Ella dudó, las palabras rasguñando su garganta. —Yo... yo no te amo.
Él no respondió de inmediato. En su lugar, la observó, sus ojos buscando algo en los de ella que no podía nombrar.
Entonces, sin decir una palabra, comenzó de nuevo, sus dedos deslizándose de vuelta dentro de ella. El placer regresó, aún más intenso que antes. Ella gimió, su cuerpo arqueándose hacia él, pero él la mantuvo firme, sus movimientos controlados, deliberados. Y una vez más, justo cuando ella sentía que estaba a punto de culminar, él se detuvo.
—Dilo —exigió.
—No te amo —jadeó ella, su voz quebrándose.
Nuevamente, él comenzó, y nuevamente se detuvo. Era un ciclo de tormento, de agonía. Cada vez, el placer se acumulaba, solo para ser arrancado en el último segundo. Trató de tocarse ella misma, de tomar el asunto en sus propias manos, pero él fue más rápido. Antes de que ella pudiera reaccionar, él había sacado un par de esposas de algún lugar—¿de dónde las sacó?—y aseguró sus muñecas sobre su cabeza.