificó el estandarte de Northumbria ondeando en lo alto de la aldea, con sus franjas rojas y amarillas ondeando en el viento. Era una aldea anglosajona, vulnerable a los ataques de los vikingos. Con un gesto firme, Magnus levantó su enorme hacha, indicando a sus hombres que se dividieran en grupos y rodearan la aldea. Un silencio sepulcral descendió sobre ellos mientras avanzaban sigilosamente, sus ojos escudriñando en busca de vulnerabilidades y objetivos potenciales entre las sombras de las casas.

Magnus mismo tomó la iniciativa, ordenando a sus arqueros que eliminaran a los vigías apostados en las murallas con precisión mortal. Con el corazón latiendo con anticipación, lideró la primera carga hacia la muralla principal de la aldea, ansioso por el botín y los tesoros que aguardaban en su interior. El rugido de la batalla se avecinaba, y Magnus estaba listo para enfrentar cualquier desafío que el destino le deparara en su búsqueda de gloria y riquezas.

Magnus giró con fuerza un gancho provisto de una gruesa cuerda, lanzándolo con precisión milimétrica hacia la empalizada que rodeaba la aldea. Sus hombres siguieron su ejemplo, lanzando ganchos con cuerdas para asegurar puntos de agarre y prepararse para el asalto conjunto contra la desprevenida aldea. La escena se desarrollaba en medio de la tenue luz del amanecer, que, filtrándose a través de las densas nubes, arrojaba un brillo espeluznante sobre el paisaje circundante, tiñendo todo con un suave y solemne tono gris.

Los ojos de Magnus escudriñaban el terreno con agudeza, tomando nota de posibles amenazas y rutas de escape en caso de ser necesario. Aunque su mente estaba concentrada en la tarea que tenía entre manos, una inquietud persistente se arraigaba en lo más profundo de su ser. La ausencia de resistencia en la aldea resultaba inusual y sembraba dudas sobre el verdadero estatus de la población y si algo más siniestro acechaba en las sombras. Sin embargo, Magnus optó por relegar esas dudas por el momento, decidido a aprovechar la oportunidad y seguir construyendo su poderoso ejército.

Una vez que los ganchos se aseguraron y las puertas de la aldea fueron forzadas, Magnus y sus hombres irrumpieron en su interior con furia controlada. Los gritos de sorpresa y terror resonaron en el aire mientras los aldeanos, tomados por completo desprevenidos, intentaban comprender la magnitud de la invasión que se cernía sobre ellos. Al doblar una esquina de una de las estrechas calles de la aldea, Magnus se encontró repentinamente con un pequeño grupo de aldeanos apiñados alrededor de una fogata. Entre ellos, varios jóvenes portaban armas toscas, desde garrotes hasta hachas viejas y oxidadas, y lanzas desgastadas por el tiempo y el uso. Algunos pocos llevaban escudos improvisados, mientras que otros, en menor medida, lucían una rudimentaria cota de malla o yelmo. Sin embargo, sus escasas defensas apenas representaban una mínima amenaza ante la fuerza abrumadora de Magnus y su formidable séquito de guerreros bien armados y protegidos. Los aldeanos, al reconocer la inutilidad de resistir contra tal poderío, miraron a Magnus con un terror paralizante, conscientes de la inevitabilidad de su destino en manos del implacable conquistador vikingo y su imponente hueste de guerreros.

Magnus observó con calma mientras sus hombres rodeaban a los aldeanos, enfrentando la dura realidad de su situación. Había visto este escenario antes. Con la experiencia de un guerrero consumado, su mirada se endureció al evaluar el terreno y a los desafortunados que se encontraban ante él. Sus ojos, oscuros y fríos como el acero, se posaron en cada aldeano, midiendo su valor y su miedo.

—Ríndanse y salvarán sus vidas; luchen y morirán—, proclamó en su idioma, su voz imponente y sombría resonando en el aire cargado de tensión. Magnus ansiaba una buena pelea, pero lo que tenía frente a él no era eso. Eran niños asustados y ancianos mal armados, y solo verlos desató un sentimiento de desdén en su interior. No le molestaría matarlos, pero sería una pérdida de energía. Sin embargo, ofreció una propuesta justa, una oportunidad para salvar vidas. La mayoría de los aldeanos parecían dispuestos a aceptar su oferta, conscientes de su inferioridad ante la abrumadora fuerza de Magnus y sus hombres.

Sin embargo, siempre hay quienes desafían incluso las probabilidades más desalentadoras. Un hombre de mediana edad, con la cota de malla brillando bajo la luz del amanecer y un yelmo nasal de hierro adornando su cabeza, dio un paso adelante. Con espada en mano y un escudo decorado con simples colores terrosos, lanzó un grito desafiante.

—¡Cómo te atreves, bastardo pagano! ¡Somos hombres de Northumbria!—. Su voz vibraba con una mezcla de furia y desesperación. Con una mirada llena de odio, se lanzó al combate, desafiando a Magnus con cada fibra de su ser.

Magnus observó con desdén mientras el hombre se dirigía a él, lanzando un discurso inflamado lleno de bravuconería.

—¡Y ustedes!—, rugió el hombre, dirigiendo su mirada hacia los otros diez que no se unieron a su causa. — ¡Deberían tener vergüenza de llamarse hombres de Northumbria! —

Pero el destino de estos "valientes" estaba sellado antes incluso de que se lanzaran al ataque. Con un simple gesto de su mano, Magnus dio la señal, y sus hombres se abalanzaron sobre los intrépidos combatientes. El campo de batalla se convirtió en un torbellino de acero y gritos, con los guerreros de Magnus demostrando su superioridad en cada movimiento. Con una habilidad letal, Magnus desvió el escudo del hombre gritón con un solo golpe y luego, con una precisión mortal, aplastó su cráneo junto con su yelmo en un solo movimiento fluido. Los otros "valientes" sufrieron un destino similar, rápidamente superados por la fuerza abrumadora de los hombres de Magnus.

La sangre y el sudor impregnaron el suelo de la aldea mientras el eco de la batalla se desvanecía en el aire. Magnus miró el resultado con satisfacción. Era un precio a pagar en su búsqueda implacable de poder y dominio, un precio que siempre estaba dispuesto a pagar sin remordimiento.

—Masacren a los que se resistan y aten a los que se rindan—, ordenó Magnus con voz firme y autoritaria. El saqueo del pueblo comenzó en un frenesí de actividad despiadada. Avanzó con paso decidido, acompañado por uno de sus hombres que hablaba el idioma local y repetía sus palabras de sumisión. Muchos aldeanos, conscientes de su inferioridad, se rindieron sin oponer resistencia, mientras que otros se aferraron desesperadamente a la futilidad de la lucha.

Frente a él se alzaba un débil muro de escudos, una última línea de defensa improvisada por los aldeanos valientes que estaban dispuestos a enfrentarse a la implacable marea de la invasión vikinga. Sin embargo, Magnus no vaciló. Con un rugido de ferocidad, cargó hacia adelante, atravesando la delgada línea de guardias con una determinación implacable. Sus hombres lo siguieron con igual fervor, masacrando a cualquiera que se atreviera a levantar un arma contra ellos. En cuestión de momentos, el conflicto llegó a su brutal conclusión, dejando tras de sí una escena desoladora de muerte y desesperación.

Los guerreros de Magnus se dispersaron por el pueblo, saqueando cada rincón y dejando una estela de caos y destrucción a su paso. Durante horas, el sonido de la batalla y el saqueo resonó en el aire, llenando el paisaje con una cacofonía de violencia y sufrimiento. Solo cuando la última resistencia fue sofocada y el botín saqueado a satisfacción, Magnus decidió poner fin al derramamiento de sangre. Con una señal de su mano, ordenó a sus hombres que detuvieran el saqueo y reunieran a todos los aldeanos restantes. Algunos pocos intentaron huir, pero fueron rápidamente capturados por los hábiles guerreros. La escena era un testimonio sombrío del poder y la brutalidad de Magnus y su ejército, una advertencia clara para aquellos que se atrevieran a desafiar su dominio.

Magnus, de pie en el centro de la devastación, observó el trabajo de sus hombres con una mirada de fría satisfacción. Para él, todo esto era un medio para un fin, una escalera hacia un poder más grande y un dominio indiscutido. No había espacio para la compasión ni para el arrepentimiento en su corazón endurecido por años de batallas y sangre. 

Después de establecerse en la torre de madera que servía como residencia del señor de aquel pequeño pueblo, Magnus y sus hombres se distribuyeron en el interior del edificio y en sus alrededores. Algunos ocuparon habitaciones en la torre junto con los hombres de confianza del líder vikingo, mientras que otros levantaron tiendas de campaña en los terrenos circundantes o se acomodaron en las chozas que habían sobrevivido al asedio. Los guerreros que no estaban ocupados con tareas de vigilancia, saqueo o preparando la comida se congregaron en el gran salón de la torre, ansiosos por escuchar las palabras de su líder.

Magnus, con su voz resonante y autoritaria, llamó la atención de sus hombres, quienes se volvieron hacia él con expectación en sus miradas. —Bien, hermanos míos, hemos llegado al fin de nuestro destino y de aquí en adelante solo hay batallas —proclamó Magnus, capturando la atención de todos los presentes. —Como saben, nuestro primer objetivo es establecer un punto de apoyo sólido. Aún desconocemos la ubicación exacta del pequeño fuerte del señor de estas tierras o de la provincia en la que nos encontramos—. Levantó la mano para silenciar cualquier interrupción antes de continuar. —Por lo tanto, las primeras acciones que debemos emprender son el reconocimiento, la exploración y el reclutamiento—, declaró Magnus con un tono de orgullo y autoridad palpables.

Sin embargo, antes de que pudiera profundizar en los detalles de su estrategia, Erik, que estaba sentado a su lado derecho, planteó una pregunta crucial: —¿A qué nivel, Lord Magnus?—

Erik escuchó atentamente las palabras de Magnus, asimilando la magnitud de sus ambiciones.

—A gran escala, Erik—, comenzó Magnus, su voz resonando con determinación. —Planeo saquear y reclutar todo lo que podamos en Inglaterra y luego en Francia. Mi destino, y el de aquellos que deseen acompañarme, está al este, no en estas tierras extranjeras. Pero primero, debemos encontrar y conquistar el fuerte del señor de estas tierras, expandiéndonos hasta que podamos reunir una gran fuerza y una poderosa flota—. Las palabras de Magnus revelaron su visión estratégica y sus planes audaces para el futuro. Erik asintió en silencio, comprendiendo la importancia de esta misión inicial en el camino hacia la realización de los objetivos del líder vikingo.

—A pesar de que esta aldea carece de una milicia establecida, sin duda podremos aprender mucho de ellos— continuó Magnus, dirigiéndose a sus hombres con una mirada severa pero expectante. —Espero que hagan sus preguntas y participen activamente en esta empresa. Después de nuestra conversación, podrán disfrutar de un breve descanso, pero cuando comencemos a explorar, será obligatorio que cumplan con sus turnos de vigilancia—. Los hombres asintieron en respuesta, agradecidos por el respiro momentáneo antes del trabajo que les esperaba.

Antes de que Magnus se retirara, Erik lo detuvo con una mirada curiosa. —Por cierto, Magnus—, intervino Erik con una sonrisa traviesa. —Tengo como regalo para ti a las mujeres más hermosas que encontramos en el pueblo. Mis hombres vendrán en breve para llevarte hasta ellas.

Una sonrisa juguetona cruzó el rostro de Magnus ante la oferta inesperada. —Agradable, pero dudo que haya muchas mujeres bonitas en un pueblo tan pequeño—, respondió con tono burlón, desafiando la noción de que pudieran encontrar belleza en un lugar tan remoto y modesto.

—No lo sabrás hasta que las veas—, dijo Erik, riéndose entre dientes mientras se levantaba y se dirigía a la habitación que eligió, dejando a Magnus solo con sus pensamientos.

Pasaron apenas diez minutos cuando los gritos de uno de sus hombres lo sacaron de sus pensamientos. —¡Lord Magnus, Lord Magnus, venga rápido!—. Gritó uno de sus hombres de élite. Magnus lo miró confundido mientras salía de su tienda. —¿Qué ocurre?—. Preguntó mientras se dirigía a su hombre de élite.

—Lord Magnus, por favor ven con nosotros, es algo importante—, dijo el hombre emocionado, tomando a Magnus por sorpresa. ¿Qué podría haber en este pueblo que los emocione tanto? Los guerreros de élite de Magnus lo llevaron al norte de la aldea.

Magnus observó una zona con una gran cantidad de animales rodeando una enorme estructura de madera, con dos pequeñas casas de piedra en cada esquina. Los animales, inquietos y asustados, parecían agitados por la reciente batalla. La gran estructura de madera parecía un granero, pero había algo más en el lugar que llamaba la atención de los hombres de Magnus.

Magnus se aproximó, pero sus hombres lo detuvieron. —Lord Magnus, venga —, instó su hombre de élite, llevándolo hacia una de las casas de piedra que resultaron ser celdas. Dentro, yacían cinco mujeres atadas y amordazadas, dejando a Magnus boquiabierto ante la escena inesperada. —Son las mujeres más hermosas que he visto en toda mi vida, Lord Magnus —, declaró el hombre de élite, contemplando a las cautivas con deseo. Magnus se inclinó para observarlas mejor, y lo que vio lo sorprendió ligeramente. Aunque ciertamente eran hermosas, no consideraba que merecieran tal exageración.

—Lo hiciste bien, hombre. Felicito al hombre de Erik —, elogió Magnus, reconociendo el esfuerzo de su hombre de confianza con un toque en su hombro. —Lord Magnus, tengo permiso para tomar a una de ellas —, dijo uno de los hombres, con la mirada cargada de deseo al observar a las mujeres.

—No —, respondió Magnus tajantemente. —Estas son mías. Tú toma a una de las feas —añadió con una pizca de humor, lo que desencadenó risas entre él y sus hombres. —En la siguiente aldea te dejaré tomar a una de las bonitas —, prometió Magnus con una sonrisa burlona, antes de continuar con la inspección del pueblo y sus alrededores.

—¿Lo promete? —, preguntó el hombre. Magnus asintió con una sonrisa, aunque en su interior no tenía intención alguna de cumplir su promesa.

—Bien, pero no creo que las demás sean tan agraciadas —, especuló el hombre. —A menos que ustedes quieran ser reemplazados —, respondió Magnus con voz severa, dejando claro que no toleraría desafíos a su autoridad.

—Lo siento, Lord Magnus, solo estábamos bromeando —, se disculpó el hombre, avergonzado por haber cruzado los límites. Magnus soltó un suspiro y negó con la cabeza, lamentando la falta de seriedad de sus hombres. —Me gustaría tomarlas ahora mismo, pero primero quiero comer y descansar, así que tendremos que esperar —, informó Magnus a sus seguidores. Sus hombres murmuraron protestas, pero sabían que debían obedecer las órdenes de su líder sin cuestionarlas.

Después de eso, Magnus los guio de regreso a la torre y se sentó junto a una de las celdas. —Soy Magnus Haraldsson, ahora ustedes serán mis mujeres y esclavas—. Magnus les informó a las mujeres. —Si son buenas y obedientes vivirán bien, si me desobedecen, sufrirán—. Magnus les dijo, y después de eso ordenó que las llevaran a sus habitaciones, donde ordenó que les dieran de comer y que fueran aseadas.

Después de que Magnus comiera y bebiera, entró en su habitación para ver a las mujeres ya bañadas. Magnus se acercó a las mujeres y empezó a mirarlas detenidamente. Eran muy bonitas; tres rubias, seguramente hermanas por su parecido: una de ojos azules de 22 años, otra de ojos verdes de 19 años y la tercera de ojos grises de 17 años, todas con buen cuerpo. La más pequeña era una castaña de ojos marrones con sorprendentes curvas y de tal vez 25 años; la última era una adolescente de 16 años, con ojos cafés y cabello azabache.

—Ustedes tres, me dirán sus nombres —, ordenó Magnus a las rubias. Las mujeres intentaron hablar, pero el nerviosismo y el miedo les impedían articular palabras con claridad. Magnus repitió su pregunta de manera más gentil y esperó pacientemente sus respuestas.

—M-me-me llamo Hilda, se-señor —, tartamudeó la rubia de ojos azules, con una expresión temerosa.

—Mi nombre es Ava, señor —, dijo la rubia de ojos verdes con más determinación, mostrando una leve valentía.

—Y-y- yo m-me llamo An-Anna, señor —, balbuceó la rubia de ojos grises, con voz temblorosa. Magnus asintió con gesto serio y luego intercambió algunas palabras con los hombres que custodiaban la puerta. Una vez que se retiraron, Magnus se acercó a las mujeres, sus ojos mostraban severidad y autoridad.

—No habrá compasión para ustedes si desobedecen mis órdenes —, advirtió Magnus con firmeza, provocando que las mujeres temblaran de miedo ante sus palabras. Magnus se inclinó para tomar a la más joven entre ellas, quienes permanecían inmóviles, sin saber cómo reaccionar ante la situación. Con habilidad, Magnus levantó a la menor, quien comenzó a forcejear en un intento de liberarse. Sin embargo, Magnus la sujetó firmemente por la mandíbula, obligándola a mirarlo directamente a los ojos.

—Tranquilízate, niña, o tendré que castigarte —, advirtió Magnus con voz autoritaria, logrando que la muchacha se calmara bajo su mirada penetrante.—Si alguna de ustedes intenta escapar, solo aumentarán su sufrimiento —, les advirtió a las otras cuatro mujeres en tono grave.

Magnus la llevó con suavidad hasta la cama, procurando no asustarla aún más con su presencia imponente. —Voy a darte una oportunidad, pequeña —, le dijo Magnus con tono calmado pero autoritario. —Puedes quedarte aquí y no sufrir, o puedes resistirte y sufrir las consecuencias —, añadió, esperando que la joven comprendiera la gravedad de sus palabras. La muchacha intentó articular alguna respuesta, pero su miedo era palpable, impidiéndole hablar con claridad. —Habla cuando te lo ordene —, ordenó Magnus, estableciendo desde el principio la autoridad que esperaba de ella. La muchacha asintió rápidamente, temiendo las posibles represalias.

Sentado a su lado, Magnus la observó con atención, tratando de establecer algún tipo de conexión con ella. —Ahora, ¿qué te gusta? —, preguntó Magnus, buscando iniciar una conversación que le permitiera conocer un poco más a la joven. Sin embargo, la muchacha se quedó en silencio, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para responder. —¿Qué quieres decir mi lord? —, preguntó ella, confundida por la pregunta. —¿Qué es lo que te gusta hacer? ¿Cuáles son tus pasatiempos o intereses? —, explicó Magnus con paciencia, intentando guiarla en la conversación.

—Bueno... —, titubeó la muchacha, haciendo un esfuerzo por pensar en algo que compartir. —No... No lo sé —, admitió con sinceridad, mostrando su falta de experiencia en este tipo de interacciones.

—Bien, entonces dime, ¿a qué edad entraste en la adolescencia? —, preguntó Magnus, cambiando de tema con la esperanza de que la conversación fluyera más fácilmente. La joven se ruborizó ante la pregunta, pero respondió con timidez. —A los 13 años, mi señor... Actualmente tengo 16 años —, contestó la muchacha, revelando un poco de su historia personal y su edad actual.

Magnus asintió con calma, observándola detenidamente mientras deliberaba sus próximos movimientos. Con gestos suaves y medidos, levantó su mano, lo que provocó que la joven se tensara instintivamente y cerrara los ojos, anticipando algún tipo de castigo o acción repentina. Sin embargo, para su sorpresa, no sintió ningún golpe ni gesto brusco. Al abrir los ojos, se encontró con Magnus sosteniendo su cabeza con delicadeza, mientras con la otra mano levantaba su mandíbula con suavidad. Magnus se aproximó con lentitud, sus labios rozaron los de la muchacha en un suave beso que la dejó perpleja por un momento. Sin embargo, conforme pasaron los segundos, la joven comenzó a corresponder el gesto, dejando que la intimidad del momento los envolviera.

La mano de Magnus se deslizó con cuidado por la pierna de la muchacha, ascendiendo con una cadencia pausada que la hizo estremecerse ligeramente de nerviosismo. Ante el avance de Magnus, la muchacha se sobresaltó, su corazón latiendo con fuerza en su pecho, pero aun así no se resistió. Magnus continuó con su mano hábil, deslizándola bajo el vestido de la joven hasta que alcanzó su ropa interior. Con un movimiento suave pero exigente, Magnus retiró la prenda, lo que provocó una reacción de sorpresa y desconcierto en la muchacha, quien se separó ligeramente de él, su mirada reflejando una mezcla de asombro y timidez ante la inesperada intimidad del momento.

Magnus sonrió con ternura al percibir las reacciones de la joven ante sus gestos tranquilizadores. —No te preocupes, pequeña, estarás a salvo conmigo —susurró con voz suave, como una caricia al oído de la muchacha. Sus palabras tuvieron el efecto deseado, y Kaitlyn se relajó gradualmente, permitiendo que la confianza reemplazara el miedo en sus ojos. Con movimientos delicados pero decididos, Magnus levantó el vestido de Kaitlyn, revelando su piel bajo la tenue luz que se filtraba por las ventanas de la habitación. Sus manos hábiles comenzaron a acariciar su entrepierna con suavidad, y la joven se retorció ligeramente ante el contacto, su respiración entrecortada revelando la mezcla de nerviosismo y excitación que experimentaba.

Sin embargo, en un momento, Magnus se detuvo y se apartó de la cama. La joven miró hacia arriba, confundida por la interrupción repentina. —Me llamo Kaitlyn —dijo en un susurro, su voz apenas un murmullo en la quietud de la habitación. Magnus le dirigió una sonrisa cálida y reconfortante. —Bien, Kaitlyn, ¿estás lista? —inquirió Magnus, su mirada intensa fijándose en la joven con una mezcla de deseo y determinación. Kaitlyn asintió, sus ojos brillando con una mezcla de anticipación y temor.

Con movimientos fluidos, Magnus se despojó de su armadura de laminar, dejando al descubierto los músculos tensos de su torso. Con pasos decididos, se aproximó a Kaitlyn y la tomó entre sus brazos con firmeza pero con ternura. Le dio un beso apasionado en los labios, su aliento cálido mezclándose con el de ella en un momento de íntima conexión. Kaitlyn respondió al beso con la misma intensidad, entregándose al deseo que los consumía a ambos en ese instante de pasión desenfrenada.

Magnus acarició con ternura uno de los pechos de Kaitlyn, sintiendo la suavidad de su piel bajo sus dedos mientras ella exploraba con timidez el contorno de su pecho. Con movimientos fluidos, Magnus la recostó suavemente en la cama y se posicionó sobre ella con cuidado. Con manos expertas, deslizó la parte superior del vestido de Kaitlyn, revelando más de su piel ante sus ojos hambrientos. Inclinándose sobre ella, Magnus comenzó a mordisquear suavemente uno de sus pechos, mientras con la mano masajeaba el otro con delicadeza. Los jadeos de Kaitlyn llenaban la habitación, su cuerpo respondiendo con ardor a cada caricia de Magnus.

Momentos de pasión compartida se entrelazaron con miradas furtivas y sonrisas tímidas, reflejos de la conexión que estaba floreciendo entre ellos. Sin apartar la mirada de los ojos de Kaitlyn, Magnus la besó con fervor, cada roce de sus labios una promesa de deseo y entrega. Con manos temblorosas pero decididas, Magnus bajó la parte inferior del vestido de Kaitlyn, sus movimientos impregnados de una intensidad ardiente. Los gemidos de Kaitlyn se mezclaban con sus suspiros, su cuerpo ardiendo bajo el toque experto de Magnus.

Sin embargo, en un momento, Magnus se detuvo y se apartó de ella, su mirada fija en los ojos confundidos de Kaitlyn. Antes de que ella pudiera formular una pregunta, Kaitlyn lo vio despojarse de su pantalón, quedando solo en su ropa interior. Un rubor tiñó las mejillas de Kaitlyn mientras cubría su rostro con las manos, sintiendo el palpitar acelerado de su corazón ante la anticipación de lo que vendría a continuación. Magnus se movió ágilmente sobre la cama y la levantó con un brazo, colocándose sobre ella con suavidad pero con firmeza. Kaitlyn, con timidez, le ofreció un beso en los labios, una expresión de su deseo y su aceptación. Magnus respondió al gesto con pasión contenida, sus miradas chocando en un instante de complicidad y deseo compartido.

Magnus se despojó de su ropa interior, dejando al descubierto su virilidad, una erección imponente que latía con anticipación. Con mano firme, comenzó a acariciar la entrada de Kaitlyn con un dedo, sintiendo cómo ella respondía con gemidos de placer ante su toque. Con cuidado, Magnus introdujo un dedo en su interior, provocando un gemido más profundo de Kaitlyn mientras su cuerpo se arqueaba hacia él. El placer palpable en el aire aumentaba mientras Magnus agregaba otro dedo, comenzando a moverlos con ritmo lento pero seguro dentro de ella. Kaitlyn respondía a cada movimiento con jadeos y movimientos sinuosos de su cuerpo, su excitación palpable bajo las caricias expertas de Magnus. Un beso apasionado selló el momento entre ellos antes de que Magnus intensificara su acción, aumentando el ritmo de sus dedos dentro de ella. El éxtasis que Kaitlyn experimentaba se reflejaba en sus gemidos y jadeos, su cuerpo vibrando con el placer que le brindaba Magnus.

Con un gesto gentil pero decidido, Magnus la ayudó a sentarse, preparándola para lo que vendría a continuación. Colocándose detrás de ella en cuclillas, Magnus levantó su vestido, revelando más de su piel temblorosa ante la anticipación. El contacto cálido y húmedo de la lengua de Magnus en su intimidad hizo que Kaitlyn se estremeciera de placer, sus gemidos llenando la habitación mientras él la exploraba con habilidad. Cada movimiento de su lengua enviaba oleadas de placer a través de su cuerpo, sus manos aferrándose a las sábanas con fuerza mientras se dejaba llevar por las sensaciones abrumadoras. Cuando Magnus retiró su lengua, Kaitlyn jadeó por la pérdida momentánea de contacto, pero su gemido se convirtió en uno de placer renovado cuando sintió la presión de los dedos de Magnus llenándola una vez más. El ritmo rápido y firme de sus movimientos hizo que Kaitlyn se arqueara hacia él, su cuerpo vibrando con el placer abrumador que la consumía por completo.

Magnus ascendió a la cama con decisión, sus ojos ardientes fijos en Kaitlyn mientras se acercaba a ella. Un beso apasionado selló su conexión, un momento de intensa unión antes de que Magnus se apartara ligeramente para mirarla a los ojos. Una sonrisa tenue y llena de emoción jugueteaba en los labios de Kaitlyn, mientras Magnus le devolvía la mirada con una sonrisa predadora, su deseo palpable en el aire entre ellos. Con una ternura sorprendente, Magnus acarició la mejilla de Kaitlyn, calmando sus temores con un gesto gentil. 

—No te preocupes, pequeña —susurró Magnus.

Kaitlyn lo miró con duda pero asintió lentamente. Magnus empujó su polla y empezó a penetrar el pequeño coño de Kaitlyn. Kaitlyn gimió de dolor y de placer. Magnus no se detuvo, pero fue un poco más lento, observándola con atención. Kaitlyn lo miró con lágrimas en los ojos. Magnus la besó con deseo puro. Kaitlyn se estremeció y asintió lentamente. Magnus le dio una pequeña sonrisa, salió de ella, se levantó de la cama y la acomodó mejor. Se subió a la cama y empezó a embestirla con fuerza. Kaitlyn gemía ante sus embestidas y jadeaba de placer y de dolor.

Magnus se abrió paso entre sus piernas y empezó a embestirla con fuerza. Kaitlyn jadeaba y gemía ante sus embestidas y por las mordidas y besos que le daba en el cuello. Kaitlyn gimió de placer y dolor cuando sintió el miembro de Magnus abriéndose paso más dentro de ella y desflorándola. Magnus apretó sus pechos y empezó a acariciarlos con brusquedad. Kaitlyn gemía ante el placer y el dolor. Magnus empezó a moverse más rápido y empezó a embestirla con más fuerza. Kaitlyn gemía y jadeaba ante sus embestidas. Magnus soltó sus pechos y agarró su cabello, haciendo que Kaitlyn soltara un quejido de dolor y placer. Magnus soltó su cabello y empezó a embestirla más fuerte. Kaitlyn solo gemía y jadeaba ante sus embestidas.

Magnus sacó su miembro de ella, se puso detrás de ella, levantó su pierna derecha, levantó la parte superior de su vestido y empezó a embestirla con más fuerza. Kaitlyn gimió ante las fuertes embestidas y se estremeció al sentir que Magnus se movía más rápidamente. Kaitlyn gimió de dolor y de placer mientras Magnus se movía con más rapidez y golpeaba contra la cama. Kaitlyn jadeó ante su toque y lo miró con ojos llorosos y desesperados. Magnus siguió embistiéndola con fuerza y le dio un fuerte beso en los labios. Kaitlyn solo le devolvió el beso. Se separaron y se miraron a los ojos. Magnus le dio una sonrisa oscura y se movió más rápido. Kaitlyn solo seguía gimiendo y jadeando ante sus embestidas. Después de algunos minutos usando a su nueva mujer, Magnus explotó dentro de ella, llenándola de su potente y masiva semilla.

Kaitlyn jadeó ante el peso del hombre sobre ella y se quedaron así por algunos segundos hasta que Magnus salió de ella. Magnus se recostó en la cama y le dio un beso en la frente a Kaitlyn, que se quedó dormida a los segundos. Magnus no estaba satisfecho así que iba a estrenar a sus nuevas mujeres y esclavas. Se levantó de la cama y fue a buscar a las mujeres, que se sorprendieron al verlo. Magnus les dio una sonrisa y les hizo una señal para que se acercaran. Las mujeres lo miraron confundidas y aterradas. Magnus las arrastró hasta la cama y se sentó.

—Tú—dijo, señalando a la mujer pequeña y castaña—. Di tu nombre, que se me olvidó.

La mujer lo miró con miedo. —Me llamo K-Kara—dijo la mujer con voz temblorosa.

Magnus asintió y le hizo una señal para que se acercara. Kara lo hizo lentamente. Magnus agarró sus muñecas y la jaló hacia él. Kara se sorprendió y trató de liberarse, pero Magnus la empujó contra la cama y la sometió con facilidad.

—No te resistas y esto no será tan doloroso—le gruñó al oído.

Kara tembló y asintió con la cabeza. Magnus levantó su cabeza y le dio un suave beso en los labios. Magnus se alejó de ella y se posicionó detrás de ella. La volteó de costado, levantó la parte superior de su vestido y le abrió las piernas. Magnus tomó su miembro y empezó a acariciar su entrada. Kara jadeó y se retorció. Magnus se introdujo lentamente, haciendo que Kara soltara un gemido. Magnus empezó a moverse lentamente. Kara gemía ante el dolor y el placer. Magnus empezó a moverse más rápido y golpeó contra la cama, moviéndola y molestando un poco a la dormida Kaitlyn. Kara gemía y jadeaba ante sus embestidas y por las mordidas y besos que le daba en el cuello. Kara jadeó y gimió cuando sintió que Magnus le arrancó la virginidad. Magnus soltó sus muñecas y se movió con fuerza, haciendo que Kara jadeara y gimiera de dolor y de placer.

Magnus sacó su miembro de ella, la volteó, levantó la parte superior de su vestido, dejando su redondo trasero a la vista, y volvió a penetrarla. Kara gimió y jadeó ante su toque. Magnus empezó a moverse con fuerza, haciendo que Kara jadeara y gimiera. Magnus siguió embistiéndola con fuerza, haciendo que Kara gimiera y jadeara de placer. Mientras tanto, las tres mujeres rubias solo veían a la castaña ser brutalmente follada por el gigantesco hombre que las tenía como rehenes. Ava, la mujer con ojos verdes, miró a Magnus, quien estaba concentrado embistiendo a la castaña, y sintió una extraña sensación en su interior. Ava no sabía qué era eso, pero quería más. Después de varios minutos follando a Kara, Magnus explotó dentro de ella, llenándola completamente. Kara gritó cuando sintió al hombre llenarla con su semilla. Magnus sacó su miembro de ella, se levantó de la cama, vio a las tres mujeres y se dirigió a la de ojos grises. La empujó a la cama y le bajó su

Magnus sacó su miembro de ella y la volteó, levantando la parte superior de su vestido, dejando su redondo trasero a la vista para volver a penetrarla. Kara gimió y jadeó ante su toque, sus manos aferrándose a las sábanas mientras Magnus se movía con fuerza. Cada embestida hacía que Kara jadeara y gimiera, su cuerpo temblando con una mezcla de dolor y placer. Magnus continuó con sus movimientos, cada vez más intensos, haciendo que los gemidos de Kara llenaran la habitación.

Mientras tanto, las tres mujeres rubias observaban la escena, atrapadas entre el miedo y una perturbadora fascinación. Ava, la mujer con ojos verdes, miró a Magnus, quien estaba concentrado en embestir a la castaña, y sintió una extraña sensación en su interior, un calor que se propagaba desde su vientre hasta su entrepierna. No sabía exactamente qué era eso, pero una parte de ella deseaba experimentar lo mismo.

Después de varios minutos de embestidas implacables, Magnus explotó dentro de Kara, llenándola completamente. Kara gritó al sentir el torrente de semen llenándola, su cuerpo sacudido por el clímax. Magnus sacó su miembro de ella y se levantó de la cama, dirigiendo su mirada a las tres mujeres rubias. Con una sonrisa depredadora, se acercó a la de ojos grises, empujándola con firmeza hacia la cama. 

La mujer, aterrorizada y excitada al mismo tiempo, no ofreció resistencia mientras Magnus le bajaba su ropa interior. Subiéndose sobre ella, levantó la parte superior de su vestido, dejando sus piernas abiertas y expuestas. Con un movimiento brusco, rompió la delicada tela de su ropa interior, y comenzó a masturbarla con dedos expertos, asegurándose de que estuviera lo suficientemente mojada para él. Anna gimió, sus ojos abiertos de par en par por la mezcla de sorpresa y placer que la invadía.

Magnus no perdió tiempo. Colocándose entre las piernas de Anna, la penetró con un movimiento firme y decidido, provocando un gemido ahogado de sus labios. Ella se arqueó hacia él, sus manos intentando aferrarse a algo mientras el placer y el dolor se entremezclaban en una tormenta de sensaciones. Magnus comenzó a moverse dentro de ella, sus embestidas fuertes y rítmicas, arrancando gemidos y jadeos de Anna con cada movimiento. 

Sus miradas se encontraron brevemente, y Magnus vio en los ojos grises de Anna una mezcla de miedo, deseo y rendición. Con una sonrisa oscura, aumentó el ritmo de sus embestidas, su cuerpo moviéndose con una intensidad feroz. Los gemidos de Anna se hicieron más fuertes, sus uñas clavándose en la piel de Magnus mientras se aferraba a él, su mente y cuerpo completamente entregados al placer abrumador que la consumía.

Mientras tanto, las otras mujeres observaban la escena con una mezcla de horror y fascinación. La atmósfera en la habitación era densa y cargada de una electricidad palpable, cada sonido amplificando la tensión en el aire. Magnus, perdido en el acto, continuó embistiendo a Anna con una fuerza casi brutal, cada movimiento llevando a ambos más cerca del clímax. 

Finalmente, después de un crescendo de placer y deseo, Magnus explotó dentro de Anna, llenándola con su semilla. El grito de Anna resonó en la habitación, su cuerpo temblando mientras el clímax la abrumaba por completo. Magnus se retiró lentamente, observando con satisfacción cómo Anna jadeaba y temblaba bajo él.

Se levantó de la cama, su mirada fija en las otras mujeres que aún esperaban su turno. Magnus sabía que la noche aún era joven y que tenía mucho más por explorar y conquistar. Con un gesto de su mano, señaló a la siguiente mujer, su voz ronca y llena de promesas oscuras.

—Ven aquí —dijo, su tono firme y autoritario—. Es tu turno.

Magnus sonrió maléficamente. — Vamos, muévete, esclava, no puedes simplemente quedarte ahí quieta—. Anna lo miro con deseo, Magnus sonrió maléficamente, se introdujo lentamente, Anna soltó un gemido de dolor, pero Magnus no se detuvo, ya que quería tener la primera vez de la mujer. — Es mi primera vez—. Anna logro decir, Magnus asintió y empezó a moverse con más cuidado, Anna jadeaba ante su tacto, Magnus poco a poco se movió más rápido, mientras Anna gemía ante su toque, Magnus salió de ella, volvió a entrar, salió de nuevo, se volvió a meter, así lo hizo hasta sentir que porfin sentir su liberación.

Después de algunos minutos follando a Anna, Magnus exploto dentro de ella, llenándola de su potente y masiva semilla, después de usar a Anna, Magnus se puso detrás de Hilda, la mujer rubia con ojos azules. — Voy a darte un buen recibimiento a tu nueva vida—. Magnus le gruño a la mujer, Hilda tembló ante su tono de voz. — Por favor no me lastimes—. Dijo Hilda aterrada. — Tranquila, no te haré daño, solo no me desobedezcas, recuerda si me obedeceras obedientemente yo te trataré bien—. Le informo Magnus, Hilda asintió lentamente, Magnus le levantó su vestido, le quitó su ropa interior, para meter sus dedos en ella, la tomo de la cintura con una mano, y empezó a mover sus dedos con brusquedad, Hilda jadeaba ante su toque, Magnus continuo embistiéndola con sus dedos, haciendo que Hilda gimiera, jadeara, y llorara, Magnus salió de ella, la volteo, le quitó lo último de su desecho vestido, la subió a la cama, la hizo acostarse a horcajadas encima de él, y la empezó a masturbar, haciendo que se relajara y se mojara aún mas, después de eso se subió a la cama, agarró a Hilda por su cintura, y la puso a cuatro patas, Magnus levantó su culo y empezó a masajear su vagina, y a penetrar su polla.

Hilda solo seguía jadeando ante su toque y se retorcía. Magnus la tomo de su cintura y la embistió aún más profundo, haciendo que Hilda jadeara ante su toque.

Hilda soltó un grito ahogado cuando Magnus acelero sus movimientos, empujando sus caderas a cada embestida, la rubia no podía hacer nada excepto apoyarse en sus codos, sintiendo sus piernas temblar con cada embestida. Magnus la follo durante minutos, hasta que llegó al clímax, corriendose dentro de ella, derramándose por toda su vagina, y dejándola con los ojos en blanco, antes de darse cuenta, la rubia se encontraba en la cama jadeando por aire y con el pelo despeinado.

Después de usar a Hilda, Magnus se acercó a Ava, la rubia con ojos verdes, le quitó el vestido y le quito su ropa interior, Ava tembló cuando sintió un fuerte toque en su vagina, se puso a horcajadas encima de ella, le quitó la parte superior de su vestido, Ava se resistió pero apenas fue un empujón y acepto el destino, Magnus agarró su cintura con una mano, tomando sus senos con la otra, mientras que Ava, sintió la gran polla del hombre invadiendo su intimidad. Ava no pudo evitar gemir cuando Magnus empezó a bombear dentro de ella, haciendo que gimieran y jadearan a medida que las embestidas iban en aumento, hasta que finalmente, Magnus exploto, llenando su interior de su semilla pero no terminó allí, ya que empezó a bombearla de nuevo, aunque ahora era diferente, ya que esta vez, había algo distinto, no solo se sentía llena, sino también... caliente. Ava no sabía que pensar, no tenía muchas experiencias sexuales, ya que su pueblo era cristiano y era su primera vez, entonces cuando Magnus le pregunto, — Dime Eva?, a qué edad entraste en la adultez, pareces ser la menor de tus hermanas—. Ava, que se encontraba aturdida, contesto: — A-a los 13 años mi señor, ac-actualmente tengo 16 años, mi se-señor—. Magnus asintió. — Bueno entonces te doy la bienvenida a los placeres de la carne—. Magnus le informo, a lo que Ava no pudo decir nada. Magnus continuo bombeando, sin dejar de acariciarle sus senos, y después de un rato, Magnus exploto dentro de ella. Haciendo que Ava soltará un sonoros gemidos, Magnus soltó sus pechos, tomo a Ava por su cabello y la puso sobre la cama, de costado, Magnus le abrió las piernas, le tomo un pierna y empezó a follarla.

Después de que Magnus acabará de bombear su última carga en Eva, Magnus, se acostó en la cama y vio a las cinco mujeres que se acababa de follar.

Magnus, se dirigió a las mujeres y habló. — Escuchen aquí hay dos reglas básicas, si no deseas que te castigué, no intentes escapar, y si no deseas morir, no te atrevas a desobedecerme, tengo el poder para hacer lo que me plazca con ustedes—. Magnus les ordenó a las mujeres, que solo se quedaron calladas. Magnus se recostó en la cama. — Me llamo Magnus y voy a ser tu amo y tu dueño, mientras estén conmigo y me sean leales estarán bien cuidadas—. Les informo a las mujeres, Magnus se recostó en la cama, todas las mujeres se quedaron dormidas que solo sonrió, ya que iba a disfrutar de ellas y de muchas más mujeres en el futuro.