Este libro como mi testigo

Primo escuchaba música country mientras esperaba a Hera en el coche. Golpeaba con su dedo el volante, moviendo su cabeza al ritmo de la música. Cuando escuchó que se abría el asiento trasero, alzó sus cejas y miró a través del espejo retrovisor.

—¿Listos para irnos? —preguntó Hera.

Hera cerró sus ojos y tomó una profunda respiración. No le respondió, mirando hacia abajo al libro junto a ella y al chupete que había tomado de la cuna de Milagro en su mano. Levantó su cabeza, girándola hacia la villa donde sus hijos se encontraban en ese momento.

—Solo un minuto —murmuró, mirando fijamente la casa—. Dame un momento.

Primo asintió entendiendo, revisando su reloj de pulsera. No dijo nada más, sabiendo que esto era lo que ella necesitaba ahora. Solo un momento. Un momento para respirar, para reunir sus pensamientos y para envolver su corazón con acero.