—HARTH
Harth se encontraba sobre un afloramiento puntiagudo de esquisto, con los ojos bien abiertos, esperando ver si la figura se movería.
Nada.
Le cerraba la garganta convulsivamente. El viento había cambiado y soplaba en su espalda, por lo que no podía olfatear al hombre que estaba a cien pies de distancia, tendido en el polvo seco y las piedras de este extraño lugar.
Había estado corriendo cuando de repente el bosque se abrió paso, y toda su exuberante y húmeda belleza se detuvo como si el fuego hubiera trazado una línea sobre él.
La tierra aquí era seca, estéril y dominada por este enorme anfiteatro de piedra y tierra. Había escalado la extraña ola de tierra que empujaba, apuntando hacia el cielo, para descubrir que era un anillo ovalado masivo rodeado por tres lados y roto solo en un punto, como si el Creador mismo hubiera pisoteado la tierra y esta se levantó, desplazada, perforando el aire.
Y muerto. El aire mismo estaba seco como un hueso
Nada vivía en este círculo.