Noche Acalorada

La familia no tuvo más remedio que apresurarse a la cárcel, dejando a su abuela atrás.

Los ojos de la anciana estaban rojos de ver sus acciones escandalosas.

—¡Tú! ¡Tú! ¿No tienes vergüenza? —gritó la anciana.

Los dos se separaron a regañadientes el uno del otro, sintiendo el calor residual. Ella giró la cabeza, pero la mirada de Ansel permanecía en ella.

—¿Y bien? ¡Ve a molestar a tu nueva familia! —dijo ella—. ¡Me voy a quedar en la casa de Altea!

Ansel miró las cosas que llevaba y la falsa escayola que se desprendió en algún momento durante su beso.

Él la siguió y suspiró, volviendo a la segunda zona de villas. Sin embargo, en el camino vio a Winona junto a las puertas.

—Tienes acceso, ¿verdad? —preguntó él—. Al menos a través de la puerta.

Ella asintió, aunque no entró.

—Pero... —hizo una pausa, mirando la hora iluminada por la torre—. Ya es muy tarde.

—Temo molestar —murmuró ella, haciendo un puchero.