Inicialmente, Rowena había esperado que conocer la familia de su madre le proporcionaría el amor y el hogar que tanto anhelaba. Sin embargo, se dio cuenta rápidamente de que podría no ser así. En realidad, la veían como a una extraña.
La única otra familia que tenía era su padre, pero estar con él era sofocante.
Tal vez sería mejor vivir sola. Rowena apretó el dobladillo de su vestido y murmuró —Tío, quiero ir a casa.
—¿Casa? ¿Dónde? Esta es tu casa —dijo el Príncipe Jadeith sorprendido.
Rowena no sabía dónde estaba su hogar. Había llegado a darse cuenta de que el hogar no era un lugar, sino una persona, y ninguna de las personas queridas para ella estaban allí ya. Estaba sola y no tenía un hogar.
¿Adónde debería ir?
Las lágrimas comenzaron a rodar lentamente por sus mejillas. Rowena se secó las lágrimas bruscamente y frunció los labios. Dijo con terquedad —Por favor, llévame de vuelta a mi cabaña. Ese es mi hogar. Ahí es donde Julián y yo construimos nuestro hogar.