Mo Qiang miraba a la mujer frente a ella, aunque Mo Xifeng no dijo una palabra ni se quejó, el silencio era suficiente para hacer que Mo Qiang se sintiera culpable por romper su promesa.
—Maldita sea... me recuerda a aquel gato que una vez cuidé en la calle —pensó Mo Qiang mientras reprimía el pinchazo en su corazón. Cuando vivía en la calle, Mo Qiang se encontró con una gatita. Era bastante mona y sabía cómo encantar a la gente con sus travesuras. Por supuesto, Mo Qiang también fue encantada por las travesuras de aquella pequeña gata.
Llegó al punto en que olvidaba comprar comida para sí misma, pero no se olvidaba de la pequeña gata. Porque cada vez que Mo Qiang no la alimentaba, la gata empezaba a llorar en silencio sin maullar fuerte. Especialmente esa mirada llena de lágrimas... cuestionaba silenciosamente a Mo Qiang, cómo podía olvidarse de alimentarla.