—Desháganse de ella primero; compartir el mismo aire con esta mujer me asfixia el corazón —declaró una de las mujeres del grupo, su gélida compostura momentáneamente derretida al mencionar al príncipe—. Necesitamos terminar nuestra tarea rápidamente y entregar los objetos a nuestro señor —no hay razón para arriesgarnos a enfadarlo.
Los ojos de Shenlian Yingyue se encendieron de indignación. No eran solo los desplantes dirigidos hacia ella los que le dolían; era su completo desprecio por la importancia de su maestra, tratando su vida como si fuera simplemente una mercancía para ser transportada.
Lo que le hacía hervir la sangre era la innegable conexión que compartían —su llamativo cabello blanco y el matiz de sus ojos reflejados en los de ellos, un testimonio de su linaje común.