Aún estaban a una milla de la finca de la familia South, y la oscuridad circundante era casi absoluta. En el momento que Keira se sumergió en el agua, un frío agudo le atravesó, congelándola hasta los huesos.
Empezó a nadar inmediatamente, escaneando la superficie en busca de alguna señal de Lewis.
Pero el agua estaba siniestramente quieta. Nada.
Su corazón latía con fuerza mientras llamaba:
—¡Lewis! ¡Lewis!.
Él había resultado herido, y cuando el bote volcó, él la empujó para evitar que quedara aplastada —sólo para quedar atrapado bajo los restos él mismo.
El pulso de Keira se disparó.
No. Está bien. Tiene que estar bien.
Justo cuando el pánico empezaba a invadirla, oyó el sonido del agua moviéndose detrás de ella. Un brazo fuerte de repente la rodeó por la cintura desde atrás, y una voz familiar susurró cerca de su oído:
—¿Preocupada por mí?
El alivio se desplomó sobre ella.