Volumen IV: Fuego Infernal
PRÓLOGO
La lluvia torrencial en el día del entierro de Hera añadió una atmósfera sombría y lúgubre a la ceremonia. Los cielos grises lloraban al unísono con los dolientes mientras se congregaban para decir sus últimos adioses, de pie en el aguacero sin paraguas ni impermeables que los protegiera de las lágrimas del cielo.
Lágrimas mezcladas con las gotas de lluvia en los rostros de todos mientras observaban cómo la tierra mojada recibía su ataúd, adornado con flores y recuerdos de una vida ya extinta. El suelo empapado se adhería al ataúd, haciendo más difícil aceptar la finalidad del momento.
—Vamos —una mano aterrizó en el hombro tenso de Tigre, pero él no se movió—. Te estaremos esperando.
Moose estudió el perfil de Tigre por un momento antes de retirar su mano. Se dio la vuelta, mirando a las personas paradas alrededor del último lugar de descanso de Hera. Ninguno de ellos mostró señal de querer irse, así que no los obligó a volver a sus hogares.