—¿Te enorgullece tu adulterio flagrante? —preguntó Fu Juan con una mirada distorsionada. Tenía ganas de desfigurar la cara del hombre que tenía delante.
—Sí, se siente bien hacer eso y tú no puedes hacer nada al respecto —respondió su esposo con una mirada orgullosa.
Su respuesta podía hacer que cualquier persona con autocontrol cometiera un asesinato, y Fu Juan, que ya tenía sus propios problemas, no pudo soportarlo.
Le costó herirse a sí misma apretando el puño con fuerza para no recoger un trozo de vidrio del suelo y apuñalarlo con él.
—¡Bien! Ahora mira cómo no te doy el divorcio para que no puedas darle a esa mujer y sus hijos un mejor nombre y estatus, vamos a ver qué puedes hacer al respecto. ¡Nunca te daré el divorcio! —declaró Fu Juan.