—¡Maldito seas, Drakon! —un estruendo resonó subrayando el rugido casi ensordecedor dentro de la amplia habitación. Todo estaba en silencio y oscuridad, excepto por la furiosa respiración del líder.
Era un apagón.
Sus compañeros, no, sus hermanos no reaccionaron a su arrebato porque todos estaban ocupados lidiando con sus propias emociones. La mayoría parecía conmocionada como si hubieran visto un fantasma aterrador que los hubiera traumatizado. Un par lucía desesperanzado, desplomándose en sus asientos o en el suelo como si no hubiera esperanza para el mañana.
Cuando sus ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad, uno de ellos finalmente habló después del largo e incómodo silencio:
—Drakon y sus dos discípulos freíron todos nuestros ordenadores. ¡Maldita sea! Son unos tipos desagradables, ¡eso es lo que son!.
Sus palabras incitaron a los demás a hablar también.