La mujer, Yu Suyin, seguía maldiciendo a Jiang Yuyan de la peor manera posible. No parecía la misma mujer lastimosa de hace un rato que rogaba por la seguridad de su hija y lloraba con todo su ser. Su voz se tornó ronca y ahogada por el llanto, pero puso todas sus fuerzas para maldecir a Jiang Yuyan. Esto demostraba claramente que no se arrepentía de sus acciones hacia esas chicas.
Sin inmutarse por sus maldiciones, Jiang Yuyan soltó una suave carcajada cuando finalmente sacaba a relucir el verdadero lado de esa mujer.
—Aquí salieron tus verdaderos pensamientos sobre las demás mujeres. ¿Para qué fingir y llorar cuando podrías haber dicho esto antes y yo no habría perdido mi tiempo decidiendo tu castigo? —dijo Jiang Yuyan.
—Destruiste a mi hija, así que no tengo miedo de nada. Haz lo que quieras. Puedes cortarme la lengua, apuñalarme o aplastarme bajo el camión, no tengo miedo —gritó la mujer. Sus ojos lucían sin temor, pero solo llenos de ira.