Esme apareció en el Dominio de Dios.
O más bien, lo que se suponía que era el Dominio de Dios... pero era un lugar completamente diferente.
Este lugar era de un blanco puro, extendiéndose infinitamente como si no tuviera un punto de inicio o de meta. Era un lienzo en blanco desprovisto de todo excepto de dos individuos—Esme y una persona más.
El Oráculo.
O más bien, lo que se suponía que era El Oráculo.
—¿Quién eres? —Esme miró el espectro frente a ella, su voz temblorosa revelando su incapacidad para suprimir las emociones desbordantes dentro de ella.
La persona frente a ella se parecía a ella de una manera asombrosa. También se parecía al último Oráculo que había conocido la última vez que estuvo en El Dominio de Dios. Sin embargo, no había manera de que Esme no fuera a recordar la cara de su propia madre.
—T-tú eres
—No soy El Oráculo… o más bien, soy lo que queda de la voluntad del Oráculo —la mujer habló con una voz monótona.