Adrien nació con ojos que veían más allá del velo.
Desde sus primeros recuerdos, el mundo se sentía... raro. No roto, no incorrecto—solo fabricado.
Incluso siendo un niño, el aire mismo parecía falso, las palabras de los adultos ensayadas, como actores en una obra que nadie reconocía. Otros niños jugaban con espadas de juguete y hacían cuentos sobre héroes y monstruos.
Adrien los observaba, pero él nunca se unía.
No por timidez, ni por miedo. Era porque él no podía fingir—no como ellos. Veía las grietas en las historias que contaban.
Veía el mundo tal como era.
Una mentira bien vestida.