—¿Cuál es la mejor manera de convencer a un dragón para que participe en un hechizo de magia oscura?... —La expresión de Asrig era de falsa reflexión—. La respuesta es simple, no lo haces.
Su tono era casual, casi juguetón mientras dirigía una mirada a Rhall, cuyos ojos estaban abiertos de horror.
Giraba una daga de adamantium entre sus dedos, un objeto pequeño y delicadamente fabricado, afilado y brillando con la promesa de un final atroz.
Adamantium, el único metal que podía atravesar la escama de dragón y, a la vez, el único metal que podía infligir una herida que impedía la capacidad sobrenatural de sanación de los dragones, tanto en forma humana como de dragón.
El arma más efectiva para matar a un dragón y una que ningún señor dragón se dignaría poseer o manejar.
Aunque la daga era pequeña, se ocultaba fácilmente bajo las túnicas. Fácil de pasar desapercibida y fácil de desatar a corta distancia y asestar un golpe mortal a un señor dragón desprevenido.