Síndrome de Estocolmo

Narra Emir Evliyaoglu:

—Lo es— corroboró la doctora con una mediana sonrisa.

Miré a Alekxandra, la cual lloraba a mares, y no comprendí por qué lloraba, pero cuando la doctora me dijo que algunas mujeres a veces lloran de felicidad, me quedé en calma y no le pregunté nada.

—Voy a prescribirte unas vitaminas que son importantes— avisó—. Es importante que te mantengas bien nutrida, recuerda que tu bebé se alimenta de ti.

Asintió mientras limpiaba sus lágrimas.

—Voy a tomar una muestra de sangre para hacerte algunas pruebas de laboratorio —me dedicó una mirada de complicidad. Yo mismo le propuse que le hiciera una prueba de ADN a Alekxandra para tener las pruebas suficientes que corroboren que ella es la hija de Murad. No podía confiar en el silencio de mi suegra, porque sospechaba que en cualquier momento explotaría en mi contra sin importarle que su hija estuviera en peligro.

Si bien estaba seguro de que Alekxandra era su hija biológica por el parecido que tenía con su hermana, sin embargo, tenía que tener esa prueba sólida en mis manos. Esa prueba iba a ser lo que la mantuviera exenta de las amenazas en su contra.

El plan de Melek era esconderlo para siempre, esconder que Alekxandra tenía lazos de sangre hasta que sus cuñados hicieran el trabajo sucio; la sangre que iba a derramarse era la misma sangre de los Yildiz y ellos jamás iban a saberlo.

La doctora hizo lo que tenía que hacer y extrajo sangre de su vena, misma que introdujo en un botiquín.

—Bueno, es todo por hoy, regresaré dentro de tres semanas para continuar con el control de tu bebé.

—Muchas gracias, doctora— se limitó a decir.

(...)

Alekxandra se fue, entonces aproveché para hacer una llamada telefónica a Kemal, quien durante todas estas semanas estuvo llamándome intensamente. La última vez que hablé con él me gritó por lo que le dije a su madre sobre Bahar.

Por supuesto que se lo iba a decir, no debió, bajo ninguna circunstancia, intentar decirme qué hacer, porque entonces conocerían al verdadero monstruo que vivía dentro de mi carne.

—Por fin llamas— dijo tras descolgar la llamada—. Mamá me lo contó todo, Emir. Estás enfermo.

Ya estaba harto de que todas las personas estuvieran en mi contra, pero eso cambiaría. Mi padre, Kemal, la tribu, Melek, Bahar, tenían que entender que yo no era material de marioneta.

—Kemal, no me des clases de moral— le exigí, me parecía descarado—. Eres el menos indicado para darlas. Agradece que no le dije a tu madre que tú y Bahar han estado acostándose. ¿Crees que soy estúpido? La deseas demasiado y, ya que la dejé en libertad, aprovecharás esta oportunidad para cogértela. ¿Sigo?

No se quedó en silencio como la última vez que lo encaré, al contrario, se mostró más elocuente. Tan solo porque no pecamos de la misma forma no quiere decir que él no lo esté haciendo.

—Al menos no soy un maldito enfermo que se está cogiendo a una adolescente.

Sonreí de oreja a oreja.

—No es de tu incumbencia, ya te lo dije. Además, yo tengo derechos sobre ella porque ella es la hija de Murad. Puedo casarme con las dos hermanas, así está estipulado en las leyes de la tribu. Las dos hijas de Murad están obligadas a darme hijos y a estar en mi cama.

—Eres un maldito cerdo— murmuró entre dientes, indignado.

Pero no le di relevancia a su reclamo, al contrario, estaba buscando la manera de molestarlo, de igual manera en la cual lo hacía conmigo.

—Si así lo quisiera, estuviera con las dos, pero para tu suerte, tu querida hermana nunca me pareció tan atractiva como la mujer que tengo a mi lado, ahora.

—Mis tíos jamás van a aceptar que esa chica viva bajo el mismo techo, es la hija de la mujer que asesinó a mi padre. De una vez te digo que desistas de eso y que dejes a esa chica en paz si de verdad no la quieres ver muerta.

—Vete con Bahar, inicia una nueva vida con su hijo, sé el padre que tanto necesita esa criatura y deja de meterte en mi vida.

—No puedo creer en la clase de persona en que te has convertido. Estás irreconocible. No pareces más mi amigo.

—Nunca me conociste, Kemal, esto es lo que soy y, si no te gusta, estás en todo tu derecho de alejarte. No dejaré de ser quien soy tan solo para darte gusto.

Y colgué.

El zar Cherny volvió a llamar para recordarme quién era, para volver a advertirme que iba a incendiar todo si no le devolvía a su pequeño hijo, pero eso no iba a ser posible ya que Andrés se quedaría al lado de su hermana, justamente donde debería estar.

Pensé en ese hijo que estaba esperando Alekxandra y todo en mi pecho se estremeció. Todavía no podía creer que tenía sentimientos positivos por una pequeña persona a la que no conocía ni a la cual nunca había visto, era totalmente raro. En otro tiempo hubiera rechazado esto, sin embargo, lo aceptaba porque Alekxandra era la mujer con la que quería estar.

Melek Yildiz había cerrado la boca con respecto a Alekxandra, en los últimos dos meses no había tenido ninguna comunicación con ella, pero me preocupaba tanta tranquilidad, algo tramaba ella. Debía ser cuidadoso con esa serpiente venenosa, pues sospechaba que iba a tomarme desprevenido aún sabiendo que no le convenía, pues tenía en mis manos a su hija.

Me preocupaba porque no podía todavía exponer a Alekxandra ante la familia paterna sin ninguna prueba, debía asegurarme con pruebas que corroboraran mi explicación del por qué me casé con la hija de la asesina de un miembro familiar.

Me iba a casar cuanto antes con esa chiquilla, no quería estar ni un segundo más escondiéndola, por eso la llevaría de viaje a mi país y la obligaría a aceptarme como su esposo. Sería demasiado fácil porque ya me había aceptado como su dueño.

Hice otra llamada telefónica a mi hombre de confianza, le propuse que tuviera listo el helicóptero para la ceremonia que se iba a llevar a cabo.

Estaba muy impaciente, no iba a esperar más para desposar a mi mujer.

Narra Alekxandra

Después de que la doctora se fue, me encerré en el baño a llorar y lo hice de una manera desconsolada. Todavía no estaba lista para tener un hijo y para mí era completamente difícil aceptar que iba a ser madre. Me volví un ovillo recostada en el piso del baño preguntándome si lo que estaba haciendo verdaderamente estaba bien o me estaba precipitando.

Estaba preguntándome si valía la pena tener a su hijo en mi vida, si valía la pena mantenerlo a mi lado, si valía la pena ser la madre que todos los niños merecen. Ser su madre, quería serlo, cuidarlo, protegerlo y por esa misma razón estaba pensando en dejarlo con alguien cuando lo tuviera. Sí, así iba a estar a salvo de esa bestia si acaso yo escapaba y me volvía a encontrar. Negué.

—No puedo dejarte desamparado— pronuncié con voz temblorosa—. ¿Qué me garantiza que él no va a encontrarte? Lo mejor es que nos mantengamos siempre juntos, bebé.

Acaricié lentamente mi vientre, y estaba sintiendo sus movimientos, esos aleteos de su pequeño cuerpecito como si estuviera de acuerdo con lo que sea que estuviera diciendo aún si él no me entendía.

—No puedo dejar que nadie te haga daño— sentí que mi corazón palpitaba fuerte de emoción, de una emoción invasora y un amor tan intenso que no me cabía en el pecho, ese amor que aunque lo pensara jamás iba a dejar que renunciara a este bebé.

Pensé en mi madre, la cual me prometió que volvería por mí y aunque no le tome la palabra tenía la esperanza de que volviera. Pero me mintió.

Ahora estaba bajo las amenazas de la esposa de mi difunto padre y ni siquiera sabía qué iba a acontecer porque no tenía idea de qué era capaz esa mujer.

Me sequé las lágrimas y me levanté del suelo con suma delicadeza para lavar mi rostro y me volví a mirar en el espejo. Yo no podía ser la madre de este hijo, no hubiera podido verlo a la cara y encontrar los rasgos de mi verdugo en su rostro. Pero era incapaz de quitarle la vida a un ser inocente que no tenía la culpa de nada de las maldades de ese hombre. No podía ser la madre de este bebé, pero lamentablemente lo era, estaba dentro de mí y no podía cambiar las cosas. Empezaba a sentirme valiente y después de haber escuchado ese sonido tan glorioso de los latidos de su corazón, un sentimiento de valentía me estaba invadiendo.

Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo cuando recordé lo que dijo. Estaba muy feliz porque iba a tener un heredero, me preguntaba qué le ponía tan feliz, que el bebé que estaba esperando heredara sus millones o su forma sórdida de caminar por el mundo haciendo daño a los inocentes solo para cumplir su maldita voluntad.

Me sentí asqueada... Confundida, pero si de algo yo estaba segura, era que nos íbamos a mantener unidos, iba a hacer mi mayor esfuerzo de quererlo, porque él lo merecía. Este bebé merecía que lo quisieran y que le dieran una vida plena, no una vida miserable. No lo quería abandonar, eso no estaba en mis planes, a donde fuera él iría conmigo.

Con la toalla de microfibra eliminé los restos de agua de mi rostro y cuando subí la mirada hacia el espejo me encontré con el reflejo de su rostro. Me quedé inmóvil observando cómo sus ojos me miraban fijamente con esa intensidad. Esa maldita intensidad que descontrolaba mis sentidos. Pero reaccioné al instante, a pesar de que me sentía atraída por él en ese momento, de igual manera me sentía furiosa y esta sensación era totalmente repentina, era como un mecanismo de defensa, a veces la olvidaba, abandonaba esos pensamientos y me dejaba llevar por las sensaciones que me provocaba tan solo su presencia. Quería que supiera que esta Alekxandra lo detestaba, que habían varias versiones mías que no estaban desesperadas por su toque, que esta Alekxandra era la chica del pasado que a veces salía a relucir, la fiera, la que no se dejaba, pero temía volver a caer en las garras de la bestia y no ser lo realmente fuerte como para mantener mi postura.

—¿Qué quieres?— cuestioné con frialdad. Ni siquiera lo notó, era como si no le importara mi tono, estaba tan ensimismado en la fantasía que se estaba creando en la cabeza que las cosas que yo podía decir y pensar eran irrelevantes.

No me respondió y continuó mirándome fijamente.

—¿No vas a decirme nada?— insistí, mientras cerraba la llave, y luego me giré rápidamente en su dirección.

—Cómo puede ser que seas tan hermosa— pronunció, suavemente.

Tragué saliva y elevé mi mentón para demostrarle que esas palabras bonitas ya no iban a surtir ningún efecto de deseo en mí, aunque internamente estuviera deseando lo opuesto.

Empezó a aproximarse en mi dirección y elevó una de sus manos para posicionarla en mi mejilla levemente húmeda. Temblé horriblemente.

—No sabes lo feliz que me hace saber que tengas a mi heredero creciendo dentro de ti— sus dedos acariciaron mis labios, cerré totalmente los ojos y rogando al cielo no dejarme llevar—. ¿Acaso esto es una fantasía?

—Por desgracia no lo es— susurré, con valentía—. Me extraña que ahora lo quieras, después de que me pedías encarecidamente que abortara.

Se tensó, y su mirada gélida se clavó en mí—. No vuelvas a repetir eso— ordenó airado—. ¿Te quedó claro?

Me quedé quieta observando cada expresión de su rostro molesto, incluso se veía aún más atractivo cuando no intentaba ser aquel príncipe azul que estaba intentando demostrarme.

—No sabes cuánto ruego todos los días, le pido a Dios que me despierte de esta tormentosa pesadilla.

Mi voz se quebró, así que me detuve cuando sentí el escozor en mis pupilas, no quería romper a llorar, quería pensar que podría evitarlo.

Quería lastimarlo, maldita sea, hubiera deseado ser fuerte y despreciar su persona.

—Para mi suerte y tu desgracia eso no sucederá— me tomó de la cintura, lo cual me provocó abrir los ojos escandalosamente—. ¿Qué te crees? ¿Que podrás escapar de mí?

Volvió a ser agresivo y me tomó con fuerza contra su cuerpo fornido, cual muñeca de trapo. Éramos totalmente opuestos, yo era frágil y él, su fuerza era la de diez hombres, lo cual me demostraba su poder. Su poder no solo adquisitivo, sino un poder de fuerza y control.

Mi respiración agitada, mi cuerpo tembloroso contra el suyo y mis inútiles intentos de escapar de su agarre provocaron un fuerte descontento, una ira creciente. Emir Evliyaoglu era totalmente impredecible, no sabía si me deseaba en ese momento o quería estrangularme por no acceder a su seducción, por no ser yo la que estuviera fantaseando con esta relación tan sórdida.

—¡Ya déjame en paz!— le grité con voz llorosa— ya estoy cansada de ti, de tu maldita persecución.

—Solo quiero lo que me corresponde— me levantó fácilmente y mis pies dejaron de tocar el suelo—. Lo tomaré, porque me pertenece.

Empezó a levantar mi falda y sus labios invadieron los míos, con fiereza. Intenté empujar su cuerpo del mío, frustrada porque no pude, le solté una bofetada que resonó en toda el área, pero eso no lo detuvo, porque volvió su mirada fría hacia mí, alentado por la ira, a causa de mi comportamiento.

—No te ha quedado claro— pronunció entre dientes, colérico y apasionado. Y se alejó de mi boca, posicionando una de sus manos y apretando con una fuerza descomunal mi mandíbula, me quejé, estaba lastimándome—. Todavía no te ha quedado claro que me perteneces, que jamás vas a escapar de aquí, ¡porque tú serás mi esposa! De la única manera que saldrás de aquí es cuando firmes el papel que nos terminará de unir y de mi brazo, ¿Entendiste bien?

Las lágrimas empezaron a derramarse, pero ni siquiera le importó, solo me depositó en el lavabo y mi espalda se recargó contra el espejo, con ayuda de sus manos expandió mis piernas y su cuerpo se introdujo en medio de estas, las cuales se encontraban temblorosas.

—Escucha, no quiero hacerte daño, así que colabora— su agarre descendió hasta mi cuello—. No sé por qué te empeñas en hacerte la difícil, ambos sabemos que si dejo de tocarte, tú misma me terminarás rogando para que lo haga.

Acarició lentamente mi pequeña cintura y empezó a depositarme besos húmedos en el cuello, su mano descendió a mi abrigo, el cual elevó hacia arriba, despojándose de él en un santiamén. Actuaba automático y no sé por qué levanté mis brazos para colaborar, tal vez pensaba que si no lo hacía iba a desatar la furia de una bestia.

Dudó en despojarme de la última prenda que vestía mi torso desnudo, porque su mirada empezó a perderse en mi pecho, su mirada era de deseo, de lascivia, de fascinación, estaba totalmente perdido en la forma redondeada que habían tomado los últimos meses, al parecer le gustaban. Se me calentaron las mejillas, aún cuando él había visto esto, cuando había profanado mi cuerpo de esa manera, no podía actuar como si esto fuera la normalidad, me daba pena, vergüenza, de que él me viera así, tan expuesta.

—Ya no llores, cariño— me consoló secando una de mis lágrimas—. Te prometo que será de tu agrado, muñeca. Te prometo que será tan placentero como las demás veces en las cuales te hice mía.

—No quiero hacerlo, no otra vez— negué—. Por favor, por favor, te lo ruego.

Me volvió a besar y ronroneó en mis labios, emocionado, desabrochó mi sostén y dejó en libertad mis pechos, a pesar de que no le correspondía, no se iba a rendir tan fácilmente, así que no se detuvo en ningún momento.

—Bésame— pidió, en modo orden—. Te... Necesito, Alekxandra.

Su voz se volvió más suave, más gentil, levantó mi barbilla para que mis ojos se encontrarán con los suyos y no pude estremecerme más, en ese momento me empezaba a convertir en la mujer sumisa en la que había creado.

—No sabes cuánto te necesito, preciosa. Mi pequeña mujer perfecta— besó mi nariz—. No quiero ser un ogro, hazme sentir que soy un príncipe que te hará el amor.

Me quedé en silencio. Mis neuronas se quemaron, extrañaba su olor y su calor corporal, ¿A quién quería engañar? Adoraba todo de él, incluso su maldita manera brusca de tratarme.

—Solo quiero que me correspondas y que me digas que sí, que me deseas como yo lo hago, a pesar de todo lo malo que ha pasado entre nosotros— me rogó, me estaba rogando, podía notar lo que sufría en su mirada cuando no le correspondía, lo podía notar en su frustración, luego en su ira y luego en la súplica.

—Lo sabes— le contesté—. Sabes cuánto te deseo y te aprovechas de eso. Voy a terminar loca, y tal vez esa será mi sanación, no recordarte.

—No lo voy a permitir— volvió a besarme y esta vez sí correspondí, con la misma intensidad con la cual quería. Nuestras ropas terminaron en el piso del baño, estaba totalmente desnuda, a su merced y él también, me llevó a la cama y dejó caer lentamente, con delicadeza, mi cuerpo estremecido a causa de todas sus caricias, de su lengua enredándose con la mía.

Aproveché para proporcionarle caricias en su rostro y una vez más lo dejé tener la libertad de hacer lo que quisiera y lo que deseaba con esta mujer que anhelaba cada toque y que rogaba interiormente por sus caricias y que en un arranque de supervivencia empezaba a negarme y a esquivarlo.

Gemí cuando su miembro entró en mi canal, lentamente, expandiendo todos y cada centímetro de mi interior. Y él de igual forma disfrutó de la sensación que mi parte íntima le proporcionaba.

—Oh— un gemido apasionado salió de mi boca, el placer de sentirlo invadiéndome me estaba enloqueciendo y ni siquiera se había movido lo suficiente. Extrañaba querer maldecir a causa del placer por no encontrar una palabra que describiera las sensaciones placenteras, porque no tenían ningún límite.

Elevó una de mis piernas a su hombro y empezó a moverse, su lengua lamió sus labios y sus ojos se cerraron lentamente mientras mordía con una maldita lentitud su labio inferior, mientras su miembro empezaba a deslizarse con facilidad dentro de mí.

Mi zona íntima se descontroló con su leve y tortuoso movimiento, la miel que desprendí deslizó su miembro con facilidad, lo cual me provocó lanzar un leve chillido ahogado, sentí presión, y un leve cosquilleo placentero.

No podía siquiera gemir, mi vientre tiró de mí y escalofríos invadieron mi espalda, así que intenté tomar aire, sin embargo, no pude porque sus labios me poseyeron con pasión. Arañé su espalda lentamente, una y otra vez conforme sus embestidas tomaban más velocidad.

Mis músculos internos empezaron a contraerse y empecé a transpirar, mi respiración y la suya juntas eran un caos, me preguntaba cómo diablos podía disfrutar algo tan malditamente perturbador y sórdido, y no encontré ninguna explicación, solo me dejé llevar cuando él empezó a brincar, gruñendo como una bestia cuando su miembro se deslizaba entre mis piernas, lento, duro, sin piedad, podía sentir todas sus embestidas una y otra vez y el placer se estaba mezclando con ese dolor.

Me encantaba su grosor, cómo con cada embestida me humedecía más y me penetraba completamente y constante sin ningún tipo de cuidado. Tuve un cortocircuito en mi cerebro, y miles de corrientes eléctricas invadieron cada partícula de mi piel, grité fuerte, inconscientemente maldiciones al llegar al punto más alto de la gloria.

Tuve un orgasmo intenso y sus caderas continuaron moviéndose rápidamente en mi interior hasta bombearme todo su semen tibio, gimió, y su cuerpo se fundió contra el mío, acorralándome y respirando agitadamente.

—Oh, Alekxandra.

Lo sentí palpitar y estremecerse encima de mí y cuando dijo mi nombre, mi vagina apretó su miembro, siguió moviéndose, sin importar que había terminado, todavía su miembro estaba engrosado en mi interior, no tenía fin. Pero ahora era lento y elevó mi otra pierna por encima de su hombro para mecerse.

—Oh, sí— exclamé perdida, totalmente, mi corazón quería salirse de mi pecho, descontrolado y mis mente solo pronunciaba su nombre—. Oh, maldita sea, sí!

—No pararé hasta que pronuncies mi nombre— sentenció, sin dejar de profanar mi interior.

—No... puedo más...— esta vez mi voz se escuchó totalmente ahogada, ni siquiera era capaz de articular una palabra coherente porque mi cabeza solo estaba concentrada en esa maldita sensación que me causaba su grueso y duro miembro entrando y saliendo de mi interior. Cerré los ojos, lentamente, volví a transpirar y mi vista se tornó borrosa, todos mis músculos internos se volvieron a él, tensándose con fuerza, y al parecer era todo lo que necesitaba porque empezó a jadear con cada tensión. Temblé y me aferré a sus antebrazos, se veía tan sexy con el pelo en su frente, y gotas de sudor caían y se mezclaban con mi transpiración, y no paraba de embestirme, no lo hacía.

—Emir— grité, extasiada—. Emir... Oh, Dios!— gruñí y él se dejó llevar nuevamente, su semen tibio volvió a invadir mi interior convirtiéndose en uno solo con mi miel.

(...)

Emir se quedó dormido, aproveché para entrar al baño y asearme, quería borrar todas y cada una de sus huellas de mi piel, pero me fue imposible, aún con todo ese jabón, no pudo borrar lo sucia y torpe que me sentía.

No podía ser posible, era aterrador cómo me hacía cambiar de opinión una y otra vez, cómo había dos Alekxandras en una sola cabeza y la otra luchaba por salir de este círculo vicioso y la otra, que estaba desquiciada, siempre ganaba.

Con el cabello mojado observando el despojo humano en el que me había convertido y en lo desdichada que se sentía, en un precipicio dispuesta a caer y a rendirme. Jamás iba a poder escapar de aquí, a menos que aquel hombre acostado en la cama muriera, con él moriría esta atracción y este dominio y solo así, de ese modo podía escapar de esta maldita cárcel sin volver a caer ni un maldito segundo más.

Salí del baño lentamente y me encontré con su imponente figura, acarició mi barbilla y dedicó una mediana sonrisa gentil la cual no le correspondí. Se movió hacia el baño para ducharse y cerró la puerta, y en ese momento aproveché para cambiarme con ropa limpia.

Su baño solo se demoró cinco minutos, cuando salió no pude evitar observar su cuerpo atractivo, la toalla enredada en su cintura y su cabello totalmente despeinado goteando agua, tomó una de las toallas y se la colocó en la cabeza para secar el exceso de agua. Desvié la mirada, no quería ser descarada.

—Esta noche vamos a salir— propuso—. Quítate esa ropa deportiva, he comprado ropa linda para ti, cariño.

—Esta noche no voy a salir, Emir— me negué—. No tengo cabeza para jugar a la parejita feliz. Estoy asustada por lo que pueda pasar con tu maldita familia de psicópatas.

—¿Crees que estamos en una de esas películas de terror?

—Pues no, esta es la vida real y más cruda. Al menos las películas son ficción y esto supera la realidad. ¿Acaso no ves lo delicado que es esto?

—No es delicado, estaremos totalmente solos— se acercó hasta mí—. No puedo creer que estés tan estresada después de lo que hicimos, ¿Acaso quieres que lo volvamos a hacer de nuevo? Solo pídelo, no tienes por qué estar histérica.

—Lo que hicimos no tiene nada que ver con lo que estoy diciendo, así que te sugiero que dejes de hablar.

—Bueno, como quieras, pero te llevaré a un lugar bonito, llamaré a Zhera para que te ayude a vestir. Quiero que te pongas un vestido, me gusta como se te ve el verde esmeralda.

—Hace mucho frío, ¿Quieres que me congele?

Sonrió con malicia.

—No te preocupes, aquí estaré yo para cuando necesites calor.

(...)

Narra Vladimir.

Tuve que regresar a casa con mi madre, llamaron desde la casa de mi padre para decirme que se puso mal, le dio un infarto y estuvo en terapia intensiva. A causa del infarto, sufrió un accidente en el cerebro que lo había dejado en silla de ruedas indefinidamente.

No podía pensar en nadie más, así que tuve que regresar y dejar de continuar mi investigación con aquella mansión, en su lugar llamé al detective y le envié la foto por correo.

Al menos eso me tranquilizó, el detective se estaba haciendo cargo de ello. Jamás me iba a poder enfrentar solo aquello, solo era un joven sin ninguna experiencia, tenía que pensar en mamá y en la abuela, y si habían personas malas en esa mansión entonces podría poner a la abuela en peligro.

El Detective Dominik me aseguró que si esa chica era Alekxandra entonces iban a rescatarla, solo estaba esperando. Los últimos dos meses no había tenido noticias así que supuse que me había equivocado.

Era una equivocación, así que me encontraba nuevamente desanimado. En los últimos meses me centré más en terminar la escuela, y le envié mi trabajo a las personas que buscaban nuevos talentos en aquella empresa. Todavía no me habían llamado así que tenía todo el tiempo libre para pensar en Alekxandra.

No podía salir de mi cabeza, estaba obsesionado con ella y me preguntaba cómo diablos había desaparecido así, sin dejar ningún rastro.

Estaba empezando a dudar de lo que tenía que hacer en el momento en que me avisaron que mi padre estaba en terapia intensiva. Empecé a preguntarme si de verdad debía estar presente y no solo porque vi a alguien parecida a Alekxandra, sino también porque él nos había abandonado.

Lo único que me reconfortaba era que esa joven mujer no se había pronunciado durante todo este tiempo, tal vez todo empezaba a alinearse y el karma había regresado de sus vacaciones.