Con un grito emocionado, Sun Weitao corrió—no, caminó, como un humano—directo a las puertas de entrada del orfanato.
Sun Weitao empujó la puerta del orfanato con una mano temblorosa. Tan pronto como entró, una pequeña voz gritó:
—¡Hermano Mayor Wei!
Una ráfaga de pasos pequeños resonó por el pasillo. Uno por uno, niños de todas las edades vinieron corriendo desde cada rincón del edificio. Sus caras se iluminaron como fuegos artificiales cuando lo vieron.
—¡Hermano Mayor Wei! ¡Eres realmente tú!
—¡Regresaste!
—¡No eres un sueño, verdad?!
Corrieron directamente a sus brazos, abrazándolo fuertemente. Algunos de los más pequeños comenzaron a llorar, sus pequeñas manos aferrándose a su ropa.
—¿Dónde fuiste? ¿Por qué no volviste en diez años? —preguntó una niña con dos coletas, sorbiéndose la nariz.
—¿Y por qué algunas personas de una compañía de seguros vinieron aquí hace diez años? —preguntó otro niño.