—Haz lo que quieras. No me importa mucho pero a ellos parece gustarles violar a las chicas. Espero que puedas cortar esas cosas —Yu Qi miró al Hermano Jai—. Bueno, en el medio de sus piernas.
Cuando los hombres oyeron la frase, jadearon. El castigo era lo peor para un hombre. Esta chica era cruel.
—¿Qué? —Yu Qi pudo sentir que el Hermano Jai y su pandilla la miraban con odio—. Probablemente hayan dañado a muchas chicas con esas cosas.
—Haré lo que la Señorita Tang ha pedido —dijo el Sr. Shin—. Hermanos, llévenselos.
Con eso, el Hermano Jai y su pandilla fueron sacados de la habitación.
—Iré primero. Disfruta, Señorita Tang —el Sr. Shin se inclinó y salió de la habitación.
La habitación cayó en silencio antes de que Song Ha Ting comenzara a hablar.
—¿Ya terminó?
—Sí —asintió Yu Qi.
—Esos hombres de trajes negros trabajan en este club. Son como guardias de seguridad. Si algo sucede en el club, ellos se encargan —explicó So Pang Lim. Lo sabía porque había preguntado antes.