Serefina no podía creerlo, de todas las noches, tenía que ser esta y ella no estaba consciente de ello.
La bruja echó un vistazo al cielo oscuro. Todos los días habían sido así, ya fuera de noche o de día, uno no podía distinguirlos.
Frente a ella, el pájaro de fuego inclinó la cabeza inocentemente, como preguntándose qué hacía ella sentada en el suelo sucio y haciendo muecas de dolor.
El cuerpo de Serefina temblaba, maldijo por lo bajo por no haber contado con esto, y arruinaría sus planes. Sin embargo, tampoco podía continuar con lo que quisiera hacer en su estado actual.
Su respiración se volvió entrecortada y el dolor era casi insoportable para ella. Cerró los ojos y antes de que gritara de miseria y atrajera una atención innecesaria que no necesitaba ahora, se teletransportó.