Aficionados

—¡Dios mío! Pensé que iba a renunciar. ¿Qué sigue haciendo aquí? —Una de las colegas de Cielo se lanzó en su asiento—. Ya no puedo contener la respiración.

—El malentendido ya se aclaró, y aceptamos que el Señor Yang se equivocó —otro empleado expresó su exasperación—. ¿Cómo podemos trabajar si ella está por aquí?

—Mi mercancía... —alguien en la oficina sostuvo la pequeña foto de Cielo, que había comprado durante la creciente fama de Cielo—. Sé que estoy en la oficina y ella está trabajando en este sucio departamento, pero me da miedo que se enoje si le pido un autógrafo.

—Yo también quiero una selfie con ella.

—O quizá hacer realidad mi cena soñada con mi celebridad favorita.