—¿Qué pasa? —preguntó Sheila, mirando a su esposo aturdida. Tenía ganas de hacer un puchero. Obviamente, no era algo que ella iniciara a menudo. Eso requería mucho valor de su parte.
—¿Sabes cómo tenemos un grupo de personas vigilando todas las entradas en el territorio, verdad? —Sin embargo, por alguna razón, sus ojos se iluminaron cuando se volvió a mirarla.
Sheila asintió. Altea había otorgado acceso a un departamento a la lista de población en tiempo real. Había gente observando la lista durante 28 horas al día.
—¿Sabes cómo hicimos que el personal nos avisara cada vez que ciertos nombres entraran en el territorio, verdad? —Sheila parpadeó y se sentó, amaneciendo en ella una posibilidad. Su corazón latía más rápido mientras sus suaves palmas agarraban su camisa.
—Por favor, ve al grano. —Águila rompió en una sonrisa, inclinándose para besar su mejilla.