—Elia —solía decir Elia. —Comparto contigo estos objetos en el orden en que llegaron a mi vida. Espero que disfrutes de estos recuerdos tanto como yo —su voz resonaba en sus oídos mientras tocaba cada objeto con la punta de sus dedos...
—El primero es probablemente el que no reconoces. Hiciste dos de estos, aunque solo he logrado mantener uno seguro a lo largo de los años. ¿Recuerdas que deseabas, cuando eras pequeña, tener tus orejas perforadas? Hiciste estas pequeñas cruces de ramitas un día en el bosque detrás de nuestras casas, y yo pasé el hilo para que pudieras colgarlas de tus orejas. Las llevaste puestas todos los días durante una semana, y me pareció muy divertido. El día que me vi obligado a irme, fui a nuestro fuerte en el bosque y recogí todo. Aún estaba enojado y, egoístamente, las tomé. Pero se volvieron preciadas. Una fue aplastada en mi viaje. Pero he guardado esta protegida desde entonces, y ahora te la devuelvo, aunque no necesitas ningún adorno para tu belleza.