La sala del trono nunca había estado más fría. Incluso cuando la nieve de la cordillera norte se colaba por las ventanas de piedra, o cuando los espíritus ancestrales pasaban dejando un escalofrío atrás, nunca había estado tan fría.
Este frío era más profundo. Más pesado. El tipo que se arrastraba dentro de los huesos de Keila y susurraba mentiras que comenzaba a creer.
El mármol bajo sus pies descalzos palpitaba con la inquietud de Aloria. Incluso la magia que mantenía sagrado el bosque temblaba.
Afuera, ella lo escuchó. El pánico floreciendo como fuego en los patios exteriores. Susurros de dragones. De alas oscureciendo el sol. De jinetes de dragón emergiendo entre los árboles como presagios.