—Ay... ouch —Hera se quejó de dolor, viendo al doctor coser su herida. Se había cortado el dedo tan profundamente que casi dejaba expuesto su hueso, incluso a ella misma la sorprendió. Cuando Dragón vio la profundidad del corte, llamó al médico de la casa para que la cosiera, llevándola a la situación actual de Hera.
—Señorita Hera, ¿cómo puede ser tan descuidada? —suspiró el doctor en cuanto terminó la sutura, mirándola como si fuera una creadora de problemas—. Se suponía que debías cortar el tallo, no tu dedo.
Hera bajó la cabeza, echando una mirada a Dragón al otro lado de la habitación en busca de ayuda. El hombre simplemente la observaba con la espalda apoyada en la pared. Al ver que no mostraba signos de ayudarla, suspiró y se tragó una buena reprimenda.
—Por ahora, te prohíbo que arregles un jarrón —dijo el doctor después de varias rondas de regaños—. Hasta que te recuperes, no puedes arreglar el jarrón ni hacer nada que pueda reabrir tu herida. ¿Me escuchas, Señorita Hera?