—Soy el espíritu del dios que una vez fue adorado en este templo —finalmente siseó, su voz resonando en las paredes desmoronadas.
—¿Conoces a un niño de unos diez u once años? —preguntó Yu Holea, manteniendo los ojos agudos.
—Sí —susurró el espíritu—. Lo conozco. Ya me he comido su alma.
—¿Es así? —dijo suavemente Yu Holea—. Si no entregas al niño ahora mismo, te exorcizaré en el acto.
—Te estás sobreestimando, mortal —escupió el espíritu, soltando una risa fuerte y burlona.
—Una vez fui un dios, alabado por todos. Tengo más poder del que jamás podrías soñar.
—Y ahora, no eres más que una broma —respondió con suavidad Yu Holea—. Nadie te recuerda. Solo eres una sombra amargada aferrándose a un templo abandonado.
El espíritu rugió de furia, su forma creciendo más grande y oscura.
Se lanzó hacia Yu Holea de nuevo, más rápido esta vez, pero ella se movió con facilidad. Esquivó con gracia, su cuerpo deslizándose por el aire como agua.