La pantalla del televisor mostraba una transmisión en vivo. La persona en el centro de atención era Jodie Sur. Ella se sentaba con gracia en una sala bien iluminada, vistiendo un elegante vestido que acentuaba su elegancia. Dos hombres se encontraban junto a ella, uno de ellos sujetando un látigo.
—¿Te das cuenta de lo que has hecho mal? —exigió el hombre.
Jodie no respondió. El látigo se estrelló contra su espalda.
¡Chas!
¡Chas!
¡Chas!
Tres latigazos intensos cayeron en sucesión. Jodie permaneció imperturbable, sin siquiera inmutarse. Sin embargo, para Keira, mirando desde lejos, cada golpe se sentía como si la hubiera golpeado a ella en su lugar, dejándole el pecho dolorido como si fuera atravesado por espinas invisibles.
—¿Duele? —preguntó el hombre.
Jodie sonrió realmente.
—Sí, duele.
Sus palabras contradecían su expresión despreocupada, como si encontrara los latigazos no más molestos que un rasguño en la ropa. El hombre frunció el ceño con molestia.