Descanso de una hora

—¿Señor Marino? ¿A dónde me lleva? —preguntó Elliana mientras caminaba adelante, confiando en su esposo, que la había vendado y la estaba llevando a algún lugar.

Sebastián no le respondió mientras Elliana pensaba en todos los recuerdos que compartían con esa cosa de la venda.

La forma en que él solía poner su mano sobre sus ojos antes de besarla cuando no tenía una venda a la vista y solía burlarse de ella... Una sonrisa apareció en sus labios ante todos los hermosos recuerdos que crearon juntos.

—Solo ten paciencia, mi encantadora esposa —dijo Sebastián antes de mirar las escaleras y tomarla en brazos, casi haciéndola gritar por la acción repentina.

—Estaba caminando bien, ya sabes —dijo Elliana, y Sebastián murmuró.

—¿Todavía no has aprendido por qué siempre te recojo en mis brazos? —preguntó mientras seguía caminando.